10 febrero 2018

DOMINGO VI DEL TIEMPO ORDINARIO CICLO B - 11 DE FEBRFERO

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En la primera lectura, tomada del libro del Levítico, todo el capítulo 13 explica cómo debían excluir de la comunidad al pobre enfermo y éste cómo debía pedir limosna para subsistir. Era una situación totalmente denigrante y humillante. Nadie podía tocar a alguien contaminado por el pecado y la enfermedad, porque inmediatamente, de acuerdo a la Ley del Antiguo Testamento quedaba impuro también. El único que podía certificar que el enfermo se había curado era el sacerdote, lo que implicaba también que sus pecados habían sido perdonados.
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El diálogo es de una simpleza pero también de una gran profundidad. El leproso se acerca lo más que puede. Hay un límite establecido. Y arrodillándose, postrándose en tierra, humillándose más aún, le dice la frase que conmueve el corazón de Jesús: “Si quieres, puedes sanarme”. Es de notar, que el leproso nunca duda de la autoridad de Jesús. Seguramente ya escuchó de las sanaciones y liberaciones que Jesús había hecho. Por esa razón, no preguntó “si puedes cúrame” no, le dijo “si quieres”. El leproso apunta a la voluntad del que todo lo puede. Tal vez presentando Marcos como un modelo de oración, sintética y efectiva.
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El evangelista inmediatamente pone cuatro verbos que Jesús realiza en bien de este hombre: Se compadeció, extendió la mano, lo tocó y dijo: lo quiero, queda sano. Es importante destacar todos los verbos, puede denotan las acciones que Jesús realiza en bien de este hombre. Primero se compadeció. Es decir fue capaz de compartir la desgracia ajena, sentirla y dolerse de ella. Tener lástima o pena por el sufrimiento del otro. Es un verbo interno, que sucede dentro del corazón, no se puede ver, pero es algo que ocurre y aquí lo narra Marcos. El segundo es que Jesús extendió su mano, es decir salió de su “zona de seguridad y fue al encuentro del que sufre.  El tercer verbo es: “lo tocó”. Aquí Jesús estaba haciendo algo que no podía según la Ley de Moisés. Al impuro no se lo podía tocar. Pero Jesús viene a dar cumplimiento mayor a la Ley de Moisés.
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Que la fe sana, cuando se cree y se toma como opción de vida, es un hecho irrefutable. Quien se acerca a Cristo –además de empuje hacia el espíritu de las bienaventuranzas- siente que, la fe, reconforta, anima, levanta, cura y dignifica.
1.- La lepra personifica en los tiempos que vivimos a toda persona que se duele y llora por las situaciones de contradicción que se dan en el mundo. Por tanta exclusión e injusticia fruto de la intolerancia o de los intereses que convierten automáticamente a unos en buenos y a otros en malos. Unos son colocados en el escaparate, como referencia y encarnación de los valores que emergen en una sociedad caprichosa, y otros son desterrados porque –sus exigencias o su modo de vida- pueden resultar chocantes o calificados incluso de “peligrosos”.
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Hay muchas discriminaciones  en nuestra sociedad y muchos intentos ideológicos de silenciar a los que no hacen orfeón o secundan iniciativas amparadas por leyes de turno. Existen muchas iniciativas de apartar a los “nuevos leprosos” porque no dicen lo que la sociedad quiere oír ni actúan como la sociedad dicta.
Una vez más, como en tiempos de Jesús, la perseverancia y la mano de Dios salen al paso de aquellos que saben que, sólo Dios, es capaz de responder con generosidad cuando el mundo rechaza o abandona.
Miremos un poco a nuestro alrededor. ¿Qué se enaltece? ¿Qué se valora? ¿Qué se desprecia? ¿Qué se margina? ¿Qué se recompensa?
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--La eucaristía de cada domingo, el encuentro con la Palabra y con el Resucitado, nos inyecta a los cristianos la fuerza necesaria para insertarnos de nuevo, con impulso renovado y claro, en una sociedad donde no siempre predomina el bien común. Recordemos que hemos de ser sal (aunque pique) y luz (aunque deslumbre).
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--La oración, personal o comunitaria, nos brinda esa oportunidad para recuperarnos de otros tantos rechazos cuando presentamos, con respeto pero con valentía, nuestra forma de entender el mundo, la sociedad, el hombre, etc., desde la fe.
--El testimonio, de lo que llevamos dentro, de nuestra experiencia de Dios, nos exige pregonar que con Jesús nos sentimos bien. Que haber encontrado a Dios, lejos de ser una preocupación, nos ayuda a llenar huecos peligrosos en nuestra vida. Nos invita a quemarnos, no hacia dentro, y sí hacia fuera, para que otros hermanos nuestros –con abundancia de lepra materialista, hedonista, individualista, pobreza, malos tratos, etc.- puedan salir de ese estadio y reincorporarse de nuevo a la vida o dejar que otros compartan su misma buena suerte. ¿Acaso no merece la pena? Pongamos algo de nuestra parte.
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Salmo Penitencial este número 31 que proclamemos hoy. Si reconocemos nuestro pecado seremos perdonados. Si, por el contrario, nuestra soberbia ciega a naturaleza de nuestra falta el perdón no llegará. Nos pide este salmo que dejemos la soberbia y acudamos cerca de Dios, que, como Padre Bueno, perdona y olvida todas nuestras faltas.
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La lección de Pablo en el breve fragmento que escucharemos de la primera Carta los fieles de Corinto es singular. Dice que todo lo que hay en el mundo es bueno y sirve para dar a gracias a Dios. Somos nosotros los que distinguimos absurdamente viendo cosas malas donde solo hay buenas. Tendríamos que hacer todo, como nos dice San Pablo, para gloria de Dios, pero no lo hacemos así. Y de ahí, los muchos problemas que sufre nuestro mundo.
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Jesús rompe la durísima ley que separaba a los leprosos del mundo. La curación es sin duda la solución universal al problema. Pero a nosotros la enseñanza que recibimos de este texto evangélico es que debemos reconocer nuestras limitaciones, faltas y problemas y como el leproso del Evangelio ponernos ante el Señor para decirle: “si quieres puedes limpiarme”. Encomendar a Él la solución de nuestras angustias. Y, eso sí, cuando nos veamos limpios no dejemos de dar gracias a Dios. No lo olvidemos.
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