24 noviembre 2016

EN BUSCA DE LA VERDADERA CONTEMPLACIÓN


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Para comprender la esencia de la contemplación, es de tener en cuenta, que en ella sobran siempre las palabras. Cuando dos se aman, no necesitan hablarse basta con mirarse, se trasmiten amor con la mirada. San Agustín decía: Dios no te pide palabras, te pide tu amor. Dios lo que quiere es que le devuelvas, al menos un poco del gran amor que tiene por ti. Para Royo Marín, la contemplación, a la que llegaremos por la oración mística o contemplativa, sobre todo cuando llega al verdadero éxtasis, en el que la atención del alma es máxima por la concentración de todas sus energías psicológicas en el objeto contemplado, lleva consigo la máxima delectación, incluso corporal, que puede alcanzarse en esta vida. Ante ella todos los placeres y deleites del mundo son asco y basura, tal como dice Santa Teresa

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La contemplación, es una experiencia que no se puede enseñar. Ni siquiera se puede explicar claramente. Solo puede ser indicada, sugerida, evocada, expresada con símbolos. Cuanto más se intenta analizarla objetiva y científicamente, tanto más se la vacía de su contenido real, ya que esta experiencia está más allá del alcance de las palabras y los razonamientos.         

            En todo caso lo importante es la obtención de este don que Dios otorga solo cuando lo considera necesario, es decir, como todo don, cuando y como el Señor lo dispone. La oración, como sabemos, es un don de Dios. No podemos forzar a Dios a entrar en relación con nosotros. Dios viene a nosotros por propia iniciativa y no como efecto de la disciplina del esfuerzo o de la práctica ascética. Eso no le obliga al Señor a venir a nosotros. A este respecto decía San Juan Clímaco: “Dios otorga el don de la oración solo al que ora”. Cómo es lógico a nadie le puede tocar la lotería si previamente no compra un billete. Pero el hecho de que oremos, o sea de que compremos el billete, no quiere decir que nos va a tocar la lotería. Incluso puede darse el caso de que por contemplación infusa, haya personas que lleguen a la contemplación si haber comprado el billete para la lotería. El Espíritu Santo sopla, donde, cuando y como quiere. Y que nadie piense que Dios es injusto, al final todo se nos explicará, mientras tanto, solo nos queda el recurso de echar mano nuestra fe, en el amor que Dios nos tiene, y que Él es infinitamente justo.

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Todos los místicos insisten con una unanimidad impresionante en que la oración es una gracia. Y al ser esto así, hay santos que confiesan que llegar a la contemplación les costó decenas de años, mientras que en otros casos, hay personas que han adquirido el don de la contemplación infusamente y ni siquiera muchas veces, son conscientes de ello, ellas solo saben que aman apasionadamente al Señor. Si nosotros queremos llegar a la contemplación, hemos de tener presente que su adquisición, no se encuentra en que coqueteemos con las máximas del mundo o con la llamada opinión pública, con que nos atiborremos de imágenes televisivas, y de los problemas políticos de la actualidad, de los cuales toda la prensa nos proporciona cada día, una abundante ración,…, sino más bien en que nos recojamos dentro de nosotros mismos y adquiramos conciencia de la fuerza sobrenatural que Dios ha puesto en nosotros. Santo Tomás ya lo había observado: “Las ocupaciones exteriores son un obstáculo para la contemplación de la verdad”. En efecto, también podemos leer en la Sagrada escritura cuando dice: “El que no tiene otros quehaceres puede llegar a ser sabio”.


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Lo normal, es llegar a la contemplación por la vía de la oración, en sus tres fases: oración vocal, oración mental, y la oración contemplativa que será esta, la que nos abra las puertas de la contemplación. Que no se engañe nadie no, que no se engañe, que esto es fácil, se requiere mucho tiempo, primero muchas horas de oración meditativa, y después dar el salto a la oración contemplativa, que en una primer fase podrá ser simple antes de llegarse a alcanzar la contemplación. En resumen, humanamente dos palabras mágicas: fuerza voluntad y constancia. Sobrenaturalmente escoger la vía rápida, el atajo que siempre tendremos en el amor a Nuestra Madre celestial.

En el largo desarrollo de todo este proceso, no pensemos que las clases de oraciones señaladas,  están escalonadas conforme a su importancia, y que cuando comenzamos a meditar, dejamos la oración vocal, o que cuando llegamos a la oración contemplativa ya no meditaremos nunca más. Esto no son asignaturas de una carrera que cuando se aprueba una signatura, el estudiante cuelga los libros y si es posible para no volverlos a ver nunca más.  En la vida  espiritual, siempre estaremos utilizando todas las clases de oraciones, aunque hayamos llegado a lograr el don de la contemplación.

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            No voy a tratar de las muchas circunstancias que nos van a rodear y las muchas luchas espirituales que hay que tener, pero si voy a recordar algo muy importante, que son las dichosas distracciones. Sobre este tema hay un principio básico que son palabras del Señor, que nunca hemos de olvidar y siempre tener muy en cuenta. Estas palabras dicen: “Porque donde está tu tesoro, allí estará también tu corazón”. (Mt 6, 21). En el Kempis se puede leer: “Donde está mi pensamiento, allí estoy yo; y con frecuencia mi pensamiento está donde está el objeto de mi amor. Al punto viene a mi mente lo que naturalmente deleita o la costumbre me hace placentero”. Y esto es así, porque en definitiva, la verdadera razón de nuestros fracasos en el terreno de la oración está en nosotros, la falta de un absoluto deseo nuestro de Dios y la falta del deseo de alcanzar el don de Dios”. Tengamos siempre presente aquello que dice: El que la sigue la consigue.

Por ello, mientras nuestro tesoro no sea el amor al Señor, mientras nuestra única y principal obsesión, de día o de noche, no sea el amor al Señor, mientras no consigamos estar pensando constantemente que lo tenemos dentro de nuestro corazón, porque vivimos en su amistad, mientras no estemos locamente enamorados del Señor, nunca conseguiremos desechar totalmente las distracciones en la oración. Decía San Isaac el Sirio: “El que ha conseguido vencer toda distracción, contempla a su Maestro en el interior de su corazón”. Es decir lo ha encontrado ya inhabitando en lo más íntimo de su ser.
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El atiborrarse de imágenes y problemas, que directamente no nos conciernen y que la presión mediática nos lo mete en la mente con calzador, no llena nuestra mente y nos impide su vaciamiento, imprescindible para dar espacio al amor al Señor. San Juan de la Cruz escribía: “El espiritual tenga siempre este cuidado: no conserve en la memoria lo que vea, oiga, huela, guste, o toque. Olvídelo con el mismo interés que otros ponen en recordarlo. Que no le quede en la memoria ningún recuerdo de ello, como si no existiese. Deje libre la memoria y despojada. No la ate a ninguna reflexión del cielo ni de la tierra. Como si no tuviese memoria. Déjela libremente perderse en el olvido, como cosa que estorba. Ya que todo lo natural en orden a lo sobrenatural estorba, en vez de ayudar”.

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