13 mayo 2017

DOMINGO V DE PASCUA - A- 14 DE MAYO


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La liturgia de Pascua sigue poniendo ante nuestra consideración textos del libro de los Hechos de los Apóstoles, retazos de la vida de los primeros cristianos. Ya hemos visto cómo vivían todos unidos con un solo corazón y con una sola alma, cómo se ayudaban los unos a los otros en todo lo que podían, moral y materialmente.
Sin embargo, hoy vemos que ya entonces hubo dificultades en la convivencia, roces entre unos y otros, opiniones encontradas. Entonces eran los cristianos de lengua griega contra los cristianos de lengua hebrea. No están conformes con su actuación y protestan, llegando a decir que es injusta, poco imparcial.
Los Apóstoles serán los encargados de dirimir la cuestión, serán los árbitros y jueces cuya decisión se aceptará incondicionalmente. Y como entonces, también luego, muchas veces a lo largo de los siglos, serán los sucesores de los Apóstoles, con el Papa a la cabeza, los que solucionen las cuestiones debatidas, los que digan la última palabra. A nosotros sólo nos queda aceptar con espíritu de fe lo que sea, estemos o no de acuerdo.
Ante las quejas, los Apóstoles responden: "No nos parece bien descuidar la Palabra de Dios para dedicarnos a la administración. Por tanto, hermanos, escoged a siete de vosotros, hombres de buena fama, llenos de espíritu de sabiduría, y los encargaremos de esta tarea; nosotros nos dedicaremos a la oración y al servicio de la Palabra" (Hch 6, 2-4).
Era lo propio de ellos, rezar y predicar. Lo otro, el atender a los pobres, con ser una cosa muy buena, no era propiamente lo suyo. Ellos habían de tener tiempo para la oración y para proclamar el mensaje de Cristo. Por eso deciden que propongan a siete hombres de buen espíritu y de buena formación, para que atiendan al servicio de beneficencia.
Son los primeros diáconos. Es digno de notar cómo son los Apóstoles los que les imponen las manos, consagrándolos para la misión que se les encomienda. El pueblo fiel sólo los propone, y eso porque los Apóstoles así lo determinan. Es un detalle más de la condición jerárquica, no democrática, de la Iglesia. Cristo mismo lo quiso así, y por mucho que soplen los aires de una fácil demagogia, la Iglesia no podrá cambiar sus estructuras, las que el Señor instituyó.
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Son muchas las ocasiones en que Jesucristo anima a los suyos, exhortándolos a que no tengan miedo, a que no pierdan la calma. En otras ocasiones les echa en cara su falta de fe, su actitud apocada o temerosa. Para un hombre que cree en el poder y el amor de Dios, no es concebible el miedo y la angustia. En esta ocasión que consideramos, las palabras de Jesús fueron pronunciadas en la última Cena, en la víspera de su pasión y muerte. Por eso tienen un mayor significado y valor.
Hay muchas moradas en la mansión del Padre, les dice, hay sitio para todos. Algunos han interpretado estas palabras como reconocimiento de que hay múltiples formas de caminar hacia Dios, y que pueden ser divinos todos los caminos de la tierra. Desde luego, es cierto que Dios, al querer libre al hombre, permite muchas maneras de amarle y de servirle. Esto nos ha de animar a caminar por nuestro propio sendero, con alegría y con decisión, conscientes de que si lo recorremos con la mirada puesta en Dios, amándole con toda el alma, nuestro camino, sea el que sea, nos llevará hasta la meta ansiada, hasta la salvación eterna de nuestra alma.
Todo camino humano, por tanto, puede ser divino. Para ello es preciso recorrerlo, decíamos, con la mirada puesta en Dios, queriéndole sobre todas las cosas. Jesús nos lo específica y aclara todavía más, nos señala sin titubeos el camino, diciéndonos que él mismo es el Camino, la Verdad y la Vida. Por eso es necesario que todos los caminos humanos, para ser divinos, han de pasar de una forma u otra por Cristo mismo. Es decir, en nuestro caminar de cada día hemos de procurar imitar a Cristo, ser fieles a su doctrina de paz y de gozo, de esfuerzo y de lucha.
De aquí la importancia de contemplar con frecuencia la vida de Cristo, de escuchar y de meditar sus palabras, de tratarle en la oración, de recibirle en nuestra alma en la Sagrada Comunión, limpios y fortalecidos con la recepción frecuente del sacramento de la Penitencia. Hay que vivir con el afán constante de no apartarnos nunca de Cristo y de estar pendiente de él, hagamos lo que hagamos. De ese modo nos iremos pareciendo más y más a Jesús, llegaremos a identificarnos con él, hasta el extremo de que su camino sea nuestro propio camino.
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En la primera lectura, tomada del Libro de los Hechos de los Apóstoles, se suscita el primer problema "administrativo" en la Iglesia. El número de fieles aumentaba y los Apóstoles tenían la necesidad de emplearse a fondo en la transmisión de la Palabra de Dios. Y así se decide nombrar siete diáconos para atender al servicio de los fieles. Aparece el diaconado, pues, en la historia de la Iglesia. De ellos, Esteban se convertiría en el primer mártir de la Iglesia y Felipe predicaría con la misma intensidad que los Apóstoles.
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El salmo 32 es extenso y la liturgia ha tomado unos cuantos versos para la proclamación. El versículo responsorial está tomado del final, del último verso. Y el primero que cantaremos es también el primero del salmo. La elección es adecuada y refleja la esencia de este salmo considerado por los judíos contemporáneos de Jesús como un himno dirigido al Dios poderoso y providente. Y, en efecto, es una oración dirigida a Dios que vela por nosotros y que como respuesta –utilizando el salmo—reflejamos nuestro deseo ardiente de amar a Dios y de que todos nosotros –todos los hermanos y hermanas—le amen por encima de todo.

La segunda lectura se hace continuando el relato de la Primera Carta del Apóstol San Pedro que leemos en estos domingos de Pascua. Y la epístola del Primer Papa de la Iglesia de Cristo consagra la condición sacerdotal de todo el pueblo elegido de Dios. Pocos textos de la Sagrada Escritura condensan tan bien esa condición del sacerdocio compartido por todos los bautizados.

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El Evangelio de San Juan que leemos hoy establece la identidad trinitaria entre el Padre y el Hijo, cuando Felipe, el Apóstol, pregunta a Jesús que le muestre al Padre la respuesta es inequívoca: quien ha visto a Jesús a visto al Padre. Además de la respuesta a Tomás, Jesús, mostrará el camino nuevo para todos los hombres y mujeres también de manera muy concreta. Porque Él es el Camino, y la Verdad, y la Vida.
   

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