OBJETO DE ESTA FIESTA. — En la Liturgia de de este Domingo la Iglesia cantaba antiguamente la realeza de Cristo y su imperio eterno, uniendo sus cánticos a los de los coros angélicos en la adoración del Dios humanado[1]. Pero, guiada por el Espíritu Santo y maternalmente previsora, juzgó que podía ser útil invitar a los hombres de nuestros días a considerar hoy las mutuas relaciones de Jesús, de María y de José ;para recoger las lecciones que se desprenden de ellas y aprovechar la ayuda tan eficaz que ofrece su ejemplo. [2].
Podemos creer que, en la elección del lugar que ocupa ahora en el calendario esta nueva fiesta, ha influido bastante el evangelio asignado en el Misal al Domingo Infraoctava de Epifanía que es el mismo de la actual fiesta de la Sagrada Familia.
Por lo demás, esta fiesta tampoco nos aparta de la contemplación de los misterios de Navidad y Epifanía: ¿no nació la devoción a la Sagrada Familia en Belén, donde María y José recibieron el homenaje de los pastores y de los Magos? Y aunque es verdad que el objeto de la presente festividad va más allá de los primeros momentos de la existencia terrena del Salvador, extendiéndose hasta los treinta afios de su vida oculta, ¿no encontramos ya en el pesebre algunos de sus más significativos aspectos? En la voluntaria debilidad en que le sitúa su infantil estado, se abandona Jesús a aquellos a quienes los designios de su Padre han encargado de su guarda; María y José cumplen en espíritu de adoración todas las obligaciones que su misión sagrada les impone con respecto a Aquel de quien deriva su autoridad.
MODELO DE HOGAR CRISTIANO. — Hablando el Evangelio más tarde de la vida de Jesús en Nazaret al lado de María y de José, la describe con estas sencillas palabras: "Estaba sumiso a ellos. Y su madre conservaba todas estas cosas en su corazón, y Jesús crecía en sabiduría, en edad y en gracia delante de Dios y de los hombres [3]. A pesar de su concisión, este sagrado texto contiene una luminosa visión de orden y de paz que revela a nuestra mirada, la autoridad, sumisión, dependencia y mutuas relaciones de la Sagrada Familia. La santa casa de Nazaret se presenta a nuestra vista como el modelo perfecto del hogar cristiano. José manda allí con tranquila serenidad, como el que tiene conciencia de que al obrar así hace la voluntad de Dios y habla en nombre suyo. Comprende que, al lado de su virginal Esposa y de su divino Hijo él es el más pequeño; y con todo eso, su humildad hace que, sin temor ni turbación, acepte su papel de jefe de la Sagrada Familia que Dios le ha encomendado, y como un buen superior, no piensa en hacer uso de su autoridad sino para cumplir de un modo más perfecto su oficio de servidor, de súbito y de instrumento. María, como conviene a la mujer, se somete humildemente a José, y adorando al mismo tiempo a quien manda, da sin vacilar sus órdenes a Jesús en las múltiples ocasiones que se presentan en la vida de familia, llamándole, pidiendo su ayuda, señalándole tal o cual trabajo, como lo hace una madre con su hijo. Y Jesús acepta humildemente sus indicaciones: se muestra atento a los menores deseos de sus padres, dócil a sus más leves órdenes. El, más hábil, más sabio que María y que José, se somete a ellos en todos los detalles de la vida ordinaria y así continuará obrando hasta su vida pública, porque es la condición de la humanidad que ha asumido, y la voluntad de su Padre. "En efecto, exclama San Bernardo entusiasmado ante un espectáculo tan sublime, el Dios a quien están sujetos los Angeles, a quien obedecen los Principados y Potestades, estaba sometido a María; y no sólo a María, sino también a José por causa de María. Admirad, por tanto, a ambos, y ved cuál es más admirable, si la liberalísima condescencia del Hijo o la gloriosísima dignidad de la Madre. De los dos lados hay motivo de asombro; por ambas partes, prodigio. Un Dios obedeciendo a una criatura humana, he ahí una humildad nunca vista; una criatura humana mandando a un Dios, he ahí una grandeza sin igual" 4.
Lección saludable la que aquí se nos ofrece. Dios quiere que se obedezca y que se mande conforme al papel y al cargo de cada uno, no conforme a sus méritos o sus virtudes. En Nazaret, el orden de la autoridad y de la dependencia no es precisamente el mismo que el de la perfección y de la santidad. Lo mismo ocurre de ordinario en la sociedad humana y en la misma Iglesia: si el superior debe a veces respetar en el inferior una virtud mayor que la suya, el inferior tiene siempre la obligación de acatar en. el superior una autoridad derivada de la autoridad misma de Dios.
La Sagrada Familia vivía del trabajo de sus manos. La oración en común, los santos coloquios por medio de los cuales formaba y educaba Jesús de manera progresiva las almas de María y de José, tenían su tiempo señalado, debiendo cesar ante la necesidad de proveer a los menesteres de la vida cotidiana. La pobreza y el trabajo son medios aptísimos de santificación para que Dios dejara de imponerlos al grupo bendito de Nazaret. José ejercía, pues, con asiduidad, su oficio de carpintero, y Jesús compartirá su trabajo, en cuanto esté en edad propicia. Todavía en el siglo II, la tradición conservaba el recuerdo de yugos y arados... fabricados por sus divinas manos [5]. Entretanto, María cumplía con sus deberes de señora de una humilde casa. Preparaba la comida que José y Jesús debían hallar al final de su trabajo, cuidaba del orden y la limpieza de la casa, y, sin duda, conforme a la costumbre de entonces, hacía también casi todos sus propios vestidos y los de su familia, o bien trabajaba para los de fuera, con el fin de aumentar el jornal y el bienestar de todos. De esta manera, con su vida obscura y laboriosa en el taller de José, elevó y ennobleció Jesús el trabajo manual, condición de la mayoría de los hombres. Al elegir para sí y para sus padres el oficio de simple artesano elevó y santificó de un modo maravilloso la condición de las clases trabajadoras, que en adelante pueden ya buscar en tan augustos ejemplos el estímulo para la práctica de las más nobles virtudes, y un motivo constante de alegría y contento [6]
Así se nos presenta la Sagrada Familia bajo el techo de Nazaret, verdadero modelo de la vida doméstica en sus mutuas relaciones de amor y en sus inefables bellezas, vida que constituye la esfera de acción de millares de fieles de todo el mundo; donde el marido gobierna como José y la mujer obedece como María; donde los padres atienden a la educación de los hijos, y éstos imitan a Jesús con su obediencia, sus progresos, su alegría y la luz que esparcen a su alrededor. Según la expresión de un piadoso autor que nos complacemos en citar aquí, el hogar cristiano es "el vestíbulo del paraíso" por las gracias que todos los días y en cada momento derrama el cielo sobre él, por las numerosas virtudes que ejercita, y, finalmente, por las alegrías que atesora [7]. Por eso, no hay que extrañar que sea objeto de los continuos ataques por parte de los enemigos del género humano; y si éstos logran con frecuencia destacadas victorias sobre el reino fundado aquí abajo por Nuestro Señor Jesucristo "es porque han conseguido mancillar la santidad del matrimonio, destruir la autoridad de los padres o resfriar los afectos y deberes de los hijos para con sus progenitores." A los ojos del cielo, no es tan detestable una invasión de hordas salvajes avanzando por una región floreciente y arrasándola a sangre y fuego, como una ley que sanciona la disolución del vínculo matrimonial, o que arrebata los niños al cuidado y educación de los padres. Gracias a Dios, la familia cristiana es una institución universal, defendida por la Iglesia como su más bella creación y como el mayor beneficio que ha podido prestar a la sociedad. Ahora bien, la luz, la paz, la pureza y la felicidad que irradia el hogar cristiano, todo ello dimana de la vida que llevaron en la santa casa de Nazaret, Jesús María y José.
HISTORIA DE ESTE CULTO. — El culto de la Sagrada Familia se desarrolló de un modo especial en el siglo XVII, por medio de piadosas asociaciones que se proponían la santificación de las familias cristianas, imitando a la del Verbo Encarnado. Esta devoción, introducida en el Canadá por los Padres de la Compañía de Jesús, se propagó allí rápidamente gracias al celo de Francisco de Montmorency-Laval, primer obispo de Quebec. Este virtuoso prelado, por sugerencias, y con la ayuda del P. Chaumonot y de Bárbara de Boulogne, viuda de Luis de Aillebout de Coulonges, antiguo gobernador de Canadá, fundó en 1665 una Cofradía cuyos estatutos determinó él mismo, instituyendo poco después canónicamente en su diócesis la fiesta de la Sagrada Familia de Jesús, María y José, y ordenando que se hiciese uso de la misa y del oficio que había hecho componer con tal motivo[8].
Dos siglos más tarde, ante las crecientes manifestaciones de la piedad de los fieles hacia el misterio de Nazaret, el Papa León XIII, por el Breve "Neminem fugit" del 14 de junio de 1892, establecía en Roma la asociación de la Sagrada Familia, con el fin de unificar todas las cofradías instituidas bajo este mismo título. Al año siguiente, el mismo soberano Pontífice decretaba que la fiesta de la Sagrada Familia fuera celebrada en todas partes donde estaba permitida, el domingo tercero después de Epifanía, asignándole una Misa nueva y un oficio cuyos himnos él mismo había compuesto. Finalmente, Benedicto XV, en 1921, extendía esta fiesta a la Iglesa universal, fijándola en el domingo dentro de la Octava de Epifanía.
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