28 octubre 2017

DOMINGO XXX DEL T. ORDINARIO CICLO A 29 DE OCTUBRE




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 En el evangelio del domingo pasado observamos cómo los fariseos quieren comprometer a Jesús para que responda si hay que obedecer a Dios o al Estado. Jesús aclara que la obediencia a Dios no impide los derechos de los ciudadanos. En esta misma línea, los fariseos vuelven al ataque, "para ponerlo a prueba" con esta pregunta: "¿cuál es el mandamiento principal de la Ley?". Ellos eran celosos cumplidores, al menos aparentemente, de las 613 leyes prescritas para todo buen judío. Jesús responde con las palabras del Deuteronomio: "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu ser" (Dt. 6,5), es decir con las tres facultades que definen la persona humana. Todo judío, según este texto, debía poner estas palabras en la frente, atarlas en su mano, escribirlas en las jambas de su casa.
La novedad de Jesús es asemejar este mandamiento primero al segundo: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo". Estas palabras aparecen ya en el capítulo 19 del libro del Levítico para evitar la venganza y el rencor contra "los hijos de tu pueblo". Jesús amplia este amor también hacia el extranjero, e incluso al enemigo. No por casualidad en el evangelio paralelo de Lucas viene a continuación la explicación de qué entiende Jesús como prójimo en la parábola del Buen Samaritano. Jesús no invita a ir en contra de la Ley, sino a situarnos más allá de ella, por encima de ella.
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El amor de Dios es gratuito y universal. Los fariseos habían deformado el espíritu inicial de la Ley. En el Código de la Alianza de la lectura del Éxodo, semejante a otros códigos procedentes de Oriente, se especifica la protección hacia los más débiles: los forasteros, las viudas, los huérfanos, los pobres que reciben dinero en préstamo. Está formulado en un sentido negativo: "no oprimirás, no explotarás..." Pero todo esto se cumple si hay amor. El amor nace de Dios porque "Dios es amor". En el salmo 17 se pone de manifiesto la bondad de Dios: "mi roca, mi alcázar, mi libertador, mi salvador". El amor de Dios es gratuito y universal. Ya no hay distinción entre razas, lenguas o culturas porque Dios es Padre de todos.
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"El que?". En el evangelio del domingo pasado observamos cómo los fariseos quieren comprometer a Jesús para que responda si hay que obedecer a Dios o al Estado. Jesús aclara que la obediencia a Dios no impide los derechos de los ciudadanos. En esta misma línea, los fariseos vuelven al ataque, "para ponerlo a prueba" con esta pregunta: "¿cuál es el mandamiento principal de la Ley?". Ellos eran celosos cumplidores, al menos aparentemente, de las 613 leyes prescritas para todo buen judío. Jesús responde con las palabras del Deuteronomio: "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu ser" (Dt. 6,5), es decir con las tres facultades que definen la persona humana. Todo judío, según este texto, debía poner estas palabras en la frente, atarlas en su mano, escribirlas en las jambas de su casa.
La novedad de Jesús es asemejar este mandamiento primero al segundo: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo". Estas palabras aparecen ya en el capítulo 19 del libro del Levítico para evitar la venganza y el rencor contra "los hijos de tu pueblo". Jesús amplia este amor también hacia el extranjero, e incluso al enemigo. No por casualidad en el evangelio paralelo de Lucas viene a continuación la explicación de qué entiende Jesús como prójimo en la parábola del Buen Samaritano. Jesús no invita a ir en contra de la Ley, sino a situarnos más allá de ella, por encima de ella.

El amor de Dios es gratuito y universal. Los fariseos habían deformado el espíritu inicial de la Ley. En el Código de la Alianza de la lectura del Éxodo, semejante a otros códigos procedentes de Oriente, se especifica la protección hacia los más débiles: los forasteros, las viudas, los huérfanos, los pobres que reciben dinero en préstamo. Está formulado en un sentido negativo: "no oprimirás, no explotarás..." Pero todo esto se cumple si hay amor. El amor nace de Dios porque "Dios es amor". En el salmo 17 se pone de manifiesto la bondad de Dios: "mi roca, mi alcázar, mi libertador, mi salvador". El amor de Dios es gratuito y universal. Ya no hay distinción entre razas, lenguas o culturas porque Dios es Padre de todos.
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 "El que dice que ama a Dios y odia a su hermano es un mentiroso". En una sociedad donde abunda el anonimato, la soledad, el vacío de cariño, es necesario anunciar que "Dios es compasivo". No basta con la justicia, con lo debido, hay que amar, porque el hombre de hoy necesita ser amado. Podemos gritar la respuesta del salmo: "Yo te amo, Señor, Tú eres mi fortaleza". Pero el amor de Dios se hace visible y concreto en el amor al prójimo. Ya lo dice San Juan: "el que dice que ama a Dios y odia a su hermano es un mentiroso" (1 Jn 4,20). Al final de nuestra vida se nos examinará del amor, no de si hemos cumplido muchas leyes, o hemos ido mucho al templo, o si sabemos mucho de religión o de vidas de santos. Hemos de entender el amor como Cristo lo entendió: como auto donación, como entrega de uno mismo. Un amor que es "ágape", fraternidad. Vivir como hermanos supone asumir un nuevo estilo de vida, unos valores nuevos que nos llevan a vivir en comunión con los excluidos, los marginados, los preferidos de Dios. Quizá nos hace falta despojarnos de todo el ropaje legalista y rutilante con que hemos cubierto nuestra fe. En la Eucaristía celebramos el amor de Dios. Cada vez que nos reunimos para partir el pan debe avivarse en nosotros el amor a los necesitados. Esta es la esencia de nuestra fe. dice que ama a Dios y odia a su hermano es un mentiroso". En una sociedad donde abunda el anonimato, la soledad, el vacío de cariño, es necesario anunciar que "Dios es compasivo". No basta con la justicia, con lo debido, hay que amar, porque el hombre de hoy necesita ser amado. Podemos gritar la respuesta del salmo: "Yo te amo, Señor, Tú eres mi fortaleza". Pero el amor de Dios se hace visible y concreto en el amor al prójimo. Ya lo dice San Juan: "el que dice que ama a Dios y odia a su hermano es un mentiroso" (1 Jn 4,20). Al final de nuestra vida se nos examinará del amor, no de si hemos cumplido muchas leyes, o hemos ido mucho al templo, o si sabemos mucho de religión o de vidas de santos. Hemos de entender el amor como Cristo lo entendió: como auto donación, como entrega de uno mismo. Un amor que es "ágape", fraternidad. Vivir como hermanos supone asumir un nuevo estilo de vida, unos valores nuevos que nos llevan a vivir en comunión con los excluidos, los marginados, los preferidos de Dios. Quizá nos hace falta despojarnos de todo el ropaje legalista y rutilante con que hemos cubierto nuestra fe. En la Eucaristía celebramos el amor de Dios. Cada vez que nos reunimos para partir el pan debe avivarse en nosotros el amor a los necesitados. Esta es la esencia de nuestra fe.
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En la primera lectura, procedente del Libro del Éxodo, ya se observa como el pueblo judío recibe la enseñanza de Dios de tratar bien al prójimo, incluso al forastero. Pero será Jesús quien dé universalidad a ese amor. Y es que las lecturas de hoy tienen una generosidad muy concreta, el amor; y nos expresan con la mayor claridad que, solamente cuando se ama de verdad al prójimo, existe en nuestro corazón el amor a Dios.

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 El salmo 17, que proclamamos hoy, estaba atribuido –como muchos otros—al Rey David y se consideraba como un “Tedeum” regio hecho por David al Señor para agradecer su victoria sobre todos sus enemigos y, especialmente, sobre Saúl. Para nosotros hoy es un canto al Dios fuerte y misericordioso que nos acompaña en todos los pasos de nuestra vida.

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San Pablo en la segunda lectura nos pone como ejemplo la comunidad de Tesalónica, que se ha convertido en modelo para los demás creyentes. Y todo ello ha sido posible por dos motivos esenciales: ha acogido con gozo la Palabra de Dios, y ha sido capaz de convertirse. Y tal ejemplo, que iba siendo conocido, por las demás comunidades cristianas o no cristianas de ese tiempo, daba a la Palabra una nueva fuerza: había empezado a ser misionera.
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 El cerco de los saduceos y fariseos a Jesús se refleja en los textos evangélicos de Mateo, leídos los domingos anteriores y entre ellos la trampa del denario. Hoy le quieren probar preguntándole cual es la doctrina fundamental. Y Él expone con lenguaje del Antiguo Testamento la doctrina del amor. Pues ella está incluida en la plegaria que los judíos rezaban todas las mañanas: “Escucha Israel amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón". Jesús creará además la religión del amor llevándola hasta el hecho difícil para la mentalidad humana de amar también a los enemigos

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