24 agosto 2017

DOMINGO XXI DEL T. ORDINARIO CICLO A 27 DE AGOSTO


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La primera lectura, sacada del capítulo 22 del Libro de Isaías, nos presenta la semejanza de los hombres de todos los tiempos. El profeta nos muestra que ya en aquel tiempo había abusos de poder, negocios no muy claros y nos enseña cómo Dios pone fin a esta situación. También nosotros como creyentes tenemos que estar dispuestos a poner fin a muchas situaciones, no viviendo de forma superficial y haciéndolo desde el evangelio aunque ello a veces nos complique la vida. Puede ser que eso no cambie las cosas, pero al menos no nos sentiremos cómplices de la injusticia.
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 El salmo 137 que proclamamos hoy recuerda el agradecimiento de David a Dios por los dones recibidos a lo largo de su vida. Se utilizaba, tambièn, entre los judíos contemporáneos de Jesús como himno de agradecimiento a Dios por los bienes recibidos y, también, de petición de amparo al Señor ante los momentos de peligro. También, en ese sentido nos puede servir a nosotros. Dios espera nuestro agradecimiento.
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 San Pablo, en el breve fragmento de la Carta a los Romanos que conforma nuestra segunda lectura de hoy, nos hace ver lo poco que somos, la pequeñez de nuestro corazón respecto a la ciencia y la sabiduría inagotables de Dios. ¡Cuántas cosas creemos hacer por Dios! Sacrificios, renuncias, obras buenas y no nos damos cuenta que no tenemos que hacernos ilusiones, los dones de Dios siempre llegan antes que nuestros actos.
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En el evangelio, del capítulo 16 de San Mateo, Jesús hace un sondeo de opinión y como siempre distinto al nuestro. Le interesa el sondeo de nuestra fe, pero personalmente. ¿Quién soy yo?, te dice. ¿Quién soy para ti? ¿Qué represento a tus ojos? ¿Cuánto cuento en tu vida? En consecuencia, ¿Quién eres tú? Jesús espera algo más que una simple declaración convencional. Los demás también esperan de nosotros una respuesta que no sea teórica, se trata de proclamar con la vida quién es Cristo para nosotros.

"Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo". Probablemente Jesús formula la pregunta sobre su identidad en Cesarea, ciudad situada en la costa mediterránea y reconstruida por Filipo, hijo de Herodes el Grande. Lo hace en territorio semi-pagano y rodeado de sus discípulos. Estos tratan de dar una respuesta comenzando por lo que opina la gente de fuera de la comunidad. Sólo los que están dentro son capaces de responder adecuadamente. Y lo hace Pedro, como portavoz de los discípulos. Acierta plenamente cuando dice "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo". Probablemente en aquel momento no sabía lo que decía, pero acierta. También nosotros acertamos cuando repetimos de memoria lo que hemos aprendido en el catecismo sobre la divinidad de Jesús. Pero no es eso lo importante, lo que cuenta de verdad es si sabemos lo que decimos cuando decimos las palabras del Credo relativas al Hijo de Dios. Y sobre todo si lo que decimos con los labios lo seguimos con el corazón.

"¿Y tú, quién dices que soy yo?". La pregunta que hizo Jesús a sus discípulos nos la hace hoy a cada uno de nosotros: "¿Y tú, quién dices que soy yo?". Traducido en palabras más fáciles y concretas: "¿para ti, quién soy yo?". Para responder de verdad examina tu vida y contempla: ¿qué lugar ocupa en tu vida, en tus proyectos, en tus actos, en tu proyecto personal, Jesús de Nazaret? Porque no te está preguntando cuánto sabes de Él, sino qué importancia tiene en tu vida. Dicen que un hombre contaba emocionado su experiencia de Jesucristo. Entonces un amigo le dijo: "Puesto que conoces a Jesús, sabrás decirme muchas cosas de El: dónde nació, en qué país vivió, qué trabajo tenía, cómo era su familia, qué es lo hacía o decía". Pero nuestro hombre no sabía qué decir. Simplemente, respondió así: "Mira, yo antes era un alcohólico, maltrataba a mi mujer y a mis hijos, perdí mi trabajo... Pero desde que conocí a Jesucristo dejé la bebida, encontré otro trabajo y en mi casa hay una gran paz. Esto se lo debo a Jesucristo, y esto es lo que yo conozco de Él". Este hombre respondió muy bien a la pregunta de Jesús, porque lo hizo con su vida, no con teorías.
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Necesitamos tener experiencia de Jesucristo. Si somos sinceros hemos de reconocer que todavía no estamos convertidos a Jesucristo, porque todavía Jesús de Nazaret no ha entrado en nuestra vida. Tenemos un barniz de cristianos;  nos parecemos a una piedra arrojada al fondo de un lago. Por fuera parece que está mojada, pero el agua no ha penetrado sus poros. Así ocurre con nosotros cuando no dejamos que la Palabra de Dios penetre en nuestro interior y cuestione nuestra vida. Necesitamos tener experiencia de Jesucristo. ¿Estás dispuesto a seguir a Jesucristo? Si lo haces no te equivocarás y serás feliz. Plantéate en serio: ¿Quién es Jesús para ti?


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