
La primera lectura que vamos a escuchar, del Segundo Libro de Samuel incide, sobre todo, en la ascendencia familiar de David sobre Jesús, a través de San José. Y es que para el pueblo judío la llegada del Mesías era una promesa que Dios había hecho a la estirpe de David.
En este salmo 88 hay frases de hondo contenido mesiánico y por ello está muy bien elegido en esta fiesta de San José. Pero hay que decir también que el salmo 88 tiene un contenido no homogéneo. Etán fue su primer redactor pero luego fue reelaborado para darle ese contenido mesiánico fijado en la figura del Rey David.
La Carta de Pablo a los Romanos hace referencia a Abrahán como padre de todos los creyentes, lo cual también es aplicable a Cristo que tomó el linaje humano para salvarnos. Y hemos de decir además, que Abrahán, apoyado en la esperanza creyó contra toda esperanza.
A la herencia davídica de Jesús, a través de José de Nazaret, se refiere el Evangelio de San Mateo, al igual que ya lo hemos escuchado en la primera lectura. Pero además el Evangelio nos revela que, como a José, nunca nos faltará el apoyo de Dios en situaciones difíciles y de difícil valoración para nosotros. El Ángel del Señor explicó a José cual era el Camino.
“La alegría de anunciar el evangelio”, es el lema del día del Seminario. La familia de Nazaret fue el primer seminario. La casa de José y María fue la escuela de valores donde Jesús creció en “edad, sabiduría y gracia”. Jesús aprendió de José de modo especial el oficio y así era conocido como el hijo del carpintero. Pero para entonces, cuando Jesús comenzó a ser conocido en Israel, muy posiblemente José habría fallecido. Las narraciones evangélicas no lo mencionan durante la vida pública del Señor. En su infancia, sin embargo, y antes incluso de su nacimiento, sí que nos hablan de José y de su fidelidad. Estando desposado con la Virgen María y comprendiendo que Ella esperaba un hijo sin que hubieran convivido, como era justo y no quería exponerla a infamia, pensó repudiarla en secreto. Así manifiesta su virtud: decidió retirarse del misterio de la Encarnación sin infamar a María y fue necesario que un ángel le dijera: José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa, pues lo que en ella ha sido concebido es obra del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados.
Como dice el evangelista, Dios puede contar con él. No se escandaliza de la concepción milagrosa de María, sino que se dispone, por el contrario, a hacer como el ángel le indica: al despertarse José hizo como el ángel del Señor le había mandado, y recibió a su esposa. Y, sin que la hubiera conocido, dio ella a luz un hijo; y le puso por nombre Jesús. Y así comienza su misión de padre del Redentor según el plan divino. Una tarea sobrenatural –como deben ser todas las tareas humanas– que vivió confiando en Dios mientras veía que Dios había confiado en él. Tras la visita de los Magos, cuando humanamente podría parecer que las circunstancias mejoraban después de los accidentados sucesos en torno al nacimiento del Niño, un ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: Levántate, toma al niño y a su madre, huye a Egipto y estate allí hasta que yo te diga, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo. Él se levantó, tomó de noche al niño y a su madre, y huyó a Egipto. Allí permaneció hasta la muerte de Herodes. No sabemos cuánto tiempo permaneció en Egipto con Jesús y María; el suficiente, en todo caso, para que debiera instalarse establemente en un país extraño, emplearse en una ocupación para mantener a la familia, aprender posiblemente un nuevo idioma, otras costumbres..., y sin saber hasta cuándo..., pues el ángel sólo le había dicho: estate allí hasta que yo te diga... Nuevamente resplandecen la fe y la fidelidad de José. En su fiesta, nos encomendamos al que fue siempre fiel a Dios, al que contó en todo con la confianza de su Creador. Le pedimos nos consiga de Dios la gracia de una fe a la medida de la suya cuando cuidaba de Jesús y de María; una fe que nos lleve a sentirnos más responsables con Dios, que también se hace presente en nuestra vida y confía en el amor de cada uno.



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