08 junio 2013

DOMINGO X DEL TIEMPO ORDINARIO CICLO C


Llevamos varios días: Fiesta del Sagrado Corazón, el Inmaculado Corazón de María y hoy el milagro de la resurrección de la viuda de Naím, que nos llevan a una conclusión: es la Revelación más profunda y clara de cómo es el Amor infinito de Dios por el hombre.  Es en un mundo absurdo, egoísta, triste, malhumorado, dividido, desesperanzado, violento....el llamado de Cristo a resolver todo por el único camino la transformación de los corazones de piedra en corazones de carne: es la Gran  Revolución del Amor transformador de Dios.  Hemos terminado la cincuentena pascual con la solemnidad de Pentecostés; el domingo pasado era el noveno domingo del tiempo ordinario (solemnidad de la Santísima Trinidad). Hoy nos encontramos en el décimo domingo. Jesús se muestra como nuestro salvador, pues nos cura de las enfermedades, perdona los pecados, expulsa los demonios y resucita los muertos. Compadecido de la viuda le devuelve a su hijo. Nosotros hoy, en esta eucaristía, pidamos que nos dé la luz para seguir el camino que nos ha enseñado en su Evangelio de vida y de amor.  


Primera lectura: I Reyes 17, 17-24 (Elías resucita a la hija de la viuda de Sarepta)

Escucharemos un pasaje tomado del primer libro de los reyes. Elías habla y actúa en nombre de Dios y pide que devuelva la vida a la hija de la pobre viuda en Sarepta. Abramos bien el oído para captar y entender este mensaje.


Segunda lectura: Gálatas 7, 11-19 (El evangelio que anuncia Pablo viene de Dios)

Al estilo de los grandes profetas (Isaías, Jeremías y Ezequiel), san Pablo respalda la autenticidad de su misión narrando su vocación, que implica la conversión, la elección, y la misión. Todo es obra del amor de Dios. Escuchemos a Pablo, escribiéndoles a sus colaboradores en Galacia.


Tercera lectura: Lucas 7, 11-17 (Jesús resucita al hijo de la viuda de Naín)

La resurrección del hijo de la viuda de Naín la realiza Jesús por su palabra. La palabra de Dios reside en Jesús. Él mismo es la Palabra del Padre. Esta Palabra realiza las obras de Dios, que son signos que nos manifiestan el reino de Dios. Las palabras del Señor son capaces de comunicar la vida de Dios de la que es signo la vida temporal del joven resucitado.

Hoy bendecimos tu nombre, Padre, Dios amigo de la vida,
porque Jesús, anticipando su propia resurrección, devolvía
la vida a los muertos, como al hijo de la pobre viuda de Naín.
Así cumplía su palabra: “Yo soy la resurrección y la vida”.
Por eso, el contacto con Cristo en su palabra y sacramentos
despierta tu gesto creador que da vida al hombre, tu criatura.

Convierte, Señor, el ánimo de todos al servicio de la vida,
el don supremo que los humanos debemos a tu amor de Padre,
para que desaparezcan de nuestro mundo la guerra y la violencia.
Y al paso de los trabajos y los días concédenos crecer siempre
más y más en cristianos hasta la medida plena de Cristo.

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