La fiesta del Apóstol Santiago, que con su martirio selló su vida de entrega a Dios y a las almas y que es Patrono de una España que él mismo evangelizó con tantas dificultades, que necesitó la ayuda personal de la Virgen María con su aparición en carne mortal a las orillas del Ebro, sobre un Pilar, nos deja con una gran responsabilidad de preguntarnos por la realidad cristiana de esta Iglesia que él fundó y en la que nosotros vivimos. Últimamente se habla con frecuencia de las raíces cristianas de Europa y de España. Han insistido, sobre todo, el difunto Papa Juan Pablo II y el mismo Benedicto XVI.
Es indudable que, en la realidad de la España actual y ya desde hace muchos siglos, la fe cristiana ha tenido y sigue teniendo una gran importancia hasta configurar en buena parte la manera de ser, de vivir y de comportarse de los españoles, tanto individualmente como asociados. La fe cristiana se ha convertido en cultura. No hay más que observar el lenguaje, las costumbres, las fiestas, los nombres de las personas y de los lugares, los edificios que marcan las rutas importantes desde la época romana y desde la Edad Media.
Pues bien un factor importantísimo en nuestras raíces cristianas es el Apóstol Santiago. Según una antigua tradición estuvo en España, aún en vida. Y lo que ya no es sólo tradición, sino historia, desde el descubrimiento del que se supone su sepulcro en Galicia, hacia el año 813, es que Santiago ha marcado la religiosidad y la cultura de Europa, y muy especialmente de España y en buena parte de América. El Camino de Santiago, la ruta religiosa y cultural más importante de España y de Europa, con los monumentos erigidos en el camino – templos, hospitales, cementerios,monasterios
- y los documentos literarios y musicales que nacieron en este camino y en su meta, Santiago de Compostela, son prueba fehaciente de las raíces de la España actual.
- y los documentos literarios y musicales que nacieron en este camino y en su meta, Santiago de Compostela, son prueba fehaciente de las raíces de la España actual.
El Apóstol Santiago, como probablemente San Pablo y, desde luego, sus discípulos aparecen en la historia de nuestra fe cristiana y de nuestro pueblo como el anillo primero que nos conecta con la predicación apostólica y, por lo mismo, con los orígenes del Cristianismo. La presencia de las legiones romanas y de la administración de Roma en la Península Ibérica constituyó, sin duda, un vehículo eficaz para la llegada de la fe cristiana a España.
Por otra parte, el aprecio de las indulgencias o de la “perdonanza” en la Edad Media y de la peregrinación a Santiago de Compostela, de similar importancia a la peregrinación a Jerusalén o a Roma, hizo de Santiago y de la devoción al Apóstol un factor importante en la vida cristina y en la cultura de nuestro pueblo.
Es indudable que son más los factores, elementos o raíces que han configurado nuestro ser español; pero la fe cristiana y apostólica, vinculada a la devoción al Apóstol Santiago, es un factor y una raíz importantísima.
La celebración de la fiesta de Santiago, aunque haya perdido en nuestra tierra importancia social por haber dejado de ser fiesta laboral por exigencias de los acuerdos con la Administración pública, nos ofrece una ocasión óptima para preguntarnos qué hemos hecho de nuestras raíces.
No se trata evidentemente de volver a determinadas formas de la Edad Media o de la era apostólica. Pero tampoco es bueno para las personas, para los pueblos y para las culturas prescindir de sus raíces en aras de la novedad, con frecuencia inconsistente y efímera. Que el Apóstol Santiago escuche nuestras súplicas y  cuide de la semilla que en estas tierras plantó, para que no se frustren los frutos de su esfuerzo apostólico que estuvo asistido con el privilegio de la presencia alentadora de la Virgen en el Pilar junto al Ebro.
 


 
 
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