21 julio 2017

DOMINGO XVI T. ORDINARIO A 23 DE JULIO


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"Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres" nos dice la primera lectura, que procede del Libro de los Hechos de los Apóstoles y relata la muerte de Santiago. Y es que el ministerio apostólico vive su vida en comunión con la de Jesús, su destino es ser servidor, y su vivir con humildad, riesgo, sufrimiento y entrega.

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Vamos a meditar  el salmo 66. Se trata de un salmo para cantarlo en la procesión de acceso al Templo. También lo cantaban los peregrinos que marchaban hacia Jerusalén. Y refleja el deseo ardiente de que todos los hombres –sean del país que sean— alaben a Dios. Repite todo el salmo una gran alegría y enorme esperanza. Esos aspectos ya vistos por los judíos contemporáneos de Jesús son perfectamente válidos para nosotros.

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Del Apóstol San Pablo es la segunda lectura de hoy. Y está sacada de la Segunda Carta a los Corintios, donde leemos: "este ministerio lo llevamos en vasijas de barro"; y que, realmente, guardamos en el interior de nuestra fragilidad, para que se vea que todo es gracia, todo obra de Dios, y desde esta fragilidad tenemos que anunciar la Palabra; teniendo en cuenta que no podremos hacerlo si antes no lo hemos asumido, creído y vivido.

El evangelio de Mateo --leemos hoy un fragmento del capítulo 20-- nos muestra cómo en la Iglesia no puede haber rivalidades por obtener los primeros puestos. La Iglesia de Jesucristo, es una Iglesia abierta a todos; donde todos son iguales, donde se acoge al pobre, se perdona al pecador.
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La parábola de la cizaña es una enseñanza justa, precisa y muy importante. El Hijo de Dios nos recuerda que el mal existe y que quien lo siembra es el Maligno. El texto del Evangelio de Mateo es claro, conciso e inequívoco. Es verdad que asistimos a muchos episodios de maldad humana y ello nos puede llevar a suponer que es una realidad contingente y cercana, solo imputable al hombre. Por ello, entonces, podríamos suponer que la bondad es obra nuestra también y que solo es generada por nuestro buen corazón. Tampoco es así. La semilla de bondad que reina en nuestras almas ha sido plantada por Dios, por medio de la Palabra --el Verbo-- que es su Hijo. El mal está en nuestra naturaleza, por causa del pecado original. Esa desobediencia cósmica, profunda, inducida por el Malo, cambió el curso de la creación. Pero, además, el mal anida en nosotros, por miles de actos que constituyen un enfrentamiento con Dios. No es sólo un problema de inclinaciones dentro de una naturaleza torcida. Cada vez que hacemos el mal y, entendemos perfectamente, que es una forma más de oponerse a Dios. No debemos tener miedo al mal, pero tampoco desconocerlo o disculparlo a ultranza. El mal --el Maligno-- será derrotado definitivamente al final de los tiempos, pero mientras tanto ejercerá su reinado.
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Hoy nos podemos hacer la pregunta que más se han formulado los humanos de todos los tiempos. ¿Por qué existe el mal y por qué Dios lo permite? El mal no existe como una prueba, ni como un test, ni tampoco como un inconveniente que haga brillar a los mejores y hundirse a los peores. El mal existe por voluntad de quienes, un día, se rebelaron, porque Dios hizo su creación en libertad. No fabricó unas marionetas, constantemente manejadas por hilos. Creó seres libres, ya que la libertad está en la esencia divina. Y los ángeles, espíritus puros, también asemejados a Dios, tienen su libertad y optan a ella. Cuando se produjo la rebelión angélica se estaba creando el imperio del mal. No por decisión divina, si no por voluntad de sus ejecutores. El Episodio del Edén, el engaño demoníaco frente a un árbol prohibido, tuvo su acción inductora, pero la responsabilidad fue de quienes comieron. El desafío era convertirse en dioses e iniciar su propia auto-adoración. Pues, como ahora. El gran pecado de la soberbia no es otra cosa que preferirse a uno mismo, en lugar de Dios y de los hermanos. Todo acto de rebeldía contra Dios no es un gesto inconsciente. Se trata de hechos concretos con su graduación en el mal perfectamente mensurable y basado en hechos reales.
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Hay una resolución al antagonismo entre el bien y el mal, en el tiempo y en el espacio. Y se resolverá en los últimos días, cuando vengan los ángeles a segar. En toda la historia de la Salvación ese momento final está muy presente. Es posible que con la noción de la benevolencia divina, pudiéramos pensar que el mal --y el Maligno-- desaparecerían sin mal, ni daño. Nos cuesta trabajo pensar en lo terrible de una condenación eterna, cuando sabemos que Dios es Padre y quiere a sus creaturas. Pero no podemos dejar de reconocer que son muchas las gentes que llevan su rebeldía hasta niveles profundos y definitivos. Militan en el Mal de tal manera, que no quieren salir de esa situación. Ya no será un leve engaño, ni una torpeza salida de tal engaño. Es una opción terrible y completa. Debemos de enfrentarnos con seriedad y conocimiento al hecho de la existencia del mal. Y no esconderlo entre los pliegues de una tolerancia mal entendida. Pero una vez aceptado ese hecho, nuestra obligación es pedir a Dios "que todos los hombres se salven", porque es lo que el Señor quiere. Es más que obvio que todos, con la ayuda de Dios podemos obviar el mal.
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"El Señor está cerca de los atribulados". El Señor cuida de que sus Hijos no se pierdan. Hay gracia sobreabundante donde reinó el pecado. No podemos dar por asumido ese juego maniqueo del bien y del mal, por el cual cada uno se alinea en un lado o en otro, como en un partido de fútbol. El bien vence al mal con la ayuda de Dios. Y ese es el camino. Tenemos la obligación de luchar urgentemente contra el mal y sacar de sus garras a nuestros hermanos. No hay reparto previo de malos y buenos en cantidades prefijadas. "Tú, Señor, eres bueno y clemente", dice el salmo que cantamos hoy. Y es perfectamente expresivo y diría que muy útil. Se trata de rezar siempre invocando la bondad y la clemencia de Dios, pues esa será la llave de la Salvación. La Esperanza total de que un día seremos salvos por la generosidad de Dios, no nos puede hacer olvidar que el mal está en nosotros. Pero también Dios está cerca para escuchar los gemidos de nuestro corazón "humilde y contrito".

El fragmento del Libro de la Sabiduría, que leemos hoy nos muestra el deseo de Dios de perdonar y de olvidar, cuantas veces fuese necesario, el pecado del hombre. Dice la Escritura: "y diste a tus hijos la dulce esperanza de que, en el pecado, das lugar al arrepentimiento". Dulce esperanza es una excelente expresión muy oportuna para ser meditada hoy. Es el Dios --Padre Nuestro-- que va siempre tras su pueblo, procurando su regreso y su arrepentimiento. Pero va a ser San Pablo quien afine aún más la acción divina en nosotros y dentro de la búsqueda del arrepentimiento y de la paz. Dice Pablo: "El Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad, porque nosotros no sabemos pedir lo que nos conviene, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables". No hemos de temer por nuestros pocos medios personales, ni por una voluntad rota, ni por, tampoco, la repetición de nuestras faltas. Llegará el equilibrio, vendrá el Espíritu en nuestra ayuda.
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Por tanto, el reconocimiento de la existencia de la cizaña, no significa nada más que el reconocimiento de que existe. No se trata de una afirmación de su poder o de su capacidad para doblegarnos. No es dicho reconocimiento un planteamiento pesimista, ni truculento. Es la constatación de una realidad que nos circunda. Debemos de releer después de la Eucaristía el fragmento del Evangelio de San Mateo que hoy hemos proclamado. Jesús nos dice que existe el Mal y nos lo muestra para que no seamos engañados por "falsas bondades". Hemos de protegeremos del engaño del Maligno, pues sus armas preferidas son precisamente esas mentiras con aspecto de verdades entretejidas especialmente para nosotros, con parte de los materiales --malos-- que tenemos dentro. Jesús nos avisa de ese peligro. Hemos de escucharle. Hoy y siempre.
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