15 octubre 2016

DOMINGO XXIX DEL T. ORDINARIO . C . 17 DE OCTUBRE



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En el fragmento del capitulo 17 del Libro del Éxodo –que es nuestra primera lectura de hoy—se nos muestra que Moisés no rezaba solo. Le acompañaban Aarón y Jur, quienes sujetaban los brazos del profeta para que pudiera continuar con su plegaria. No estamos solos en la oración. Nos acompañan siempre los hermanos. Y hemos de tener en cuenta que hemos de rezar siempre. Dios espera nuestra oración, aunque no la necesite.


El Salmo 120 está incluido entre los que se llamaban de las “subidas”. Es decir de la llegada de los peregrinos a Jerusalén que, como se sabe, está en lo alto. Levantar los ojos a los montes es mirar al Templo. Para nosotros, hoy, es un canto de alabanza al Señor que siempre guarda nuestros caminos y nuestros trabajos, dada su continua generosidad para con sus criaturas.


Nuestra segunda lectura se sigue construyendo con fragmentos de la Segunda Carta del Apóstol Pablo a Timoteo, que hemos venido leyendo a lo largo de los últimos domingos. Y hoy Pablo aconseja a Timoteo que insista siempre en la oración y en la enseñanza de la Palabra. Todos tenemos que estar bien preparados ante la venida de Jesús de Nazaret, el cual, ciertamente, llega aquí todos los días gracias al portentoso milagro que se produce en la Eucaristía. Es bueno pensar siempre en esa presencia de Jesús siempre que celebramos la Eucaristía. No debemos olvidarlo.
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La narración de la parábola del juez inicuo –presentada en el evangelio de San Lucas-- tiene, incluso, su buena dosis de sentido del humor. En palabras de Jesús, el malvado juez satisface las demandas de una pobre viuda "no sea que siga viniendo a cada momento a importunarme". Está claro que Jesús de Nazaret utilizaba esta parábola para enseñar a rezar en toda hora y en toda ocasión, insistiendo sin tregua ante el Padre Dios. Es lo que hacía el mismo Jesús. Y es el consejo importante, muy importante, que hoy Nuestro Señor nos da. Tengámoslo en cuenta.
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Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que le gritan día y noche? Estar todo el día en oración con Dios es estar todo el día en diálogo permanente con Dios. No tanto, no sólo, con el pensamiento, sino con nuestras actitudes, nuestras palabras y nuestras obras. Para expresar nuestra amistad a un amigo no es necesario que nos pasemos todo el día diciéndole al amigo que somos amigos suyos, sino demostrándoselo con nuestro comportamiento. Pues lo mismo con Dios: no es necesario que nos pasemos todo el día pidiéndole a Dios que nos ayude, es suficiente con que vivamos todo el día viviendo como hijos de Dios, como sus siervos, como sus amigos, reconociéndole Señor de nuestras vidas. Y lo que tenemos que pedirle a Dios todos los días es que yo haga su voluntad, no que él haga la mía. Si Dios es nuestro amigo y nuestro señor, es seguro que él quiere siempre lo mejor para nosotros; nosotros lo que tenemos que hacer es querer también que esa voluntad de Dios se cumpla en nosotros. Debemos quererlo con confianza y con amor, aunque muchas veces nos cueste entender que la voluntad de Dios es lo mejor para nosotros. Si vivimos todos los días como auténticos hijos de Dios, como sus amigos, debemos confiar en él, más que en nosotros mismos. Ya sé que esto, en determinados momentos adversos, no es algo fácil, pero es necesario, dentro de una auténtica teología del amor de Dios. Sí, como la viuda del evangelio, como el mismo Cristo en el Huerto de los Olivos, tenemos derecho a gritar a Dios que nos ayude, pero no olvidemos nunca de terminar nuestra oración diciendo: <hágase tu voluntad y no la mía>. Es decir, pongamos siempre nuestra vida al servicio de Dios; eso es vivir en continua oración.

Mientras Moisés tenía en alto la mano, vencía Israel; mientras la tenía baja, vencía Amalec. Evidentemente, se trata de un texto en el que el concepto de la relación del Dios de Israel con su pueblo es un concepto que hoy no nos sirve para nosotros. El Dios de Jesús es un Dios universal y liberador, no un Dios justiciero que mata a espada a los enemigos del pueblo de Israel. El mensaje de este texto del Éxodo para nosotros, los cristianos, es que debemos confiar en el Dios de Jesucristo, en nuestro Dios Padre misericordioso, y que mientras nosotros vivamos llenos del espíritu de Dios, del espíritu de Cristo, venceremos todas las dificultades y todas las tentaciones. Si Dios está con nosotros, nadie nos podrá vencer, ni la enfermedad, ni la muerte, porque el que vive en Cristo, muere y resucita con Cristo. Vivamos llenos del espíritu de Cristo y venceremos; si nos fiamos de nuestras propias fuerzas y no vivimos unidos a Cristo, seremos fácilmente vencidos por nuestros enemigos

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Toda Escritura inspirada por Dios es también útil para enseñar, para reprender, para corregir, para educar en la virtud; así el hombre de Dios estará perfectamente equipado para toda obra buena. Debemos hacer de la Escritura, principalmente de los Evangelios y del Nuevo Testamento, nuestro libro de cabecera. No sólo debemos conocer la letra del evangelio de Jesús, sino, sobre todo, impregnarnos de su espíritu, tratar de vivir según el espíritu de Jesús. Todos los cristianos debemos ser modelos de virtud y de obras buenas para los demás. Hoy día, más que corregir y reprender a los demás con palabras, debemos hacerlo con nuestras obras. Ser humildes, mansos, generosos, estando siempre dispuestos a ayudar a los demás y predicando siempre el evangelio del Reino, evangelio de santidad y de gracia, de vida, de justicia, de amor y de fe. Siendo, en definitiva, buenos cristianos, buenos discípulos de Cristo Jesús.

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