03 junio 2017

DOMINGO DE PENTECOSTÉS 4 DE JUNIO

DOMINGO DE PENTECOSTÉS CICLO A  

SEÑOR ENVÍA TU ESPÍRITU, QUE RENUEVE LA FAZ DE LA TIERRA


Llenos del Espíritu
Hch 2,1-11; 1Cor 12,3-7.12-13; Jn 20,19-23
“Se llenaron todos de Espíritu Santo”.
He aquí la característica principal de la Iglesia primitiva tal como los Hechos de los Apóstoles nos la presentan. Es el Espíritu Santo quien pone en marcha a la Iglesia. Es su alma y su motor. Sin Él, la Iglesia es un grupo de hombres más, sin fuerza, sin entusiasmo, sin vida. He aquí el secreto de la Iglesia: no con “algo” de Espíritu Santo, sino “llenos” de Él; y llenos no alguno, sino “todos”.
Aquí radican también todos los males de la Iglesia: En la falta de Espíritu. Por eso, la solución a los problemas y dificultades de la Iglesia no consisten en una mejor organización o en un cambio de métodos, sino en volver a sus orígenes, a su identidad más profunda: Que cada uno de sus miembros acepte dejarse llenar de Espíritu Santo. Sin esta vida en el Espíritu todo lo demás será completamente estéril.
Este es el pecado de la Iglesia de nuestros días, nuestro pecado: intentar combatir con las armas de este mundo, con armas humanas, que son impotentes e inútiles, dejando de lado la fuerza infinita y omnipotente del Espíritu Santo. Una Iglesia o un cristiano que olvidan al Espíritu Santo son una Iglesia o un cristiano que reniegan de su identidad, de lo que les constituye como tales. Una Iglesia o un cristiano que olvidan al Espíritu Santo son como un cuerpo sin alma: está muerto, no tiene vida, no da fruto ni puede darlo.
“Recibid el Espíritu Santo”.
Cristo da a su Esposa la Iglesia el don del Espíritu, el único que la hace fecunda. Pentecostés funda y edifica la Iglesia. Para esto ha muerto Cristo, para darnos el Espíritu que brota de su costado abierto. Cristo quiere a su Esposa, en este final del segundo milenio, llena de hermosura, santa, fecunda. Para eso le da su Espíritu, el Espíritu que viene no sólo a santificar a cada uno, sino a santificar y a acrecentar la Iglesia, y, a través de ella, a renovar la faz de la tierra.


   COMO EL PADRE ME ENVIÓ A MÍ, YO TAMBIÉN LOS ENVÍO A VOSOTROS
Jesús anuncia a los apóstoles que ellos van a ser sus “enviados,” como El lo es del Padre. Es un tema constante en los evangelios. Ellos son los “apóstoles” (Mt 28:19;Jn 17:18, etc.).
Jesucristo tiene todo poder en cielos y tierra y los “envía” ahora con una misión concreta. Los apóstoles son sus enviados con el poder de perdonar los pecados. Para ese tiempo, ese envío era algo insólito. En el Antiguo Testamento, sólo Dios perdonaba los pecados. Por eso, de Cristo, al considerarle sólo hombre, decían los fariseos escandalizados: Este “blasfema. ¿Quién puede perdonar los pecados sino sólo Dios?” (Mc 2:7).
4.     AL DECIRLES ESTO, SOPLÓ SOBRE ELLOS Y AÑADIÓ: “RECIBID EL ESPÍRITU SANTO”
El Espíritu Santo es el “don” por excelencia, infinito como infinito es Dios; aunque quien cree en Cristo ya lo posee, puede sin embargo recibirlo y poseerlo cada vez más. La donación del Espíritu Santo los Apóstoles en la tarde de la Resurrección demuestra que ese don inefable está estrechamente unido al misterio pascual; es el supremo don de Cristo que, habiendo muerto y resucitado por la redención de los hombres, tiene el derecho y el poder de concedérselo. La bajada del Espíritu en el día de Pentecostés renueva y completamente este don, y se realiza no de una manera íntima y privada, como en la tarde de Pascua, sino en forma solemne, con manifestaciones exteriores y públicas indicando con ello que el don del Espíritu no está reservado a unos pocos privilegiados sino que está destinado a todos los hombres como por todos los hombres murió, resucitó y subió a los cielos Cristo. El misterio pascual culmina por lo tanto no sólo en la Resurrección y en la Ascensión, sino también en el día de Pentecostés que es su acto conclusivo.
5.     “LOS PECADOS SERÁN PERDONADOS A LOS QUE SE LOS PERDONEN, Y SERÁN RETENIDOS A LOS QUE VOSOTROS  SE LOS RETENGAN”.
Al decir esto, “sopló” sobre ellos. Es símbolo con el que se comunica la vida que Dios concede (Gen 2:7; Ez 37:9-14; Sab 15:11). Por la penitencia, Dios va a comunicar su perdón, que es el dar a los hombres el “ser hijos de Dios” (Jn 1:12): el poder de perdonar, que es dar vida divina. Precisamente en Génesis, Dios “sopla” sobre Adán el hombre de “arcilla,” y le “inspiró aliento de vida” (Gen 2:7) Por eso, con esta simbólica sopladura explica su sentido, que es el que “reciban el Espíritu Santo.” Dios les comunica su poder y su virtud para una finalidad muy concreta: “Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan”.
Aquí el regalo del Espíritu Santo a los apóstoles tiene una misión de “perdón.” Los apóstoles se encuentran en adelante investidos del poder de perdonar los pecados. Este poder exige para su ejercicio un juicio. Si han de perdonar o retener todos los pecados, necesitan saber si pueden perdonar o han de retener. Evidentemente es éste el poder sacramental de la confesión.
Por otra parte, para no confundirse, esta no es la promesa del Espíritu Santo que les hace en el evangelio de Juan, en el Sermón de la Cena (Jn 14:16.17.26; 16:7-15), ya que en esos fragmentos se les promete al Espíritu Santo, que se les comunicará en Pentecostés, una finalidad “defensora” de ellos e “iluminadora” y “docente.” En este relato san Juan trata sólo del poder que se confiere del perdón de los pecados. “Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que vosotros se los retengais"”.

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6.     EL ESPÍRITU DEL SEÑOR LLENÓ TODA LA TIERRA, Y ÉL QUE DA UNIDAD A TODAS LAS COSAS, HABLA CON SABIDURÍA. (Sab 1, 7)
Esta realidad, anunciada en el libro de la Sabiduría, se cumplió en toda su plenitud el día de Pentecostés, cuando los Apóstoles y los que estaban con ellos se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas extranjeras, cada uno en la lengua que el Espíritu le sugería” (Hech 2, 4).
Pentecostés es el cumplimiento de la promesa de Jesús: Pero yo les digo la verdad: conviene que yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá a ustedes el Paráclito; pero si me voy, se los enviaré: (Jn 16,7); es el bautismo anunciado por él antes de subir al cielo: “serán bautizados en el Espíritu Santo” (Hech 1, 5); como también el cumplimiento de sus palabras:”El último día de la fiesta, el más solemne, Jesús puesto en pie, gritó: “Si alguno tiene sed, venga a mí, y beba el que crea en mí , como dice la Escritura: De su seno correrán ríos de agua viva. Esto lo decía refiriéndose al Espíritu que iban a recibir los que creyeran en él. Porque aún no había Espíritu, pues todavía Jesús no había sido glorificado. (Jn 7, 38-39)  No había sido dado en su plenitud, pero no quiere decir que el Espíritu faltara a los justos. El Evangelio o atestigua de Isabel, de Simeón y de otros más. Jesús lo declaró de sus Apóstoles en la vigilia de su muerte: “ustedes le conocen, porque permanece con ustedes” (Jn 14, 17); y más aún en la tarde del día de Pascua, cuando apareciéndose a los Once en el cenáculo, “sopló y les dijo: Recibid el Espíritu Santo”
7.     VEN, ESPÍRITU SANTO, LLENA LOS CORAZONES DE TUS FIELES Y ENCIENDE EN ELLOS EL FUEGO DE TU AMOR. ALELUYA.
Pentecostés, no es un hecho que sucedió cincuenta días después de la Pascua para que haya quedado cerrado y cumplido, esto es una realidad vigente y presente, y cada vez estamos mas deseosos de poder atenderlo y recibirlo con toda plenitud, agrandemos nuestro corazón para recibirlo efusivamente, como en la secuencia de la liturgia de Pentecostés que incluye hoy un himno de súplica y alabanza al Espíritu Santo
Ven, Espíritu Santo, y envía desde el cielo un rayo de tu luz. Ven, Padre de los pobres, ven a darnos tus dones, ven a darnos tu luz. Consolador lleno de bondad, dulce huésped del alma, suave alivio de los hombres. Tú eres descanso en el trabajo, templanza de las pasiones, alegría en nuestro llanto. Penetra con tu santa luz en lo más íntimo del corazón de tus fieles. Sin tu ayuda divina no hay nada en el hombre, nada que sea inocente. Lava nuestras manchas, riega nuestra aridez, sana nuestras heridas. Suaviza nuestra dureza, elimina con tu calor nuestra frialdad, corrige nuestros desvíos. Concede a tus fieles, que confían en ti, tus siete dones sagrados. Premia nuestra virtud, salva nuestras almas, danos la eterna alegría.
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El domingo de Pentecostés recoge toda la alegría pascual como un haz de luz resplandeciente y la difunde con una impetuosidad incontenible no sólo en los corazones, sino en toda la tierra. El Resucitado se ha convertido en el Señor del universo: todas las cosas tocadas por él quedan como investidas por el fuego, envueltas en su luz, se vuelven incandescentes y transparentes ante la mirada de la fe. Ahora bien, ¿es posible decir que «Jesús es el Señor» sólo con la palabra?
Que Jesús es el Señor sólo puede ser dicho de verdad con la vida, demostrando de manera concreta que él ocupa todos los espacios de nuestra existencia. En él, todas las diferencias se convierten en una expresión de la belleza divina, todas las diferencias forman la armonía de la unidad en el amor. Hemos sido reunidos conjuntamente «para formar un solo cuerpo» y, al mismo tiempo, tenemos dones diferentes, diferentes carismas, cada uno tiene su propio rostro de santidad. El amor, antes que reducirlo, incrementa todo lo que hay de bueno en nosotros y nos hace a los unos don para los otros. Sin embargo, no podemos vivir en el Espíritu si no tenemos paz en el corazón y si no nos convertimos en instrumentos de paz entre nuestros hermanos, testigos de la esperanza, custodios de la verdadera alegría.


A TRAVÉS DE MARÍA NOS VIENE EL ESPÍRITU














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