El texto proclamado este domingo
corresponde al segundo poema o cántico de Siervo del Señor, redactado tras la
primera repatriación después del exilio de Babilonia. El profeta-poeta no está
satisfecho por la conducta adoptada por los que volvieron a Tierra Santa. De ahí
que dirija su mirada al “resto”, a un grupo reducido que, a pesar del ambiente
hostil, permanece fiel al Señor. Este poema centra su atención en la misión del
Siervo que no se circunscribe a Israel. Se trata de uno de los retos más
valientes de este profeta-poeta: se abre un camino hacia los gentiles que
culminará en su momento. Esta visión universalista ha llamado siempre la
atención en este escrito. En el Nuevo Testamento esta profecía tendrá su
cumplimiento en Jesús y en sus enviados.
La comunidad de Corinto estaba formada por gentes que trabajaban en el puerto y el Espíritu se prodigó en abundantes dones. Pero pronto se produjo una división interna que amenazaba la existencia misma de la comunidad. Pablo dispone de informaciones acerca del lamentable estado en que se encontraba la comunidad. La lectura de hoy recoge el saludo inicial.
La
llamada apostólica es un puro don de Dios anterior a todo merecimiento por parte
del receptor. Esta es la señal auténtica de su autenticidad. Hoy como ayer la
misión sigue pareciendo tarea inalcanzable, compleja y sumamente dificultosa
para todos los discípulos de Jesús. Es necesario seguir adelante, atajando el
mal e intentando ofrecer al mundo una imagen creíble de la Iglesia de Jesús.
El texto del evangelio corresponde al capítulo introductorio que se compone de dos partes: el prólogo (vv. 1-18) y los testimonios (vv. 19-51) que contiene confesiones de fe acerca de Jesús que revelan una cristología muy desarrollada. La lectura de hoy recoge el primer testimonio del Bautista acerca de Jesús. El evangelista pone especial cuidado en subrayar la superioridad de Jesús respecto del Bautista tenido por Mesías por la secta llamada de los Bautistas.


En la comunidad
cristiana y en el concierto de las religiones, Jesús debe ser presentado como el
camino, la verdad y la vida; como la puerta y el pastor; como la vid verdadera.
En él encuentran t
El signo indicador de la supremacía de Jesús sobre Juan consiste en que Jesús es el único que puede bautizar en el Espíritu Santo. Juan administraba un bautismo de penitencia para cambiar la vida a fin de preparar un pueblo digno al Mesías. El bautismo en el Espíritu estaba reservado al Mesías.
El evangelista anota un rasgo importante que no se encuentra en el relato sinóptico de este acontecimiento y es la referencia de que el Espíritu “permanecería” sobre Jesús. En la etapa anterior (en el tiempo de la preparación, de las figuras y de las promesas) aparece el Espíritu sobre los encargados de llevar adelante el proyecto salvador de Dios. Pero esto ocurría de modo intermitente y selectivo. Con Jesús entramos en la época del Espíritu como don total, permanente y para todos. Y esto significa una novedad sorprendente.
La comunidad de Corinto estaba formada por gentes que trabajaban en el puerto y el Espíritu se prodigó en abundantes dones. Pero pronto se produjo una división interna que amenazaba la existencia misma de la comunidad. Pablo dispone de informaciones acerca del lamentable estado en que se encontraba la comunidad. La lectura de hoy recoge el saludo inicial.
El texto del evangelio corresponde al capítulo introductorio que se compone de dos partes: el prólogo (vv. 1-18) y los testimonios (vv. 19-51) que contiene confesiones de fe acerca de Jesús que revelan una cristología muy desarrollada. La lectura de hoy recoge el primer testimonio del Bautista acerca de Jesús. El evangelista pone especial cuidado en subrayar la superioridad de Jesús respecto del Bautista tenido por Mesías por la secta llamada de los Bautistas.
Este domingo da comienzo al tiempo
ordinario, es decir, a las treinta y cuatro semanas en las que no se celebra
ningún misterio particular, sino el conjunto de la historia de la salvación.
Estos domingos “verdes” (calificados así por el color litúrgico que se utiliza)
son una celebración repetida del misterio de la Pascua.
En el evangelio que hoy se proclama aparece Juan Bautista dando testimonio de Jesús. La imagen de Juan con el brazo extendido y el dedo apuntando a Cristo (“Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”) es teológicamente más expresiva que aquella en que aparece con la concha en la mano, bautizando en las riberas del Jordán. Aquí encontramos ya un primer tema sugerente: a ejemplo de Juan, el creyente ha de ser para todos una mano amiga y un dedo indicador de lo transcendente en un mundo de tantos desorientados, donde la increencia va ganando adeptos. Juan identificó a Cristo; los bautizados tendremos que ser en medio de la masa identificadores y testimonio de fe cristiana. Juan, porque conoció antes a Cristo, lo anunció; los cristianos hemos de tener experiencia profunda de quién es Jesús, para testimoniarlo. Para poder reconocer a Cristo, antes hay que haberlo visto desde la fe.
Jesús es el Cordero, el Siervo de Dios, que quita y borra el pecado
del mundo. Es todo un símbolo de paz, de silencio, de docilidad, de obediencia.
Isaías define al Mesías como cordero que no abre la boca cuando lo llevan al
matadero y que herido soporta el castigo que nos trae la paz. Con la muerte del
Cordero inocente, que puso su vida a disposición de Dios para liberar a los
hombres de la esclavitud del pecado, se inaugura la única y definitiva ofrenda
grata al Padre del cielo. A imitación de Jesús, el cristiano debe ser portador
de salvación y liberador de esclavitudes que matan. En la pizarra de la sociedad
actual, en la que se escriben y dibujan a diario con trazos desiguales tantas
situaciones injustas y violentas, la fe y el amor del creyente han de ser
borrador de los pecados de los hombres. Esta capacidad de limpieza religiosa
purifica los borrones de la increencia estéril, que achata la óptica
existencial.
odos los valores humanos y religiosos su sentido verdadero.En el evangelio que hoy se proclama aparece Juan Bautista dando testimonio de Jesús. La imagen de Juan con el brazo extendido y el dedo apuntando a Cristo (“Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”) es teológicamente más expresiva que aquella en que aparece con la concha en la mano, bautizando en las riberas del Jordán. Aquí encontramos ya un primer tema sugerente: a ejemplo de Juan, el creyente ha de ser para todos una mano amiga y un dedo indicador de lo transcendente en un mundo de tantos desorientados, donde la increencia va ganando adeptos. Juan identificó a Cristo; los bautizados tendremos que ser en medio de la masa identificadores y testimonio de fe cristiana. Juan, porque conoció antes a Cristo, lo anunció; los cristianos hemos de tener experiencia profunda de quién es Jesús, para testimoniarlo. Para poder reconocer a Cristo, antes hay que haberlo visto desde la fe.
El signo indicador de la supremacía de Jesús sobre Juan consiste en que Jesús es el único que puede bautizar en el Espíritu Santo. Juan administraba un bautismo de penitencia para cambiar la vida a fin de preparar un pueblo digno al Mesías. El bautismo en el Espíritu estaba reservado al Mesías.
El evangelista anota un rasgo importante que no se encuentra en el relato sinóptico de este acontecimiento y es la referencia de que el Espíritu “permanecería” sobre Jesús. En la etapa anterior (en el tiempo de la preparación, de las figuras y de las promesas) aparece el Espíritu sobre los encargados de llevar adelante el proyecto salvador de Dios. Pero esto ocurría de modo intermitente y selectivo. Con Jesús entramos en la época del Espíritu como don total, permanente y para todos. Y esto significa una novedad sorprendente.
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