Hoy, 25 de diciembre celebramos el Nacimiento del Hijo de Dios y Salvador Nuestro, Jesucristo, “luz verdadera que ilumina a todos los hombres”, como dice el Apóstol y Evangelista, San Juan. Y tu y yo, y cada uno de los cristianos, participamos de esa luz divina, como dijo el mismo Jesucristo cuando afirmó, “vosotros sois la luz del mundo”, porque todos los cristianos, dondequiera que vivamos, por el ejemplo de nuestra vida y el testimonio de nuestra palabra, estamos obligados a manifestar el hombre nuevo del que hemos sido revestidos en el Bautismo y robustecidos por el Sacramento de la Confirmación, para glorificar a Dios Padre y descubrir a todos los humanos el genuino sentido de su vida.
Consideremos, entonces, que la Segunda Persona de la Santísima Trinidad se hizo hombre para que cada uno de los humanos pudiéramos ser librados de los lazos de la muerte eterna y subir al Cielo. Ciertamente, el pesebre de Belén es toda una enseñanza, para que nosotros pudiéramos entender las lecciones que nos da Jesús ya desde Niño recién nacido. “Jesús se humilla para que podamos acercarnos a El, para que podamos corresponder a su amor con nuestro amor, para que nuestra libertad se rinda no sólo ante el espectáculo de su poder, sino ante la maravilla de su dignidad.”
QUE NUESTROS CORAZONES NAZCAN ESPIRITUALMENTE
Ojalá el mismo Jesús halle lugar en nuestros corazones, para nacer espiritualmente. Para ello, debemos aspirar a que Cristo nazca en nosotros. Y esto lo conseguiremos si cada uno de nosotros se esfuerza por nacer a una nueva vida, procurando ser nuevas criaturas, como dice San Pablo en la Carta a los Romanos. Y este será el camino que se nos dió en el Bautismo y que ha sido como un nuevo nacimiento.
Por otra parte, podemos considerar también que se presenta como el Hijo primogénito, no en el sentido familiar que nosotros podemos entenderlo, sino en un sentido profundísimo que sobrepasa toda consideración natural y biológica. “En verdad –dice San Beda-, el Hijo de Dios que se manifiesta en la carne, es en un orden más alto no sólo Unigénito del Padre según la excelencia de su divinidad, sino también primogénito de toda criatura según los vínculos de su fraternidad con los hombres.”
LA VIRGINIDAD DE MARÍA
La Tradición cristiana nos enseña también la verdad de fe de la virginidad de María después del parto, que está en perfecto acuerdo con este carácter de primogénito de Cristo. Por eso, el Concilio del Letrán del año 649 afirmó que “si alguno no confiesa, de acuerdo con los Santos Padres, propiamente y según verdad, por Madre de Dios a la Santa y siempre Virgen María, que concibió por obra del Espíritu Santo, al mismo Dios Verbo propia y verdaderamente, que antes de todos los siglos nació de Dios Padre, e incorruptible le engendró, permaneciendo Ella, aún después del parto, en su virginidad, sea condenado” .
Además debe quedar claro que Cristo, en el Nacimiento, manifestó su divinidad y su humanidad. Por lo tanto, la fe cristiana debe confesar que Jesucristo es verdadero Dios y verdadero hombre. Y no manifestó en sí mismo la forma de siervo, como se dice en la Carta a los Filipenses, sino que al mismo tiempo dejó claro el poder de su divinidad. Efectivamente, la salvación que Cristo trajo a los humanos era y es para todos, sea cualquiera su condición y su raza. Así se dice en la Carta a los Colosenses: “No hay distinción entre gentil y judío, entre circunciso e incircunciso, entre bárbaro y escita, entre esclavo y libre: sino que Cristo es todo en todos”. Por eso, ya en su nacimiento, eligió para manifestarse a personas de diversa condición: a los pastores, a los Magos y a los justos Simeón y Ana. Como comenta San Agustín: “Los pastores eran israelitas: los Magos, gentiles; aquéllos estaban cerca; éstos, lejos. Unos y otros acudieron a Cristo como a la piedra angular”.
EL SALVADOR VINO A REDIMIRNOS
Por su parte, el ángel que se presentó a los pastores, para anunciarles que el Mesías acababa de nacer, les anuncia que el Niño que ha nacido es el Salvador, el Cristo, el Señor. Es el Salvador porque ha venido a redimirnos de nuestros pecados. Es el Cristo, es decir, el Mesías prometido en el Antiguo Testamento. Es el Señor, con lo cual se manifiesta la divinidad de Cristo, puesto que con este nombre quiso Dios ser llamado en el Antiguo Testamento. Y ese nombre se hará corriente entre los cristianos para nombrar e invocar a Jesús, y así confesará la Iglesia su fe para siempre: Creemos en un solo Señor Jesucristo, Hijo único de Dios.
Pero Cristo no es sólo Señor de los hombres, sino también de los ángeles. De ahí que éstos se alegren por el Nacimiento de Cristo y le tributen esta adoración: Gloria a Dios en las alturas. Y como los humanos estamos llamados a participar de la misma felicidad eterna que los ángeles, éstos expresan su alegría añadiendo en su alabanza: Y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad. Alaban al Señor –comenta San Gregorio Magno- poniendo las voces de su canto en armonía con nuestra redención; nos ven participando ya de su misma suerte y se congratulan por ello”.
OS DESEO UNA NAVIDAD PERMANENTE EN VUESTROS CORAZONES, QUE JESÚS HABITE POR SIEMPRE EN VOSOTROS. ÉL OS BENDIGA Y OS DÉ SU PAZ ALEGRÍA Y AMOR.

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