La devoción al corazón de María ha sido siempre a lo largo de toda su historia una fuente inagotable de vida interior para las almas marianas.
San Francisco de Sales hace del corazón de la virgen María el lugar de encuentro de las almas con el Espíritu Santo.
Los escritos de sor Lucia, sobre todo su Cuarta Memoria, ofrecen riquísimos elementos para una espiritualidad sobre el mensaje de Fátima de indudable alcance místico. Por otra parte, las grandes almas marianas de nuestra época, como la del beato Juan Pablo II, constituyen un claro ejemplo del alto nivel espiritual que puede alcanzar una auténtica devoción al Inmaculado Corazón de María.

San Francisco de Sales hace del corazón de la virgen María el lugar de encuentro de las almas con el Espíritu Santo.
Los escritos de sor Lucia, sobre todo su Cuarta Memoria, ofrecen riquísimos elementos para una espiritualidad sobre el mensaje de Fátima de indudable alcance místico. Por otra parte, las grandes almas marianas de nuestra época, como la del beato Juan Pablo II, constituyen un claro ejemplo del alto nivel espiritual que puede alcanzar una auténtica devoción al Inmaculado Corazón de María.

La devoción al Inmaculado Corazón de María no puede reducirse a la contemplación del signo del corazón, tiene que abrazar toda la realidad de María, captada como misterio de gracia, el amor y el don total que ella hizo de sí misma a los hombres.
San Juan Eudes (1601-1680) propagó dos nuevas devociones que llegaron a ser sumamente populares: La devoción al Corazón de Jesús y la devoción al Corazón de María. Escribió un hermoso libro titulado: "El Admirable Corazón de la Madre de Dios", para explicar el amor que María ha tenido por Dios y por nosotros. A el se le dan los títulos de "padre, doctor y primer apóstol" de la devoción a los Sagrados Corazones de Jesús y de María.
El 31 de octubre de 1942 (y luego, solemnemente, el 8 de diciembre en la basílica vaticana), en el 25 aniversario de las apariciones de Fátima, Pío Xll consagraba la iglesia y el género humano al inmaculado corazón de María. En el calendario actual ha reducido la celebración a memoria facultativa y ha querido encontrarle un lugar más adecuado poniéndola el día después de la solemnidad del Sacratisimo Corazón de Jesús. Esta cercanía de las dos festividades nos hace retornar al origen histórico de la devoción; efectivamente, san Juan Eudes en sus escritos no separa nunca los dos Corazones. Por lo demás, durante nueve meses la vida del Hijo de Dios hecho carne estuvo rítmicamente palpitando con la del corazón de María.
"Los textos propios de la misa del día puntualizan además el esfuerzo espiritual del corazón de la primera discípula de Jesucristo. El canto para el evangelio y la antífona de comunión, que utilizan a /Lc/02/19, y el trozo evangélico de /Lc/02/41-51 con su conclusión, nos presentan a María tensa —en la intimidad de su corazón— a escuchar la palabra de Dios y a profundizar en ella. En el primer texto Lucas pone de relieve la amorosa atención de la Virgen a todo lo que ve y escucha y a los acontecimientos divinos en los que se ve envuelta; también José y otros muchos escucharon en particular el testimonio de los pastores, pero María —según nos dice el evangelista— es la única que medita, que intenta penetrar dentro de su corazón en el misterio que está viviendo. Luego, en el segundo texto, Lucas indica a propósito que María y José no comprendieron las palabras de Jesús en el templo; pero, apenas recordada la vuelta a Nazaret, llama la atención sobre una constante de la actitud de María: "Y su madre conservaba todas estas cosas meditándolas en su corazón". De esta forma María, que se había convertido en la madre del Hijo de Dios adhiriéndose a la palabra del Padre en la anunciación, va realizando ahora progresivamente su madurez maternal escuchando y guardando en su corazón las palabras del Hijo. Éste fue el vínculo más profundo que los unió, ya que no habrían sido suficientes los vínculos de la carne y de la sangre (cf Lc 8,21 y 11,28; Mt 12,49-50; Mc 3,34-35). Ella llevó realmente a Jesús más en su corazón que en su seno; lo engendró más con la fe que con la carne.
Así pues, María escuchaba y meditaba en su corazón la palabra del Señor, que era para ella como un pan que la alimentaba en su intimidad, como un agua generosa que riega un terreno fecundo. A lo largo de todo el AT se impone frecuentemente al pueblo elegido la obligación de recordar y meditar en su corazón todo lo que Dios había hecho en favor suyo, de forma que pudiera confirmar y profundizar cada vez mas su fe. Ahora la Virgen muestra que ha heredado dignamente esta dote de sus padres. También ella tiene una doble actitud frente a los acontecimientos y las palabras de Jesús: por una parte conserva su recuerdo y por otra se esfuerza en ahondar en su comprensión, reflexionando en su corazón o bien —según el tenor original del verbo symbállein utilizado por Lc 2,19—confrontándolas en su corazón. He aquí la fase dinámica de la fe de María: recordar para profundizar, confrontar para encarnar, reflexionar para actualizar.
Y he aquí la enseñanza para nosotros. Con este esfuerzo de su corazón por comprender la divina palabra, María nos enseña cómo hemos de albergar a Dios, cómo hemos de alimentarnos de su Verbo, cómo hemos de vivir saciando en él nuestra hambre y nuestra sed. Es sobre todo la colecta de la misa donde se recogen estas referencias prácticas: "Oh Dios, tú que has preparado en el corazón de la virgen María una digna morada al Espíritu Santo, haz que nosotros, por intercesión de la Virgen, lleguemos a ser templos dignos de tu gloria". María se convierte así en el prototipo de aquellos que escuchan la palabra de Dios y hacen de ella su tesoro; el modelo perfecto de todos los que en la iglesia deben descubrir con profunda meditación el hoy de este mensaje divino. Imitar a María en esta actitud quiere decir estar siempre atentos a los signos de los tiempos, es decir, a todo lo nuevo y admirable que Dios va realizando en la historia tras las apariencias de la normalidad, en una palabra, quiere decir reflexionar con el corazón de María sobre los acontecimientos de la vida cotidiana, deduciendo de ellos —como lo hizo María—
Consagración del mundo al Inmaculado Corazón de María
Te ruego, querida Madre, que me lleves en tus manos maternales para ser presentado a Dios Padre en el Cielo y ser así escogido y colocado al servicio de tu Hijo en forma especial, al aceptar los sacrificios del Triunfo de tu Inmaculado Corazón.
En este solemne acto yo me consagro a tu Inmaculado Corazón. Yo, como tu hijo, te ofrezco mi Sí al unísono con el tuyo propio; te ruego que sea fortificado y permanezca fuerte hasta el final de esta batalla por la culminación de las promesas que hiciste en Fátima: la conversión de Rusia, la tierra de tu más grande victoria, y por medio de la cual vendrá la conversión del mundo entero y el reinado de la paz global.
Reina de los Apóstoles, Corredentora, guíame en medio de la oscuridad de este tiempo, en el que los rayos de tu amanecer vienen a dar luz a mi horizonte. Con el refugio de tu Inmaculado Corazón como mi faro, mándame a los campos de batalla con tu espada de la verdad y con la coraza de la virtud, para ser su reflejo. Con este acto de consagración quiero vivir contigo, por medio de Ti, todos los compromisos asumidos en mi consagración bautismal.
Me comprometo a realizar en mí la conversión interior requerida por el evangelio, que me libre de todo apego a mí mismo, de los fáciles compromisos con el mundo, para estar como Tú, sólo disponible para hacer siempre la voluntad del Padre. Quiero confiarte, Madre dulcísima y misericordiosa, mi existencia y vocación cristiana, para que Tú dispongas de ella para tus designios de salvación en esta hora decisiva que pesa sobre el mundo.
Me comprometo a vivirla según tus deseos, con un renovado espíritu de oración y de penitencia; con la participación fervorosa en la celebración de la Eucaristía y en el apostolado, me comprometo a rezar el Rosario diariamente; me comprometo a un austero modo de vida conforme al Evangelio y me comprometo a ser un buen ejemplo para los demás en la observancia de la ley de Dios, en el ejercicio de las virtudes cristianas y en especial de la caridad, la humildad y la pureza de la infinita misericordia y amor de Dios Padre.
Prometo, Madre mía, la fidelidad a nuestro Santo Padre el Papa como el divino representante de Cristo entre nosotros. Que esta Consagración le dé a Él la unidad de nuestros corazones, mentes y almas: llevar a una realidad el Triunfo de Tu Inmaculado Corazón, para que pueda descender sobre la tierra bajo su pontificado.
Como un apóstol de tu Triunfo, te prometo, Madre, ser testigo de la divina presencia de tu Hijo en la Sagrada Eucaristía, la fuerza unificante de tu poderoso ejército. Que encuentre convicción, confianza en el único centro de unidad que es el Santísimo Sacramento. «Que sea creada por Él en mí un alma de perfección». Ruego que Su reflejo brille sobre todo el mundo y sobre todos los hombres. Oh Santísima Virgen de Pureza, Mediadora de todas las gracias celestiales, habita en mi corazón, trae contigo a tu Esposo, el Espíritu Santo; así mi consagración será fructífera por medio de los regalos, gracias y dones infundidos por Su llegada. Con el poder de Su presencia permaneceré firme en confianza, fuerte y persistente en la oración y entregado en total abandono a Dios Padre.
Que el Espíritu Santo se manifieste sobre el mundo como un murmullo de oraciones a través de la unión de corazones. Yo, (Nombre), tu hijo(a), en presencia de todos los ángeles de tu Triunfo, de todos los Santos del Cielo y en unión con la Santa Madre Iglesia, renuevo en las manos del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, los votos de mi Bautismo.
• ofrezco, querida Madre, todo mi pasado, mi presente y mi futuro, las alegrías y las tristezas, las oraciones y los sacrificios, todo lo que soy y todo lo que tengo y todo lo que el Padre moldeará en mí.
• doy, Madre, mi amor y compromiso para que siempre estemos unidos en el SI de la eternidad y en las profundidades de tu Triunfante Inmaculado Corazón. Colócame en tu Corazón Inmaculado y cúbreme con tu manto para que me protejas siempre. Amén.
En este solemne acto yo me consagro a tu Inmaculado Corazón. Yo, como tu hijo, te ofrezco mi Sí al unísono con el tuyo propio; te ruego que sea fortificado y permanezca fuerte hasta el final de esta batalla por la culminación de las promesas que hiciste en Fátima: la conversión de Rusia, la tierra de tu más grande victoria, y por medio de la cual vendrá la conversión del mundo entero y el reinado de la paz global.
Reina de los Apóstoles, Corredentora, guíame en medio de la oscuridad de este tiempo, en el que los rayos de tu amanecer vienen a dar luz a mi horizonte. Con el refugio de tu Inmaculado Corazón como mi faro, mándame a los campos de batalla con tu espada de la verdad y con la coraza de la virtud, para ser su reflejo. Con este acto de consagración quiero vivir contigo, por medio de Ti, todos los compromisos asumidos en mi consagración bautismal.
Me comprometo a realizar en mí la conversión interior requerida por el evangelio, que me libre de todo apego a mí mismo, de los fáciles compromisos con el mundo, para estar como Tú, sólo disponible para hacer siempre la voluntad del Padre. Quiero confiarte, Madre dulcísima y misericordiosa, mi existencia y vocación cristiana, para que Tú dispongas de ella para tus designios de salvación en esta hora decisiva que pesa sobre el mundo.
Me comprometo a vivirla según tus deseos, con un renovado espíritu de oración y de penitencia; con la participación fervorosa en la celebración de la Eucaristía y en el apostolado, me comprometo a rezar el Rosario diariamente; me comprometo a un austero modo de vida conforme al Evangelio y me comprometo a ser un buen ejemplo para los demás en la observancia de la ley de Dios, en el ejercicio de las virtudes cristianas y en especial de la caridad, la humildad y la pureza de la infinita misericordia y amor de Dios Padre.
Prometo, Madre mía, la fidelidad a nuestro Santo Padre el Papa como el divino representante de Cristo entre nosotros. Que esta Consagración le dé a Él la unidad de nuestros corazones, mentes y almas: llevar a una realidad el Triunfo de Tu Inmaculado Corazón, para que pueda descender sobre la tierra bajo su pontificado.
Como un apóstol de tu Triunfo, te prometo, Madre, ser testigo de la divina presencia de tu Hijo en la Sagrada Eucaristía, la fuerza unificante de tu poderoso ejército. Que encuentre convicción, confianza en el único centro de unidad que es el Santísimo Sacramento. «Que sea creada por Él en mí un alma de perfección». Ruego que Su reflejo brille sobre todo el mundo y sobre todos los hombres. Oh Santísima Virgen de Pureza, Mediadora de todas las gracias celestiales, habita en mi corazón, trae contigo a tu Esposo, el Espíritu Santo; así mi consagración será fructífera por medio de los regalos, gracias y dones infundidos por Su llegada. Con el poder de Su presencia permaneceré firme en confianza, fuerte y persistente en la oración y entregado en total abandono a Dios Padre.
Que el Espíritu Santo se manifieste sobre el mundo como un murmullo de oraciones a través de la unión de corazones. Yo, (Nombre), tu hijo(a), en presencia de todos los ángeles de tu Triunfo, de todos los Santos del Cielo y en unión con la Santa Madre Iglesia, renuevo en las manos del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, los votos de mi Bautismo.
• ofrezco, querida Madre, todo mi pasado, mi presente y mi futuro, las alegrías y las tristezas, las oraciones y los sacrificios, todo lo que soy y todo lo que tengo y todo lo que el Padre moldeará en mí.
• doy, Madre, mi amor y compromiso para que siempre estemos unidos en el SI de la eternidad y en las profundidades de tu Triunfante Inmaculado Corazón. Colócame en tu Corazón Inmaculado y cúbreme con tu manto para que me protejas siempre. Amén.



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