¿Qué nos quiere explicar el Señor?

No he venido a abolir la ley o los profetas; no he venido a abolir, sino a dar plenitud. Cristo no solo no desprecia la ley, sino que quiere que la cumplamos en plenitud. Cristo ama la ley, pero no es legalista. Sabe que le ley tiene letra y espíritu; atenerse exclusivamente a la letra de la ley puede matar el espíritu de la ley. El ejemplo del cumplimiento del sábado y de la curación de un enfermo en sábado es claramente significativo. Si por cumplir el mandato legal del descanso del sábado no atendemos a un enfermo, hemos pecado gravemente contra el espíritu de la ley del descanso del sábado. Cumplir la ley ateniéndonos al espíritu de la ley, antes que a la letra de la ley, es cumplir la ley en su plenitud. Sabemos que el mandamiento de Cristo, sobre el que se sostienen todos los demás mandamientos, es el mandamiento del amor a Dios y al prójimo. En este sentido dice San Agustín con mucha sabiduría: “la raíz de todas las obras buenas es siempre la caridad. Lo que distingue a las obras buenas de las obras malas es la caridad” (comentarios a la Carta de San Juan). En este sentido debemos entender su famosa y no siempre bien entendida frase: “ama y haz lo que quieras”. Lo que creas que debes hacer, hazlo con amor y estará bien hecho. San Pablo, en su famoso himno al amor de 1 Cor 13, lo dijo aún más claro: ya puedo yo hacer todas las cosas buenas que quiera, que si no las hago con amor no me sirven de nada (muy resumido). Cristo no nos dice que no cumplamos la ley, sino que la cumplamos en plenitud, es decir, con amor.
2.- Si no sois mejor que los letrados y fariseos, no entraréis en el Reino de los cielos. Fijémonos en que esta frase de Jesús está dicha inmediatamente después de las palabras del mismo Jesús ensalzando la bondad del cumplimiento de la ley. Por eso, el que Jesús diga ahora que para entrar en el Reino de los cielos hay que ser mejor que los letrados y fariseos es, por lo menos, chocante. ¿Quién cumplía la ley literalmente mejor que los fariseos? Lo que nos confirma una vez más lo que decíamos antes: que el cumplimiento de la ley sólo salva si la cumplimos por amor y con amor. Y, según el mismo Jesús, los letrados y fariseos no cumplían la ley por amor, sino por motivos egoístas e interesados. “¿Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas…?” Una vez más decimos: la plenitud de la ley no está en el cumplimiento literal de la ley, sino en ser fieles al espíritu de la ley. La letra mata y el espíritu vivifica.
3.- Habéis oído que se dijo…, pero yo os digo… Y pone el ejemplo de cuatro de los mandamientos que todo judío sabía de memoria: no matar, no cometer adulterio, las leyes sobre el divorcio y sobre el juramento. Jesús no niega la validez de estas leyes, pero dice que para cumplir estas leyes hay que ir mucho más allá de lo que las mismas leyes dicen literalmente. El mandamiento de “no matar” sólo se cumple en plenitud, es decir, con amor, cuando amamos al prójimo, incluso al que nos ha ofendido, y le perdonamos de corazón. El mandamiento “no cometerás adulterio” no se refiere únicamente al hecho físico, sino al deseo psicológico. El mandamiento “el que se divorcie de su mujer, que le dé acta de repudio”, interpretado sólo literalmente deja a la mujer en inferioridad legal frente al hombre; la plenitud de esta ley exige que sea el amor el que regule las relaciones entre los esposos. El mandamiento “no jurarás en falso” es, por supuesto, verdadero, pero la plenitud de esta ley exige ir más allá de lo que dice la letra, exige que mi palabra y la palabra del otro sean palabras fieles y fiables en sí mismas y, en consecuencia, que sea suficiente decir “sí” o “no” para cerrar un pleito o un negocio. En definitiva, que el cumplimiento de la letra de la ley, en sí misma, no nos salva; lo que nos salva es cumplir la ley en su plenitud, es decir, que la ley sea siempre expresión de mi amor a Dios y al prójimo. Eso es cumplir la ley en su plenitud, como el mismo Cristo hizo y como nos recomendó que hiciéramos nosotros.
____________________El amor por encima de la ley. Jesús nos llama hoy a ir más allá del legalismo: «Os digo que si no sois mejores que los escribas y fariseos, no entraréis en el Reino de los cielos». La Ley de Moisés apunta al mínimo necesario para garantizar la convivencia, pero el cristiano ha de procurar superar este mínimo para llegar al máximo posible del amor. Lo que hoy nos enseña Jesús es a no creernos seguros por el hecho de cumplir esforzadamente unos requisitos con los que podemos reclamar méritos a Dios, como hacían los maestros de la ley y los fariseos. Más bien debemos poner el énfasis en el amor a Dios y los hermanos, amor que nos hará ir más allá de la fría ley y a reconocer humildemente nuestras faltas en una conversión sincera. El evangelista pone en boca de Jesús un repaso rápido de cuanto la ley exigía a sus contemporáneos. El no ha venido a destruirla sino a darla su cumplimiento. No bastará no matar. Será necesario no enfadarse con el hermano, no boicotearle, no pisarle, no ignorarle, no olvidarle, no despreciarle. ¿Y las relaciones con la mujer? El evangelio de Mateo pone de relieve el deseo de Jesús de dignificar a la mujer de su tiempo. Entre los judíos la mujer apenas era una cosa. A través de la historia y durante mucho tiempo apenas ha sido más que cosa. La división de la humanidad en hombres y mujeres ha dado una terrible consecuencia: la discriminación irritante de la mujer. El cristiano tiene ante sí otro reto puesto por Jesucristo: el de considerar a la mujer como persona con la que compartir un proyecto de vida, el de dar una espléndida lección al mundo, mostrar qué maravilla son capaces de forjar dos seres que, considerándose iguales, viven fundados en Cristo.
2.- Aprender la lección del perdón. Hay quien dice: ‘Yo soy bueno porque no robo, ni mato, ni hago mal a nadie’; pero Jesús nos dice que esto no es suficiente, porque hay otras formas de robar y matar. Podemos matar las ilusiones de otro, podemos menospreciar al prójimo, anularlo o dejarlo marginado, le podemos guardar rencor; y todo esto también es matar, no con una muerte física, pero sí con una muerte moral y espiritual. El Señor nos llama a ser personas consecuentes: «Deja tu ofrenda allí, delante del altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano», es decir, la fe que profesamos cuando celebramos la Liturgia debería influir en nuestra vida cotidiana y afectar a nuestra conducta. Por ello, Jesús nos pide que nos reconciliemos con nuestros enemigos. Un primer paso en el camino hacia la reconciliación es rogar ellos, como Jesús nos pide. Si se nos hace difícil, entonces, sería bueno recordar a Jesucristo muriendo por todos. En palabras de Benedicto XVI, «si queremos presentaros ante Él, también debemos ponernos en camino para ir al encuentro unos de otros. Por eso, es necesario aprender la gran lección del perdón: no dejar que se insinúe en el corazón la polilla del resentimiento, sino abrir el corazón a la magnanimidad de la escucha del otro, abrir el corazón a la comprensión, a la posible aceptación de sus disculpas y al generoso ofrecimiento de las propias».

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