Una idea positiva sería pasar algún día por un monasterio contemplativo para compartir con monjes y monjas su manera de esperar y vivir la Navidad, su silencio orante y sus alegres cantos a Cristo que viene en Paz, Amor y Misericordia.
La reflexión de los cristianos desde las más altas instancias, hasta los más humildes, suele olvidar esa vida que en el corazón de la Iglesia pervive desde hace muchos siglos y desde donde, liturgia, espiritualidad, música, y cultura han contribuído a la Iglesia y a la sociedad en su evolución y tratan de seguir haciéndolo, pero aun no somos suficientemente conocidos.
Le da cierto sabor a nuestra vida cristiana tener como parientes, como amigos, a monjes o monjas que cruzaron los umbrales del Claustro para vivir el ora et labora , en soledad y en comunidad, en profesión perpetua de los consejos evangélicos refrendados por la Iglesia. Ya no se contempla a las contemplativas como "monjitas" apocadas y beatíficas, de una piedad afectada, sino como mujeres hechas y derechas, que han tenido el coraje y el valor de jugárselo todo a una partida, en la que Dios y nosotros salimos ganadores. Y ellas, por supuesto, las primeras.
Las monjas de clausura ya no son tampoco, gracias a Dios y a los progresos de la Iglesia y de la sociedad, "las pobrecitas monjas de clausura". Viven de su trabajo, hacen y venden a precio razonable unos dulces riquísimos, pagan sus pensiones, se sostienen con modestos ingresos, sin merma de la austeridad y de la vida sacrificada que han profesado por amor a Cristo. Las más de ellas tienen superado con creces el escaso nivel cultural que, como todas las mujeres de su tiempo de clase no adinerada, arrastraban en el nuestro y en otros países. En los últimos treinta años, se han ido formando progresivamente en teología,en Sagrada Escritura, en liturgia, en espiritualidad. Entre sus hoy escasas vocaciones, sobresalen las de chicas cultas, algunas con titulación superior.
Ese es el panorama. Lo mismo cabe decir de los monasterios de monjes contemplativos, más escasos que los de monjas y casi inexistentes en la mitad sur de España. Pero bastantes de ellos siguen siendo focos de irradiación cultural, y todos lo son de espiritualidad y de acogida( las famosas hospederías monásticas y el espíritu de San Benito: " A todo el que llamare a vuestra puerta, tratadle como al mismo Cristo, para que un día os pueda decir, fuí forastero y me recibisteis"). Crece por doquier el interés por estos claustros en amplias minorías de gentes de mundo, marcadas por el hastío del ruido urbano, por el vacío espiritual circundante; pero también por su afición a la historia, por el buen gusto artístico, por el sabor del canto coral. Y, cómo no, por la búsqueda de recogimiento interior y de encuentro personal con Dios.
Menos contemplativos, más oración
Se observa, no obstante, una paradoja. Que, estando tan en alza el interés por los monasterios, la restauración histórico-artística de muchos de ellos, la renovación espiritual y la actualización humana de tantas comunidades, al par que la estima de la oración en la Iglesia a la que me referiré enseguida , resulta, en cambio, que la crisis de vocaciones, que ha irrumpido en la Iglesia en el último tercio del siglo XX, se ceba también y con mucha fuerza, salvo excepciones consoladoras y significativas, en los conventos de monjas de clausura.
Apego al mundo? Miedo al compromiso perpetuo? Alergia a la soledad? Escaso nivel de fe? Rechazo instintivo a este género de vida? Desconocimiento y desinterés, sin más? ¿quién lo sabe...? De un lado, queda patente que no dan resultado como fórmulas de recuperación vocacional las rebajas del producto, a base de monjas lights que rompan su recogimiento, se asomen indebidamente a la calle o bajen el listón de las exigencias espirituales. A nada conduciría un aflojamiento, un aburguesamiento, un relajamiento en suma, de los modelos de vida de monjes y monjas. Búsquese, si hay que buscarla, la modernización por otras vías.
Desde Algeciras te deseamos toda la salud, la paz y la fuerza para seguir respondiendo a su ministerio, su vocación de benedictino y su llamada a la oración desde el silencio y la soledad. Saludos de esta familia que le aprecia.
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