12 enero 2019

DOMINGO DEL BAUTISMO DEL SEÑOR 13 DE ENERO

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Juan invitaba a un bautismo, distinto de las habituales abluciones religiosas destinadas a la purificación de las impurezas contraídas de diversas maneras. Su bautismo era un bautismo «de conversión para perdón de los pecados» (Mc 1, 4). Debía marcar un fin y un nuevo inicio, el cambio de conductas pecaminosas en conductas virtuosas, el abandono de una vida alejada de los mandamientos divinos para asumir una vida “justa”, santa, conforme a las enseñanzas divinas. Su bautismo implicaba una confesión de los propios pecados y un propósito decidido de dar «frutos dignos de conversión» (ver Mt 3, 6-8).
El simbolismo del ritual hablaba de esta realidad: el penitente era sumergido completamente en el agua del Jordán (el término bautismo viene del griego baptizein y significa «sumergir», «introducir dentro del agua») significando un sepultar a la persona que en cierto sentido ha muerto por la renuncia a la vida pasada de pecado, para resurgir luego del agua como una persona distinta, purificada. Era, pues, el símbolo del nacimiento para una vida nueva.
Con su bautismo Juan hacía realidad ya cercana las antiguas promesas de salvación hechas por Dios a su pueblo: «Una voz clama en el desierto: “¡Preparen el camino del Señor! ¡Allánenle los caminos!”» (Is 40, 3). Juan reconocía que su bautismo era pasajero. Él no hacía sino preparar el camino a quien detrás de él vendría con un Bautismo muy superior: «Yo los bautizo en agua para conversión… Él los bautizará en Espíritu Santo y fuego» (Mt 3, 11).
Estaba Juan bautizando cuando llega Jesús a pedirle que también a Él lo bautice. ¿Necesitaba Jesús este bautismo? ¿Necesitaba Él renunciar a una vida de pecado, de infidelidad a la Ley divina y de lejanía de Dios, para empezar una vida nueva? No. Juan lo sabe y se resiste a bautizarlo. Jesús no tiene pecado, Él no necesita ser bautizado con un bautismo de conversión para el perdón de los pecados. Ante el Cordero inmaculado Juan se siente indigno y dice ser él quien necesita ser bautizado por Jesús. Aún así, el Señor insiste: «Déjalo así por ahora. Está bien que cumplamos todo lo que Dios quiere» (Así la traducción litúrgica. La traducción literal del griego dice: «conviene que así cumplamos toda justicia»).
Comenta el Papa Benedicto XVI: «No es fácil llegar a descifrar el sentido de esta enigmática respuesta. En cualquier caso, la palabra árti —por ahora— encierra una cierta reserva: en una determinada situación provisional vale una determinada forma de actuación. Para interpretar la respuesta de Jesús, resulta decisivo el sentido que se dé a la palabra “justicia”: debe cumplirse toda “justicia”. En el mundo en el que vive Jesús, “justicia” es la respuesta del hombre a la Torá, la aceptación plena de la voluntad de Dios, la aceptación del “yugo del Reino de Dios”, según la formulación judía. El bautismo de Juan no está previsto en la Torá, pero Jesús, con su respuesta, lo reconoce como expresión de un sí incondicional a la voluntad de Dios, como obediente aceptación de su yugo» (Jesús de Nazaret, Planeta, Bogotá 2007, p. 39).
Él no necesita ciertamente este bautismo, sin embargo, obedeciendo a los designios amorosos de su Padre, se hace solidario con los pecadores: «Sólo a partir de la Cruz y la Resurrección se clarifica todo el significado de este acontecimiento… Jesús había cargado con la culpa de toda la humanidad; entró con ella en el Jordán. Inicia su vida pública tomando el puesto de los pecadores… El significado pleno del bautismo de Jesús, que comporta cumplir “toda justicia”, se manifiesta sólo en la Cruz: el bautismo es la aceptación de la muerte por los pecados de la humanidad, y la voz del Cielo —“Éste es mi Hijo amado” (Mc 3, 17)— es una referencia anticipada a la resurrección. Así se entiende también por qué en las palabras de Jesús el término bautismo designa su muerte (ver Mc 10, 38; Lc 12, 50)» (allí mismo, p. 40).
Haciéndose bautizar por Juan, junto con los pecadores, Jesús comenzó a cargar con el peso de la culpa de toda la humanidad como Cordero de Dios que “quita” el pecado del mundo. Esta obra la llevaría a su pleno cumplimiento en la Cruz, el momento al que el Señor mismo se referirá como el “bautismo” con el que tiene que ser bautizado (ver Lc 12, 50). Es muriendo como se “sumerge” en el amor del Padre y difunde el Espíritu Santo para que los que crean en Él renazcan de esa fuente inagotable de vida nueva y eterna que es el Bautismo cristiano. Así, por su muerte y resurrección, y haciéndonos partícipes de su misma Pascua por el baño bautismal, Cristo nos libró de la esclavitud de la muerte y nos “abrió el cielo” es decir, el acceso a la vida verdadera y plena.

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III. LUCES PARA LA VIDA CRISTIANA
Un día fui bautizado. Por la efusión del agua y el Don del Espíritu Santo, aquel día recibí una nueva identidad: desde entonces no sólo me llamo, sino que verdaderamente soy cristiano.
Pero, ¿qué quiere decir que soy cristiano? ¿Cuál es el alcance y contenido de esta afirmación?
Cristiano identifica no sólo al seguidor de la doctrina de Cristo, sino que más aún, significa que le pertenece a Cristo en virtud de una transformación interior realizada por el Bautismo. En efecto, por la efusión del agua y el Don del Espíritu Santo (ver Rom 8, 9-10) hemos llegado a ser una nueva creatura, hijos de Dios en el Hijo único (ver Catecismo de la Iglesia Católica, 537 y 1997), miembros de Cristo y de su Cuerpo místico, que es la Iglesia (ver Catecismo de la Iglesia Católica, 1213): «Mediante el Bautismo, nos hemos convertido en un mismo ser con Cristo» (Catecismo de la Iglesia Católica, 2565). Por tanto, cristiano es un nombre que «expresa la esencia, la identidad de la persona y el sentido de su vida» (Catecismo de la Iglesia Católica, 203).
Y así como podemos afirmar que el nombre de Jesús «expresa a la vez su identidad y su misión» (Catecismo de la Iglesia Católica, 430), el nombre de cristiano expresa asimismo nuestra profunda identidad y misión: “cristiano” significa “ungido” y «tiene su origen en el nombre de Cristo» (Catecismo de la Iglesia Católica, 1289), el Ungido por excelencia porque fue ungido por Dios «con el Espíritu Santo» (Hech 10, 38).
El bautizado pasa a ser de Cristo porque, como el Señor Jesús, recibe esta unción que es el don de lo Alto, el Espíritu Santo derramado en su corazón: por este Don «ha llegado a ser un cristiano, es decir, “ungido” por el Espíritu Santo, incorporado a Cristo, que es ungido sacerdote, profeta y rey» (Catecismo de la Iglesia Católica, 1241). Esta Unción da al bautizado no sólo un nombre, sino que aporta un cambio ontológico a la persona que lo recibe, dándole una nueva identidad y una propia misión, que es la identidad y misión propia de la Iglesia: «llegamos a ser miembros de Cristo y somos incorporados a la Iglesia y hechos partícipes de su misión» (Catecismo de la Iglesia Católica, 1213).
De la claridad y de la certeza de la propia identidad bautismal (soy cristiano) nace la conciencia de la propia misión y del papel insustituible que cada uno de nosotros tiene en la Iglesia y en el mundo. Todo bautizado, cual luz que brilla en medio de las tinieblas, está llamado a irradiar a Cristo cooperando con el anuncio de su Evangelio y viviendo una vida que se empeña en amar a los demás como Cristo mismo nos ha amado.

IV. PADRES DE LA IGLESIA
San Pedro Crisólogo: «Hoy entra Cristo en las aguas del Jordán, para lavar los pecados del mundo: así lo atestigua Juan con aquellas palabras: Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Hoy el siervo prevalece sobre el Señor, el hombre sobre Dios, Juan sobre Cristo; pero prevalece en vistas a obtener el perdón, no a darlo».
San Ambrosio: «Fue bautizado el Señor, no para purificarse, sino para purificar las aguas, a fin de que, purificadas por la carne de Jesucristo, que no conoció el pecado, tuviesen virtud para bautizar a los demás».
San Gregorio de Nacianceno: «Cristo es hoy iluminado, dejemos que esta luz divina nos penetre también a nosotros; Cristo es bautizado, bajemos con Él al agua, para luego subir también con Él... Honremos hoy, pues, el bautismo de Cristo y celebremos como es debido esta festividad. Procurad una limpieza de espíritu siempre en aumento. Nada agrada tanto a Dios como la conversión y salvación del hombre, ya que para él tienen lugar todas estas palabras y misterios; sed como lumbreras en medio del mundo, como una fuerza vital para los demás hombres; si así lo hacéis, llegaréis a ser luces perfectas en la presencia de aquella gran luz, impregnados de sus resplandores celestiales, iluminados de un modo más claro y puro por la Trinidad, de la cual habéis recibido ahora, con menos plenitud, un único rayo proveniente de la única Divinidad, en Cristo Jesús, nuestro Señor, a quien sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén».
San Agustín: «Me dirijo a vosotros, recién nacidos por el bautismo, párvulos en Cristo, nueva prole de la Iglesia, complacencia del Padre, fecundidad de la Madre, germen puro, grupo recién agregado, motivo el más preciado de nuestro honor y fruto de nuestro trabajo, mi gozo y mi corona, todos los que perseveráis firmes en el Señor. Os hablo con palabras del Apóstol: Revestíos de Jesucristo, el Señor, y no os entreguéis a satisfacer las pasiones de esta vida mortal, para que os revistáis de la vida que habéis revestido en el sacramento. Todos los que habéis sido bautizados en Cristo os habéis revestido de Cristo».
San Basilio Magno: «El bautismo tiene una doble finalidad: la destrucción del cuerpo de pecado, para que no fructifiquemos ya más para la muerte, y la vida en el Espíritu, que tiene por fruto la santificación; por esto el agua, al recibir nuestro cuerpo como en un sepulcro, suscita la imagen de la muerte; el Espíritu, en cambio, nos infunde una fuerza vital y renueva nuestras almas, pasándolas de la muerte del pecado a la vida original. Esto es lo que significa renacer del agua y del Espíritu, ya que en el agua se realiza nuestra muerte y el Espíritu opera nuestra vida».

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V. CATECISMO DE LA IGLESIA
El bautismo de Jesús
536: El bautismo de Jesús es, por su parte, la aceptación y la inauguración de su misión de Siervo doliente. Se deja contar entre los pecadores; es ya «el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo» (Jn 1, 29); anticipa ya el «bautismo» de su muerte sangrienta. Viene ya a «cumplir toda justicia» (Mt 3, 15), es decir, se somete enteramente a la voluntad de su Padre: por amor acepta el bautismo de muerte para la remisión de nuestros pecados. A esta aceptación responde la voz del Padre que pone toda su complacencia en su Hijo. El Espíritu que Jesús posee en plenitud desde su concepción viene a «posarse» sobre él. De él manará este Espíritu para toda la humanidad. En su bautismo, «se abrieron los cielos» (Mt 3, 16) que el pecado de Adán había cerrado; y las aguas fueron santificadas por el descenso de Jesús y del Espíritu como preludio de la nueva creación.
1224: Nuestro Señor se sometió voluntariamente al Bautismo de S. Juan, destinado a los pecadores, para «cumplir toda justicia» (Mt 3, 15). Este gesto de Jesús es una manifestación de su «anonadamiento» (ver Flp 2, 7). El Espíritu que se cernía sobre las aguas de la primera creación desciende entonces sobre Cristo, como preludio de la nueva creación, y el Padre manifiesta a Jesús como su «Hijo amado» (Mt 3, 16-17).
1225: En su Pascua, Cristo abrió a todos los hombres las fuentes del Bautismo. En efecto, había hablado ya de su pasión que iba a sufrir en Jerusalén como de un «Bautismo» con que debía ser bautizado. La sangre y el agua que brotaron del costado traspasado de Jesús crucificado son figuras del Bautismo y de la Eucaristía, sacramentos de la vida nueva: desde entonces, es posible «nacer del agua y del Espíritu» para entrar en el Reino de Dios.
El Bautismo cristiano
1267: El Bautismo hace de nosotros miembros del Cuerpo de Cristo. «Por tanto... somos miembros los unos de los otros» (Ef 4, 25). El Bautismo incorpora a la Iglesia. De las fuentes bautismales nace el único pueblo de Dios de la Nueva Alianza que trasciende todos los límites naturales o humanos de las naciones, las culturas, las razas y los sexos: «Porque en un solo Espíritu hemos sido todos bautizados, para no formar más que un cuerpo» (1 Cor 12, 13).
1269: Hecho miembro de la Iglesia, el bautizado ya no se pertenece a sí mismo, sino al que murió y resucitó por nosotros. Por tanto, está llamado a someterse a los demás, a servirles en la comunión de la Iglesia, y a ser «obediente y dócil» a los pastores de la Iglesia y a considerarlos con respeto y afecto. Del mismo modo que el Bautismo es la fuente de responsabilidades y deberes, el bautizado goza también de derechos en el seno de la Iglesia: recibir los sacramentos, ser alimentado con la palabra de Dios y ser sostenido por los otros auxilios espirituales de la Iglesia.
1270: Los bautizados «por su nuevo nacimiento como hijos de Dios están obligados a confesar delante de los hombres la fe que recibieron de Dios por medio de la Iglesia» y de participar en la actividad apostólica y misionera del Pueblo de Dios.
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