11 octubre 2019

DOMINGO XXVIII DEL TIEMPO ORDINARIO CICLO C



DOMINGO XXVIII T. ORDINARIO - CICLO C  


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La primera lectura de hoy corresponde al Libro de Segundo de los Reyes, al capítulo quinto, y corresponde al bello episodio en que el profeta Eliseo convierte y cura de la lepra al magnate sirio Naamán. Ese hecho guarda relación director con el Evangelio de Lucas que se proclama hoy.
Los salmos 96, 97, 98 tienen un contenido escatológico hacen referencia al final de los tiempos y hablan de la misericordia y grandeza de Dios. En este número 97 que vamos a cantar a continuación nos narra ese momento en que todas las naciones acudirán al Monte Santo para aclamar a Dios. Ese era para los judíos, contemporáneos de Jesús, el momento final de la historia. A nosotros, hoy, nos sirve para aclamar la grandeza de Dios y el amor por sus criaturas
San Pablo escribe la Segunda Carta a Timoteo –que es nuestra segunda lectura de hoy—ya en prisión. Es la última carta escrita por el apóstol. Poco después llegaría su martirio. Y aunque se siente profundamente solo todavía intentar enseñar a su discípulo que la perseverancia –sin importar los duros trabajos y el sufrimiento—nos llevará a reinar con Cristo. Ese es su mensaje.
El episodio de los diez leprosos, del capítulo 17 del Evangelio de San Lucas, nos indica claramente la dureza de corazón de los judíos de tiempo de Jesús. Solo uno de los curados de la lepra –terrible enfermedad—vuelve a dar gracias al Señor. El resto han preferido presentarse solamente a los sacerdotes y obtener su certificado de pureza. Ya podían vivir en la comunidad. Pero olvidan agradecer el favor recibido. ¡Que no seamos nosotros así!

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Dios no hace discriminaciones. Ayuda a todos, independientemente de su raza, nación o religión. Solo pide una fe sin condiciones. Como Naamán el sirio, muchos querrían imponer sus condiciones a Dios, para tomarlo en serio y creer. Pero es Dios quien tiene la palabra. Y Dios no convoca oposiciones, ni valora el curriculum, ni acepta enchufes. Dios sale al encuentro de todos los que le buscan con sincero corazón, y se les muestra en los acontecimientos más insospechados de la vida. Moisés lo descubrió en una zarza que ardía sin consumirse. Lo importante es saber ver, saber mirar con ojos nuevos, tener el corazón limpio para poder ver a Dios.

En la vida de fe hay que luchar. En el anuncio del Evangelio hay dificultades: nos ponen pegas, nos prohíben hablar en ciertos ámbitos, sentimos vergüenza a veces…. ¿Hay que descorazonarse por ello? La libertad de la Palabra que ha crucificado a Jesús ha llevado a Pablo a la cárcel, probando así toda su eficacia: sólo se encarcela al que molesta. Un mensaje que no suscitara oposición no pasaría de ser una bonita palabra. Pablo pide a Timoteo que tenga en cuenta todo esto, que no desmienta los himnos que canta su comunidad: Jesucristo es nuestra razón de vivir, porque Él ha sufrido la muerte; nuestra razón de continuar, porque El continuó hasta el final; nuestra infidelidad es ridícula frente a su indomable fidelidad. Tener miedo a los riesgos que puedan derivarse del anuncio del Evangelio, esto sería ya renegar de Jesús.


Las lepras de nuestro tiempo. El leproso en tiempo de Jesús era tratado como un muerto en vida y se le obligara a vestir como se vestía a los muertos: ropas desgarradas, cabelleras sueltas, barba rapada. No se les permitía habitar dentro de ciudades amuralladas, pero sí en las aldeas con tal de no mezclarse con sus habitantes. Por eso, vivían en las afueras de los pueblos. Todo lo que ellos tocaban se consideraba impuro, por lo que tenían obligación de anunciar su presencia desde lejos. Eran "impuros” ritualmente y vivían una especie de vida de excomulgados. Existen en nuestro mundo, y tal vez en nuestra Iglesia, otras lepras y otros leprosos con los que nadie quiere  Son las personas rechazadas en el mundo y expulsadas de la comunidad. Sin embargo, la curación de los leprosos se presenta en los evangelios como señal mesiánica y cumplimiento de las promesas que ya anunció Isaías.
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La fe agradecida. La desgracia común une a los desgraciados. Estos leprosos habían superado la tradicional enemistad entre judíos y samaritanos: forman un solo grupo. La fama de Jesús había llegado hasta los proscritos de la sociedad, hasta los leprosos. Jesús manda a los leprosos que se pongan en camino para ser reconocidos por los sacerdotes. Antes de curarlos, los somete a prueba y les exige un acto de fe. Sólo el samaritano vuelve para alabar a Dios y reconocer en Jesús al Rey-Mesías. La postración delante de Jesús no es una adoración, sino el reconocimiento de esta realeza mesiánica. Los otros nueve no vuelven. Parece como si vieran natural que en ellos, hijos de Abrahán, se cumplieran las promesas mesiánicas. Hoy los creyentes de toda la vida quizá no sabemos valorar en preciado don de la fe y las múltiples gracias que recibimos de Dios a través de los sacramentos. Pero, al decir Jesús al samaritano, al extranjero, "tu fe te ha salvado", nos enseña que el verdadero creyente se asienta en la fe agradecida, no importa cuál sea su origen .

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