07 octubre 2017

DOMINGO XXVII DEL TIEMPO ORDINARIO CICLO A 8 DE OCTUBRE


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En la primera lectura el profeta Isaías hace una amonestación a la gente de su tiempo, la cual, hoy, nos interpela hoy a nosotros: son los frutos los que cuentan, son las obras las que tienen valor a los ojos de Dios. No sirve que seamos conocedores de todos los dogmas, ni de las verdades, ni de los poderes, si no producimos los frutos que el Reino quiere, el Señor se quedará triste al contemplar hoy su viña. Y los frutos del Reino son: verdad, justicia, paz, perdón, acogida a los despreciados... y todo esto hecho desde la vida.
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 El salmo 79 es una súplica del salmista para que el Señor Dios restaure el Reino de Salomón, el momento más glorioso de Israel. La viña es la alegoría de la familia del Señor, citada muchas veces en el Antiguo Testamento. Hoy, este salmo 79, que proclamamos guarda una completa correspondencia con el Evangelio y con la primera lectura.
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 Hay que poner nuestra confianza en el Señor, como dice la segunda lectura, sacada de la Carta San Pablo a los Filipenses. Hoy se respira una gran falta de fe, la vida de muchos está marcada por la ansiedad y la angustia, y Pablo de Tarso nos apremia a que recuperemos la fe perdida; y él mismo nos dice como encontrarla: en la oración.
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El Evangelio de San Mateo nos cuenta como se aperciben los jefes de los sacerdotes y los fariseos de que las palabras de Jesús, que narran la parábola de la viña y de sus arrendadores asesinos, se refieren a ellos. También hoy se refieren a nosotros, pero, ¿somos capaces de reconocer que se refieren a nosotros, a nuestros graves delitos? No, porque, normalmente, cuando oímos en boca de Jesús cosas que no nos gustan, siempre creemos que las dice por los demás o para personas que otras épocas. Jesús de Nazaret nos habla directamente a nosotros, todos los días, a todas las horas.
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Seguimos en la última semana de la vida de Jesús centrada en su actividad misionera en Jerusalén. El rechazo del Mesías en Jerusalén se agrava cada día. El fragmento proclamado hoy es una parábola a través de la cual Jesús exhorta de manera urgente a los dirigentes de Israel. La parábola está incluida naturalmente en un diálogo polémico en el que Jesús inicia la ofensiva contra los sumos sacerdotes y senadores. Describe su situación dramática.

¡Nueva advertencia sumamente grave a los dirigentes espirituales!
Había un propietario que plantó una viña... El relato, en sus líneas principales, es natural y realista por lo que resulta muy verosímil, si tenemos en cuenta las condiciones del país en aquel tiempo. Sabemos que las fincas importantes estaban a menudo en manos de extranjeros, por lo que podemos suponer que el descontento agrario iba de mano con el sentimiento nacionalista. Se daban, pues, todas las condiciones para que la negativa a pagar la renta fuera el preludio del asesinato y de la ocupación violenta de la tierra por el campesinado.


La parábola puede tomarse como una muestra de lo que pasaba en Galilea durante el medio siglo anterior a la rebelión general del año 66 d.C. La finalidad de esta parábola, como la de otras muchas, es la de justificar por qué el Evangelio es ofrecido a los pobres. Vosotros, los viñadores, los jefes del pueblo, no habéis querido recibir el mensaje evangélico, habéis acumulado rebeliones contra Dios; rechazáis, incluso, a su último Enviado; por eso, el Dueño entregará su viña a otros (Mc 12,9).
Es muy posible que ésta parábola haya sido dirigida a los sanedritas. Porque a partir del texto de Is 5,1-7, la viña es una imagen ya consagrada para significar el pueblo de Israel. Puesto que Jesús no habla de la viña, sino sólo de los viñadores, se puede pensar que no habla al pueblo, tomado en su conjunto, sino a sus responsables. También hoy esta referencia tiene especial sentido para los responsables encargados de llevar adelante la evangelización y la vida de la Iglesia. Es necesario tomar en serio las propias responsabilidades para el crecimiento en la fe auténticamente evangélica. ¡La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular!
Cuando vuelva el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos labradores?... Las parábolas de Jesús terminaban habitualmente con un interrogante explícito o implícito, porque una de las características de las parábolas de Jesús es suscitar en los oyentes la reflexión y la entrada en juego de lo que se pretende decir o enseñar con la parábola. Lo que sigue son reflexiones de la comunidad cuando aplicaba las parábolas a los que habían abrazado la fe. Jesús quiere que sus oyentes, los senadores y los sumos sacerdotes, entren en el desarrollo narrativo de la parábola y, desde la narración, al sentido.
Ellos eran los dirigentes del pueblo, de la viña del Señor. ¿Qué habían hecho con la viña? ¿Cómo habían cumplido la misión que se les había encomendado como dirigentes del pueblo? Necesitan reflexionar detenidamente. El relato les ha puesto ante la realidad desnuda de sus vidas y de su ministerio. La misión de Jesús, a la que se habían opuesto unos y otros, está llegando a su fin. Él representa la última oferta de Dios a su pueblo y a los hombres. Es necesario reaccionar con sabiduría y pronto. Es necesaria la vigilancia y la decisión.

Hoy, como ayer, esta parábola sigue siendo una denuncia a cuantos ostentan una misión de dirigentes en la sociedad y, especialmente, en la Iglesia. Es necesario leer esta parábola desde nuestra situación e interrogarnos qué estamos haciendo con el carisma y la misión recibidos en favor de los hombres y mujeres que constituyen la Iglesia, la viña del Señor.

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