La Iglesia nos presenta para este cuarto domingo 
de Adviento un texto del evangelista Mateo, quien nos recuerda cómo es el 
proceso de cómo María quedó embarazada por obra y gracia del Espíritu Santo y 
cómo José reaccionaba en su interior hasta la aparición del Angel. José recibe 
finalmente a María en un acto de obediencia ciega a Dios.
Debemos situarnos en la ley del Antiguo 
Testamento. En primer lugar María ya estaba desposada, es decir casada con José, 
porque se había firmado entre José y Joaquín (el padre de María), el acta 
matrimonial. Luego había que esperar un tiempo para preparar la gran fiesta, 
donde María era llevada en forma muy bella con su corona de novia hasta la casa 
de José, donde viviría. Pero había que prepararse, tener los animales engordados 
para la fiesta, el vino, y la comida, invitar a los familiares, y todo eso. Tal 
vez eran algunos meses de preparación. Pero María según la ley de Moisés, ya era 
“propiedad” de José, aunque no vivieran juntos porque esperaban la fiesta.
En este transcurso sucede la Anunciación del 
Ángel Gabriel y María es cubierta con el Espíritu Santo quedando embarazada y 
esperando a Jesús. María se va a visitar a Isabel.
Pero… cuando regresa… al ver José que estaba 
embarazada, sin saber de dónde provenía la criatura, podía hacer dos cosas según 
la ley de Moisés: Mandarla a apedrear o despedirla en secreto y no decir más 
nada. Como José era un hombre bueno y justo, no le pareció prudente mandar a 
matar a María bajo la lapidación. Entonces dice el texto que ya estaba listo y 
decidido para abandonarla en secreto.
Aquí, aparece nuevamente el Ángel en el sueño de 
José. No debe tener miedo de recibirla por esposa, porque la criatura es obra 
del Espíritu Santo. Es el Ángel el que le da el nombre a quien nacerá y dice que 
debe llamarse JESÚS (que significa YAHVEH SALVA), y le explica que su Hijo 
salvará al Pueblo de sus pecados.
Mateo culmina este relato con la relación de la 
profecía de Isaías, La virgen está embarazada y tendrá al hijo que será el 
EMMANUEL, que quiere decir DIOS CON NOSOTROS.
José, obediente al diálogo con el Ángel, supera 
el miedo, hizo lo que se le había dicho y recibió a María en su casa.
Reconstruimos el texto:
- ¿Cómo comienza este texto? ¿de quién está hablando san Mateo?
- ¿Qué ha sucedido con María?
- ¿Cuál es la decisión que ha tomado José?   
- ¿Con quien se encuentra José? ¿Qué le dice?
- ¿Cuál es el nombre que debe él como padre y custodio de Familia ponerle al 
Hijo de María? ¿Qué significa ese nombre?
- ¿Qué hace después José?. 
 
Hagámonos unas preguntas para profundizar más en esta Palabra de 
Salvación:
- La vida en relación con el Señor siempre nos habla de obediencia, aún cuando 
no entendamos.
- ¿Cómo es mi obediencia a los mandatos del Señor? ¿Soy verdaderamente 
obediente, o sólo tomo los que yo deseo, convirtiéndome en un cristiano a 
medias?
- ¿Cuáles son las cosas, obligaciones, que me pide el Señor que me cuesta más 
aceptar?
- ¿Suelo tomar la vía más fácil de salir de las obligaciones y tratar de irme 
de lo que me pide el Señor?
- ¿Le pido a Dios con frecuencia que me muestre su camino, que me muestre su 
voluntad sobre mí, para hacer el bien como Él me lo pide y no como yo lo 
interpreto?
- ¿Estoy abierto a que el Señor me pida cualquier cosa de mi vida?
- ¿Qué más podría hacer yo para ser un discípulo misionero?
Orar, es responderle al Señor que nos habla primero. Estamos queriendo 
escuchar su Palabra Salvadora. Esta Palabra es muy distinta a lo que el mundo 
nos ofrece y es el momento de decirle algo al Señor:
 
- Gracias Señor por tu Palabra Salvadora.
- Gracias porque nos invitas a no tener miedo a tus planes.
- Gracias porque nos invitas a compartir tus sueños de evangelización.   
Continuemos nuestra oración con las palabras del Papa Benedicto XVI en el 
Angelus del domingo IV de Adviento en 2007
Queridos hermanos y hermanas:
Sólo un día separa a este cuarto domingo de Adviento de la santa Navidad. 
Mañana por la noche nos reuniremos para celebrar el gran misterio del amor, que 
nunca termina de sorprendernos. Dios se hizo Hijo del hombre para que nosotros 
nos convirtiéramos en hijos de Dios. Durante el Adviento, del corazón de la 
Iglesia se ha elevado con frecuencia una imploración: “Ven, Señor, a visitarnos 
con tu paz; tu presencia nos llenará de alegría”. La misión evangelizadora de la 
Iglesia es la respuesta al grito “¡Ven, Señor Jesús!”, que atraviesa toda la 
historia de la salvación y que sigue brotando de los labios de los creyentes. 
“¡Ven, Señor, a transformar nuestros corazones, para que en el mundo se difundan 
la justicia y la paz!”.
“..queremos… recordar a todos los cristianos —en una situación en la que con 
frecuencia ya no queda claro ni siquiera a muchos fieles la razón misma de la 
evangelización— que “acoger la buena nueva en la fe impulsa de por sí” a 
comunicar la salvación recibida como un don.
En efecto, “la Verdad que salva la vida —que se hizo carne en Jesús—, 
enciende el corazón de quien la recibe con un amor al prójimo que mueve la 
libertad a comunicar lo que se ha recibido gratuitamente” . Ser alcanzados por 
la presencia de Dios, que viene a nosotros en Navidad, es un don inestimable, un 
don capaz de hacernos “vivir en el abrazo universal de los amigos de Dios” , en 
la “red de amistad con Cristo, que une el cielo y la tierra” , que orienta la 
libertad humana hacia su realización plena y que, si se vive en su verdad, 
florece “con un amor gratuito y enteramente solícito por el bien de todos los 
hombres” .
No hay nada más hermoso, urgente e importante que volver a dar gratuitamente 
a los hombres lo que hemos recibido gratuitamente de Dios. No hay nada que nos 
pueda eximir o dispensar de este exigente y fascinante compromiso. La alegría de 
la Navidad, que ya experimentamos anticipadamente, al llenarnos de esperanza, 
nos impulsa al mismo tiempo a anunciar a todos la presencia de Dios en medio de 
nosotros.
La Virgen María, que no comunicó al mundo una idea, sino a Jesús mismo, el 
Verbo encarnado, es modelo incomparable de evangelización. Invoquémosla con 
confianza, para que la Iglesia anuncie también en nuestro tiempo a Cristo 
Salvador. Que cada cristiano y cada comunidad experimenten la alegría de 
compartir con los demás la buena nueva de que Dios “tanto amó al mundo que le 
entregó a su Hijo unigénito para que el mundo se salve por medio de él” (Jn 3, 
16-17). Este es el auténtico sentido de la Navidad, que debemos siempre 
redescubrir y vivir intensamente.
 
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