Se llama taumaturgo al que hace muchos milagros. A este santo lo llaman así porque según decía la gente, desde tiempos de Moisés no se había visto a un simple hombre obrar tantos milagros como los que el Espíritu hizo por él.
Gregorio nace en Neocesárea del Ponto (Turquía), cerca del Mar Negro, de una familia pagana. Sus padres de familia noble lo encauzan hacia el estudio de las leyes. De joven tiene que viajar a Cesarea, en Palestina, a acompañar a una hermana, y allá conoce al sabio más grande de su tiempo que es Orígenes, el cual había puesto una escuela de teología en esa ciudad. Desde el primer encuentro el sabio Orígenes se da cuenta de que Gregorio posee unas cualidades excepcionales para el estudio y lo recibe en su famosa escuela. Lo dedica enseguida a que lea todo lo que los antiguos autores han escrito acerca de Dios, y el joven se va dando cuenta de que lo verdaderamente admirable y cierto acerca de Dios es lo que dice la santa Biblia, y se convierte al cristianismo y se hace bautizar.
Fascinado por la personalidad de Orígenes, el joven Gregorio renuncia a su antiguo plan de dedicarse a la abogacía y se consagra totalmente a los estudios religiosos. Más tarde dirá: «Cuando estábamos estudiando, nuestro maestro Orígenes era para nosotros como un ángel de la guarda. Siempre cuidaba de nosotros con un interés increíble. Parecía que cuando íbamos a sus clases el ángel guardián no tenía nada que hacer porque el maestro Orígenes lo reemplazaba cuidando amorosamente a cada uno de nosotros. Nos guiaba por el camino de la virtud no sólo con sus luminosas palabras sino con los admirables ejemplos de su buen comportamiento».
Al llegar a su patria, a su ciudad Neocesarea del Ponto, es nombrado obispo, y empieza entonces una cadena incontable de milagros. San Gregorio de Nisa, al hacer el discurso fúnebre de nuestro santo, narra unos cuantos como por ejemplo el poder tan extraordinario que tenía de expulsar los malos espíritus. En cierta ocasión dos familias se peleaban a muerte por un manantial de agua. Viendo que la pelea no acababa nunca, el santo le envió una bendición al manantial y éste se secó y ya no hubo más peleas. La casa del obispo Gregorio estaba siempre llena de gente aguardando en su puerta para que les diera una bendición. Él los instruye en la fe y luego les obtiene de Dios su curación. Y así con su predicación y sus milagros logra aumentar enormemente el número de cristianos en aquella ciudad.
San Gregorio taumaturgo necesita construir un nuevo templo porque el número de creyentes ha aumentado mucho, pero no tiene más terreno que un cerro abrupto. Y un día dice: «Vamos a ver si es cierto lo que Jesús dijo: 'si tienen fe, podrán decir a un monte: ¡quítate de ahí!, y éste obedecerá'». Y se pone a orar con mucha fe, y sobreviene un terremoto y el cerro se derrumba quedando una buena explanada para construir el templo.
San Gregorio de Nisa y san Basilio comentan cómo su abuela santa Macrina, que había conocido a este santo, les narra que la vida de Gregorio es como un retrato de lo que el Evangelio dice que debe ser la vida de un buen amigo de Dios: que nadie le ve jamás un estallido de cólera; que siempre sus respuestas son sencillas, "sí, sí" o "no, no", como manda el Evangelio. Que su piedad es tan admirable que al orar parece estar «viendo al invisible».
Al estallar la persecución de Decio en 250, san Gregorio aconseja a los cristianos que se escondan para que no corran peligro de renegar de su fe por temor a la tortura. Y él mismo se retira a un bosque, acompañado de un antiguo sacerdote pagano, al cual había convertido al cristianismo. Y sucede que un niño va y avisa a la policía dónde están escondidos los dos. Y llega un numeroso grupo de policías y por más que requisan todo el bosque no logran encontrarlos. Cuando la policía se va, llega el informante, y al verlos allí y darse cuenta de que por milagro no los han logrado ver los policías, se convierte también al cristianismo.
San Gregorio propone a la gente celebrar la vida cristiana, y así en la víspera de las grandes fiestas organiza resonantes festivales populares donde todos estaban contentos y alegres sin ofender a Dios. Esto le atrae la simpatía de la ciudad.
Se ha hecho célebre en la historia de la Iglesia la frase que Gregorio dijo poco antes de morir. Pregunta: «¿Cuántos infieles quedan aún en la ciudad sin convertirse al cristianismo?» Le responden: «Quedan diecisiete», y él exclama gozoso: «Gracias, Señor, ese era el número de cristianos que había en esta ciudad cuando llegué a misionar aquí. En ese tiempo no había sino 17 cristianos, y ahora no hay sino 17 paganos».
Poco antes de morir pide que lo entierren en el cementerio de los pobres porque quería estar también junto a ellos hasta después de muerto. La gente lo invocaba después cuando había inundaciones y terremotos, y es que con sus oraciones logra detener terribles inundaciones que amenazaban acabar con todo.
En verdad que en la vida de san Gregorio taumaturgo se cumplió aquello que decía Jesús, que según fuese tu fe, así serían las cosas que te sucederían. Quiera Dios bendito y adorado darnos también a cada uno de nosotros una gran fe que mueva montañas de dificultades y allane los caminos del Señor.
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