15 julio 2014

ANIVERSARIO DEL TRÁNSITO DE DANIEL RODRÍGUEZ SÁNCHEZ 18 DE JULIO DE 2012



Daniel nació el  28 de marzo de 1965, al comienzo de una primavera que llega sentada en carrozas de flores; concretamente en Salamanca, una ciudad conocida por su belleza arquitectónica y su piedra dorada al sol de Castilla.
 
Sus padres, Daniel Rodríguez, obrero metalúrgico y su madre Margarita Sánchez, formaban un matrimonio humilde pero feliz. Habían conseguido una vivienda de protección social en al barrio de San Bernardo, entonces refugio de jóvenes familias. Componían la silueta del barrio varios bloques de color ladrillo y blanco, con pequeñas plazuelas, asientos y árboles, donde podían jugar los pequeños y pasear las parejas con paz y tranquilidad.
 
Daniel fue el tercero de cinco hermanos, iba detrás de Ángel y Margarita. En este hogar unido y feliz vio por primera vez la luz del mundo.

 


Era un niño de tez morena, ovalo casi perfecto, ojos almendrados y pelo castaño, con una sonrisa contagiosa en sus labios, que conservó hasta el final de su vida como una gracia especial recibida del cielo

Dani pensaba en crecer porque su gran ilusión era ser monaguillo y siempre que volvía de la iglesia, lo hacía un poco desconsolado porque le decían que “era muy pequeño”. Por esta razón y muchas otras sentía verdadera admiración por Ángel, su hermano mayor, y sin decir nada procuraba imitarlo.


 

Cuando comenzó  el colegio, el niño asistía contento a las clases, era el Colegio Juan Jaén de Vitoria. Dani era un niño despierto que ponía atención a las clases de sus profesores. Siempre que podía, ser reunía con sus amigos del barrio. Uno de los momentos más alegres, lo pasaba Dani convocando a los niños del barrio delante de su balcón tirándoles a la “repañina” parte de sus juguetes, caballos, soldaditos, indios, pistoleros…, él había visto hacer lo mismo en los bautizos, tirando caramelos y chuches, y no es que le sobraran muchos juguetes, pero le gustaba compartir lo poco que tenía y al mismo tiempo mirar cual de sus amiguitos era mas listo y recogía más.
 
Un día el pequeño vio pasar por el barrio a un señor con una mula y un carro pequeño, y algo llamó su atención, el hombre hacía un ruido con la boca para guiarla. El pequeño los fue siguiendo hasta una explanada cercana donde el hombre dejo solos al carro y a la mula, para recoger leña, Dani escondido comenzó a hacer el mismo ruido que hacía el señor con la boca, al principio no le salía, cuando pudo lograrlo se acercó al animal, y este comenzó a retroceder cayéndose en una zanja que tenía detrás, cuando el niño vio el carrito hundido y la mula en posición de sentada y con las patas al aire, se llevó un buen susto y más cuando vio el hombre que volvía dando voces y gritando improperios, Dani no sabía más que repetirle “señor, yo le ayudo, señor yo le ayudo”. Al final entre los dos lograron sacarlos, terminaron sudando e incluso la mula cansada. Dani se despidió del hombre y se marchó de allí corriendo. ¡Y el, que
quería ser monaguillo..! ¡Por eso le decían que era pequeño! ¡Lo mismo lo caía todo! Tenía que
aprender mucho y hacerse pronto mayor. Tenía al final que ser como su padre y como su hermano, y trabajar, y cuidar a su madre y a su hermanita pequeña. Con estos pensamientos regresó a su barrio y comenzó a jugar con su peonza de madera.


Corría el año de 1994, Daniel contaba con 29 años y tenía el corazón lleno de heridas, eso tampoco lo vio como un final. ¡Volvió la vista a Jesús en la Cruz, y se abrazó a ella! ¡Aquello fue la derrota del cuerpo y la victoria del alma!

 

Daniel  dio un giro de 90º, y así se convirtió en el mejor discípulo de Dios. Tapándose con el Manto de la Santísima Virgen, encontró el consuelo que necesitaba y se llenó de virtudes cristianas. Su recorrido fue impresionante a los ojos del mundo y los hombres. Por donde pasó, dejó una huella profunda de buen Samaritano, con una sonrisa en los labios, que parecía llegarle al Cielo.
 
Testimonio de Caridad ( escritora y poetisa):

Lourdes era impresionante, lleno de gente, distintas razas unidas en grupos, moviendo montañas de fe y esperanza. El aroma  a hierba mojada e incienso inundaba aquel santuario, el río cerca de la gruta corría silencioso para no interrumpir tanta devoción. El agua del manantial salía por los grifos derramando salud y alegría, puse debajo mi cabeza rezando a la Virgen, fue tantas las gracias que recibí, que ese mismo viaje lo repetí durante siete años seguidos. Así me sentía más fuerte, más segura de las decisiones que tomaba a lo largo da cada año. ¡Recobré las fuerzas para escribir y publicar! Tuve la suerte de hacer muchos amigos difícil de enumerar.

 

 

Fue allí en una de esas peregrinaciones cuando conocí a Don José, un sacerdote de Ponferrada, el me presentó a Luisa María una chica que estudiaba Teología en Salamanca, ella y yo nos hicimos buenos amigos. Luisa María era dulce, educada, cariñosa, responsable, muy entrañable. Un buen día llegó a visitarme acompañada de Daniel, Dani para los amigos, el joven alto, moreno, bien parecido, cargaba sobre sus espaldas una biografía trágica, tenía en sus labios una sonrisa que iluminaba su rostro. Luisa María llevaba una guitarra en las manos y el joven con su voz prodigiosa.

Dicen que el universo y la música se rigen por la misma ley en el espacio y por ello nos sorprende con tanta belleza; ¡Son sobre todo obras de Dios!


Yo diría que Luisa María y Daniel procedían del mismo lugar. Las  tardes de los domingos a su lado, tenían magia. Pasábamos las cuentas del Rosario, cantando, riendo, descubriendo nuestros pensamientos e inquietudes.

 
Rodeada por tantas personas maravillosas, decidí volver a escribir. Luisa María me hacía propaganda entre sus amistades y familia, además me apoyaban la Cruz Roja, todos los integrantes del tren de la Esperanza y varios amigos de siempre. Así comencé a prepararme día a día, solo pensaba en superare a mí misma. Escribí y publiqué cinco libros. Los medios de comunicación me abrían sus puertas, y como decía Daniel, ¡Todo era un milagro!
 
Me sentía feliz y distinta, pensaba que mi familia desde el Cielo se sentiría orgullosa de mí por aquel camino tan digno que había escogido en la tierra. Día a día desnudaba mi pensamiento entre renglones de tinta.
 
Después de unos años, Luisa María regresó a su tierra en Asturias. Daniel continuaba visitándome, el joven también  tenía proyectos: ser “Discípulo de Dios”. Me hablaba de la Cruz Gloriosa que instalaban en las explanadas donde les daban permiso, esta cruz era blanca con los cantos azules. Me llevó a ver una que habían instalado en un patio propiedad de la Iglesia donde el Padre Romo, párroco y sacerdote, hacía un apostolado social sorprendente.
 
Así que Daniel se ofreció a sacarme de paseo, empujando mi silla de ruedas. Asistíamos a Misa cada día, me llevaba a una Iglesia distinta. Recorríamos las calles y plazas de esta mi ciudad amada. Me llevó a las Ferias, a ver los fuegos artificiales, mercadillos, parques… Daniel sobre todo era sincero, auténtico, Me hacía preguntas difíciles d contestar, por ejemplo ¿Qué tendré que hacer yo para ser más santo, más bueno? Y yo, espontánea, le contestaba: ¡Lo que estás haciendo! Me miraba con atención y después sonreía. Otras veces me preguntaba:
-          ¿No te da un aroma a rosas?
-           ¡Sí, pero yo no veo rosales!
-          Entonces Dani me explicaba : “Dicen que es la Santísima Virgen que está a nuestro lado”
Al lado de Daniel todo me parecía lógico y normal, porque él despedía una luz que tampoco se veía, pero se sentía mirando sus ojos.
 
Muchas veces me llamaba “mi niña” cuando se dirigía a mí. Me veía frágil, indefensa y solo pensaba en protegerme como podía. Muchas veces me decía: “Tu nunca tengas miedo, todos los hombres tenemos un ángel de la guarda, pero los enfermos tenemos dos o tres”.
 
Sería imposible contar todos los momentos vividos con Daniel. Empujaba mi silla de ruedas como si tuviera alas, reíamos como dos críos. Daniel muchas veces iba cantando, y yo le pedía ¡Por favor Dani, cántame un flamenquito…! y Daniel me cantaba la saeta al Crucificado de Machado, o algún otro alegre villancico.  Yo le dediqué un poema llamándole “Pequeño profeta”, porque la mayoría de las veces sus sueños se hacían  realidad. El último que me contó fue que iban en una procesión unos “nazarenos” llorando por el hambre del mundo, me dijo que eso también iba a pasar en España e Italia, ¡Entonces nadie hablaba de crisis!
 
Aprendí  tanto de Daniel, como ser prudente, a tener paciencia, a convertir  el dolor en una sonrisa, a rezar con recogimiento.
 
Daniel se había convertido en el “Buen Samaritano” que ayudaba a todos sus amigos y conocidos como buenamente podía, de esto habrá muchos testimonios.
 
Un día Daniel se presentó a visitarme con Hernando, en los últimos años su amigo inseparable.
Daniel incluso traía su sillita de campo para sentarse ya que todo le hacía daño en su cuerpo frágil y desmejorado, se apoyaba en un bastón, tenía en los pies grandes heridas, se adivinaba cerca su partida de este mundo. En su rostro, a pesar del sufrimiento seguía luciendo una sonrisa, y en su corazón la preocupación por todos. Le pidió a Hernando: “¡No dejes sola a Caridad, cuando yo falte no la dejes sola!”. Desde entonces, Hernando está a mi lado. Daniel nos ha unido, sigue con nosotros. Le recordamos, y Daniel seguramente nos mira desde los arcos del Cielo. Cuando Hernando empuja mi silla de ruedas, seguro que él le ayuda. ¡Lo suyo fue la victoria del alma!
 
Testimonio de Luisa (teóloga):
 
 
Creo, conocí a Dani el 13 de octubre de 1998 en la Iglesia de los Dominicos de Salamanca, donde cada día 13, el dirigía el Apostolado Mundial de Fátima, yo había preguntado donde y cuando, hasta que di con ellos. No obstante ese día no hablamos nada.
Al siguiente mes, el 13 de noviembre, al salir del rezo del Santo Rosario y Eucaristía,  él se dirigió a mí: “Hemos visto cosas nuevas, últimamente por aquí…”  Me presenté, me presentó a su madre (mamita) y fuimos juntos hasta la Clerecía, no  sé incluso si me acompañaron hasta la casa donde yo vivía. Les hablé de la hermana de papá (q.e.p.d.), tía Dolores (q.e.p.d.) que vivía en Navasfrías, cerca de Ciudad Rodrigo y así mismo del resto de mi familia.
Así fue el primer acercamiento con Dani y que propició la Santísima Virgen de Fátima.
La extrema generosidad de Dani, mamita y Toñi, hicieron que en los últimos años que pasé en Salamanca, me invitaran a comer algunos domingos y fiestas. Este trato unido al del “Cenáculo de oración”, en su casa una tarde a la semana en donde se rezaba fundamentalmente el Santo Rosario, permitió vivir más los lazos que se habían creado y  conocer mejor la fuente celestial de donde brotaba tanto amor en lo humano.
Una vez adentrándome ya en su círculo de amistades, fue presentándome algunas personas todas ellas de oración como por ejemplo Isabel (de León), alma víctima como Dani. Dani hacía una perpetua ofrenda de sí mismo mediante la oración, la enfermedad, todo ello con espíritu de reparación, penitencia, sacrificio… me atrevería a decir que también de martirio (incruento) desde su profundo amor al Señor, a la Santísima Virgen, a la Iglesia Católica. Su gran alma le hacía vivir con valentía y sin prejuicios su cristianismo comprometido, en coherencia y fiel al Magisterio de nuestra Santa Madre Iglesia, si se presentaba la ocasión de corregir o reconvertir a alguien lo hacía con suma diligencia.
Desde su gran capacidad de escucha, acogía a todo aquel que sabía  tenía necesidad, siendo a la vez muy reservado (sabía proteger, resguardar la intimidad, callar…).
Tenía muy buen sentido del humor, yo lo llamaría “gracioso con la gracia de Dios”, que procuraba conservar y acrecentar. También recibía gracias místicas, como contemplativo –y además activo- que era.  El Espíritu Santo le obsequió con sus dones y frutos, como el don de la sabiduría, de entendimiento, ciencia muy sabrosa; piedad, santo temor de Dios, fortaleza, voluntad, etc.
Practicaba las obras de misericordia, tanto las corporales como las espirituales, todo con una caridad y humildad que desbordaban en su ser, en su mirada, en su persona. Tenía también la intuición de conciencias que leía por dentro; además de su espíritu profético que le permitía entender con mucha antelación (diez años, incluso, pues doy fe de ello) los signos de los tiempos.
Dani era un hombre de continua oración y adoración, un hombre de Dios, pasaba –si su salud se lo permitía- largas horas de adoración eucarística ante el Santísimo. Intercedía por los vivos y por los difuntos. Por las mañanas cuando su hermana Toñi iba a trabajar, rezaba con “mamita”, mientras preparaba ella la comida,  por intenciones universales, por todos los difuntos y los de su familia, por las intenciones que personas que se las pedían, etc. Si la salud se  lo permitía, ayudaba en casa en lo que podía, y hasta pintaba las paredes y los techos.
Era muy listo, muy servicial, muy ocurrente, muy atento, sin meter ruido. Manso de corazón, limpio por fuera y por dentro, con una finura espiritual que le hacía elegante en palabras y gestos; docilidad al Espíritu, de palabra recta, facilidad de expresión, “maestro” en hondura espiritual. Podía liberar espíritus malignos con la ayuda de todos los medios posibles de la Santa Madre Iglesia. Se protegía con sacramentales, la unión con Dios en que vivía le amparaba y defendía.
Dani era un perfecto apóstol del Señor, con el gran don del descernimiento, transparente, honesto, auténtico, genuino, simpático, verdaderamente bondadoso; con una fe viva llena de obras, benigno, compasivo y misericordioso ante el dolor ajeno, cercano, gentil, noble, cariñoso, cordial, con un espíritu decidido, emprendedor infatigable, sencillo y distinguido, con gran belleza interior y exterior –aunque igual se esforzaba en disimularla- , inocente que no ingenuo y sobre todo, sobre todo: abrazado a la Cruz
Hablaba de Dios directamente al alma, perseverante con presencia y fortaleza de ánimo en su misión. La alegría que le brotaba desde el Señor, le llevaba a transmitirlo mediante el canto espontáneo, bien a la Santísima Virgen, a Jesús, villancicos, saetas de semana santa…
Agradecido y tierno, quería a todas las personas y se hacía querer, desarrollando una capacidad para no hablar mal de persona alguna. Su psicología personal era especial, tenía mucha “mano izquierda” para decir las cosas, buscando siempre –después de ponerlo en oración— el lugar y el momento oportuno. Inspiraba confianza y seguridad a quienes rodeaba
Dani era una persona libre, con la libertad de espíritu de los hijos de Dios, a la vez disciplinado, con la voluntad sujeta a la del Señor, con “determinada determinación”.
Como gran amante y apóstol de la Divina Misericordia, me enseñó a rezar el Rosario o Coronilla de la Divina Misericordia, y también me enseñó a rezar el Rosario de las Santas Llagas del Señor.
Dani, divulgador del Evangelio, siempre estaba muy inclinado hacia los más necesitados, alejados de la fe, perdidos en la religión, a quienes buscaba y rezaba para que les llegara la luz del Cielo.
Muy cauto en cuanto había que guardar algún secreto de alguna institución o persona, para lo cual lo ponía todo en oración.
Dani tenía una especial prudencia en dar a conocer alguna gracia espiritual que hubiera recibido, así mismo un día me dijo titubeando por teléfono: 
-“Hija mía, dicen que me han visto en Salamanca y en otro lugar a la misma hora, varias personas, ¿Qué puedo decir?
-“Di que eres un gamberro, y que a veces haces cosas de esas…”
-“Si, voy a decir que me gusta gastar bromas”
Esta gracia de bilocación se puede contar ya que él está al otro lado de la ladera.
Me comentaba en alguna ocasión aspectos privados, como algunos sueños especiales: “Hija mía, no soy digno, bien lo sabe el Señor, y todos y tú, pero se me manifestó el Ángel de la Guarda, o la Santísima Virgen, o el Señor, o algún santo…
Quisiera destacar de nuevo, la gran generosidad de Dani, de su hermana y de su “mamita” cuando me llevaban a conocer las Arribes del Duero, o los diversos Santuarios Marianos como Valdejimena, etc. Gracias Dani por la Imagen de la Virgen María Rosa Mística que me trajiste de Italia y que ayudó tanto a papá  (q,e.p.d) cuando se operó.
Por último, demos gracias a Dios, a la Santa Madre Iglesia Católica, Apostólica y Romana por los sacerdotes que a través de las confesiones, de los Sacramentos, de la ayuda espiritual, también con la ayuda de María Santísima, de San José,  de los ángeles y santos han podido forjar un alma así. Demos gracias igualmente a su “mamita”  queridísima, su también querida hermana Toñi, y toda su familia por la parte que les corresponde.
Gracias a ti, Dani, “atleta del Señor” que has llegado hasta la meta por tu santidad. Gracias por habernos hecho reír, hasta en momentos y situaciones  bien difíciles como cuando te vi en el Santuario de Covadonga, tan “delgadin” como el palo de una escoba y cubierto con ropa y con los artilugios móviles hospitalarios a cuestas, dada la precariedad de tu salud.
El 18 de julio de 2013, justo el día del primer aniversario de tu tránsito, la noche del 17 al 18, me encontraba cuidando a mi madre (que luego posteriormente falleció el 23 de septiembre) en el hospital de Cabueñes, motivo por el que no podía estar a la vez en Salamanca en el primer aniversario de tu fallecimiento, y tú me diste a entender esto: “No te preocupes hermanita, ya sé que tú no puedes venir porque estás ahí, muy bien, como tienes que estar y donde tienes que estar cuidando a tu mamá, no te preocupes que ya voy yo, no en bus, ni en tren, ni en coche, ni en avión… más rápido, voy en “ la luna”, tu mira ahora al cielo y ya está ¿ves? –La luna estaba llena, iluminando claramente todo- …yo, estoy ahí…  Díselo a mi madre y a mi hermana también para que se rían un poco y para que cuando vean así la luna, se acuerden de mí, riendo.”
Epílogo: Daniel ha dejado una estela de buenas obras y de luz en muchas almas que andaban por caminos obscuros y alejados de Dios, su mejor predicación fue el testimonio diario de su vida, llena de caridad, alegría y un amor de Dios que lo envolvía todo, así como su devoción acendrada a la Virgen.  Si pudiéramos poner los testimonios de quienes le conocimos, escribiríamos libros, pero estoy seguro que con el tiempo, para bien de los lectores, se podrá escribir mucho más, porque el testimonio de estas almas escogidas es deseo de Dios que se ponga como" la luz sobre la mesa para que alumbre a todos los de la casa ".
En su camino hacia la Casa del Padre, lentamente fue encontrando   nuevas maneras de acercarse más a Dios y de ofrecerle de una nueva manera su "ir muriendo cada día un poco más en la carne, para ir creciendo en la vida del espíritu".
El encuentro con N. P. San Benito Abad, Patrono de Europa, Padre de Monjes, fundador de la Orden Benedictina y victorioso luchador contra el poder del maligno, le hizo descubrir su vocación de alma víctima y contemplativa, con ilusión se preparó para ser Oblato Laico Benedictino y al terminar un Retiro, en el Santuario de la Virgen de Valdejimena, hizo   entrega al Señor con su oblación por medio de la Virgen.  Fue el primero en dar este paso en Salamanca y el primero en  volar al Cielo para esperarnos junto a Nuestro Padre San Benito.
Su tránsito a la  Casa del Padre, fue como su vida con paz y con la Cruz de San Benito en su mano como palma de martirio de un verdadero mártir de Cristo, que como tal aceptó durante tantos años sus terribles dolores y limitaciones crecientes. En la mañana del día 18 de julio  con el mismo paso silencioso que aparecía y hacía el bien en el marco de una vida orante modélica, se marchó sin que hubiéramos percibido ningún  cambio en su rostro transfigurado por lo que vislumbraba...
Ruega por nosotros Daniel, para que sigamos tus pasos y alcancemos la Gloria.    
 

 





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