14 abril 2018

DOMINGO III DE PASCUA CICLO B .-15 DE ABRIL

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1ª Lectura: Hch 3, 13-15. 17-19: Matasteis al autor de la vida, pero Dios lo resucitó de entre los muertos
- Salmo: Sal 4, 2. 4. 7. 9: Haz brillar sobre nosotros el resplandor de tu rostro
- 2ª Lectura: 1 Jn 2, 1-5a: Él es víctima de propiciación por nuestros pecados y por los del mundo entero
+ Evangelio: Lc 24, 35-48: Así convenía que Cristo padeciese y resucitase al tercer día, de entre los muertos
En las lecturas bíblicas de la liturgia de hoy resuena dos veces la palabra «testigos». La primera vez es en los labios de Pedro: él, después de la curación del paralítico ante la puerta del templo de Jerusalén, exclama: «Matasteis al autor de la vida, pero Dios lo resucitó de entre los muertos, y nosotros somos testigos de ello» (Hch 3, 15). La segunda vez, en los labios de Jesús resucitado: Él, la tarde de Pascua, abre la mente de los discípulos al misterio de su muerte y resurrección y les dice: «Vosotros sois testigos de esto» (Lc 24, 48). Los apóstoles, que vieron con los propios ojos al Cristo resucitado, no podían callar su extraordinaria experiencia. Él se había mostrado a ellos para que la verdad de su resurrección llegara a todos mediante su testimonio. Y la Iglesia tiene la tarea de prolongar en el tiempo esta misión; cada bautizado está llamado a dar testimonio, con las palabras y con la vida, que Jesús ha resucitado, que Jesús está vivo y presente en medio de nosotros. Todos nosotros estamos llamados a dar testimonio de que Jesús está vivo.
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Podemos preguntarnos: pero, ¿quién es el testigo? El testigo es uno que ha visto, que recuerda y cuenta. Ver, recordar y contar son los tres verbos que describen la identidad y la misión. El testigo es uno que ha visto, con ojo objetivo, ha visto una realidad, pero no con ojo indiferente; ha visto y se ha dejado involucrar por el acontecimiento. Por eso recuerda, no sólo porque sabe reconstruir de modo preciso los hechos sucedidos, sino también porque esos hechos le han hablado y él ha captado el sentido profundo. Entonces el testigo cuenta, no de manera fría y distante sino como uno que se ha dejadResultado de imagen de domingo III de pascua ciclo bo cuestionar y desde aquel día ha cambiado de vida. El testigo es uno que ha cambiado de vida.

El contenido del testimonio cristiano no es una teoría, no es una ideología o un complejo sistema de preceptos y prohibiciones o un moralismo, sino que es un mensaje de salvación, un acontecimiento concreto, es más, una Persona: es Cristo resucitado, viviente y único Salvador de todos. Él puede ser testimoniado por quienes han tenido una experiencia personal de Él, en la oración y en la Iglesia, a través de un camino que tiene su fundamento en el Bautismo, su alimento en la Eucaristía, su sello en la Confirmación, su continua conversión en la Penitencia. Gracias a este camino, siempre guiado por la Palabra de Dios, cada cristiano puede transformarse en testigo de Jesús resucitado. Y su testimonio es mucho más creíble cuando más transparenta un modo de vivir evangélico, gozoso, valiente, humilde, pacífico, misericordioso. En cambio, si el cristiano se deja llevar por las comodidades, las vanidades, el egoísmo, si se convierte en sordo y ciego ante la petición de «resurrección» de tantos hermanos, ¿cómo podrá comunicar a Jesús vivo, como podrá comunicar la potencia liberadora de Jesús vivo y su ternura infinita?
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Que María, nuestra Madre, nos sostenga con su intercesión para que podamos convertirnos, con nuestros límites, pero con la gracia de la fe, en testigos del Señor resucitado, llevando a las personas que nos encontramos los dones pascuales de la alegría y de la paz.
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Dios es fiel a sus promesas. En este domingo leemos el texto del segundo discurso de Pedro en el que el apóstol anuncia la resurrección del Señor. La resurrección de Jesús nos dice que Dios es fiel a sus promesas. La resurrección es el culmen hacia el cual tendía la historia de la salvación desde el principio, se trata del cumplimiento pleno de la revelación divina de Dios y de su amor, y la liberación definitiva prefigurada en la liberación de la esclavitud de Egipto. En el evangelio san Lucas comenta que Cristo resucitado abrió el entendimiento para que comprendieran las Escrituras. _Abrir el entendimiento_ significa comprender que toda la historia de Israel encuentra su sentido cuando culmina en la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo. Abraham y Moisés, David y los profetas, la esperanza y el exilio, todo recibe su lugar y encuadramiento a la luz del misterio pascual de Cristo. Dios ha cumplido todo su plan de salvación y lo ha cumplido de un modo misterioso que supera todos nuestros cálculos humanos.
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Dios que había hecho al hombre por amor, quiere devolver al hombre la vida que éste había perdido pecando. Dios quiere restaurar en el hombre la imagen primitiva. Para realizar esta obra de redención, de restauración elige un camino largo y penoso: su encarnación, su nacimiento, su vida, su pasión, muerte y resurrección. Dios quiso salvar al hombre mediante el misterio inescrutable de la encarnación. ¡Misterio de Dios! ¡Maravilloso misterio de Dios que nos rescató haciéndose hombre e incorporándonos a la naturaleza divina! De forma bella y profunda dice san Gregorio de Nisa:

«Aquel que es eterno no toma sobre sí el nacimiento carnal porque necesita la vida, sino para llamarnos nuevamente de la muerte a la vida. Puesto que era conveniente que se hiciese la resurrección de toda nuestra naturaleza, (Cristo) tendiendo la mano al caído, y mirando a nuestro cadáver, se acercó tanto a la muerte cuanto supone haber asumido la mortalidad y haber dado a la naturaleza el principio de la resurrección, al haber resucitado con su propio poder a todo el hombre».
Or. Cat. XXXII, PG 45, 80 A

Así pues, que la fidelidad de Dios a sus promesas y a su amor por el hombre, sea aquello que nos dé seguridad en el camino. El Señor no nos ha abandonado. Podrá una madre olvidarse de su hijo, que Dios no lo hará con nosotros, porque en su Hijo muerto y resucitado nos ha dado todo. Nos ha dado su amor.
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 Arrepentimiento y conversión de los pecados. Cristo resucitado anuncia a sus apóstoles que en su nombre (el nombre de Cristo) se predicará la conversión y el perdón de los pecados. Esto también estaba contenido en las Escrituras. Y así, vemos a Pedro mismo ante Israel predicar este arrepentimiento y este perdón. Y así escuchamos a Juan en su primera carta proclamar que, si alguno peca, sepa que tiene un abogado ante el Padre, Cristo el Señor.

Las fiestas pascuales son un momento de reflexión para hacer una conversión en la vida. El que ama a Dios no puede seguir pecando. El que conoce a Dios no puede seguir pecando. Quizá caerá por fragilidad, pero entre él y el pecado se ha dado una lucha que no conoce fin, pues el pecado lleva a la muerte, a la muerte segunda, a la pérdida definitiva de Dios.

«Dios, en su amorosa disposición al perdón -nos dice el santo Padre el 1 de enero de 1997-, ha llegado a darse a sí mismo al mundo en la Persona de su Hijo, el cual vino a traer la redención a cada individuo y a la humanidad entera. Ante las ofensas de los hombres, que culminan en su condena a la muerte de cruz, Jesús ruega: “Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen _ (Lc 23, 34). El perdón de Dios es expresión de su ternura como Padre. En la parábola evangélica del _ hijo pródigo” (cf. Lc 15, 11-32), el padre sale corriendo al encuentro de su hijo apenas lo ve que vuelve a casa. No le deja siquiera presentar sus disculpas: todo está perdonado (cf. Lc 15, 20-22). La inmensa alegría del perdón, ofrecido y acogido, sana heridas incurables, restablece nuevamente las relaciones y tiene sus raíces en el inagotable amor de Dios».
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