Daniel nació el 28 de marzo de
1965, al comienzo de una primavera que llega sentada en carrozas de flores;
concretamente en Salamanca, una ciudad conocida por su belleza arquitectónica y
su piedra dorada al sol de Castilla.
Sus padres, Daniel Rodríguez, obrero metalúrgico y su madre Margarita
Sánchez, formaban un matrimonio humilde pero feliz. Habían conseguido una
vivienda de protección social en al barrio de San Bernardo, entonces refugio de
jóvenes familias. Componían la silueta del barrio varios bloques de color
ladrillo y blanco, con pequeñas plazuelas, asientos y árboles, donde podían
jugar los pequeños y pasear las parejas con paz y tranquilidad.
Daniel fue el tercero de cinco hermanos, iba detrás de Ángel y
Margarita. En este hogar unido y feliz vio por primera vez la luz del mundo.
Era un niño de tez morena, ovalo casi perfecto, ojos
almendrados y pelo castaño, con una sonrisa contagiosa en sus labios, que
conservó hasta el final de su vida como una gracia especial recibida del cielo
Dani pensaba en crecer porque su gran ilusión era ser monaguillo y
siempre que volvía de la iglesia, lo hacía un poco desconsolado porque le
decían que “era muy pequeño”. Por esta razón y muchas otras sentía verdadera
admiración por Ángel, su hermano mayor, y sin decir nada procuraba imitarlo.
Cuando comenzó el colegio, el
niño asistía contento a las clases, era el Colegio Juan Jaén de Vitoria. Dani
era un niño despierto que ponía atención a las clases de sus profesores.
Siempre que podía, ser reunía con sus amigos del barrio. Uno de los momentos
más alegres, lo pasaba Dani convocando a los niños del barrio delante de su
balcón tirándoles a la “repañina” parte de sus juguetes, caballos, soldaditos,
indios, pistoleros…, él había visto hacer lo mismo en los bautizos, tirando
caramelos y chuches, y no es que le sobraran muchos juguetes, pero le gustaba
compartir lo poco que tenía y al mismo tiempo mirar cual de sus amiguitos era
mas listo y recogía más.
Un día el pequeño vio pasar por el barrio a un señor con una mula y un
carro pequeño, y algo llamó su atención, el hombre hacía un ruido con la boca
para guiarla. El pequeño los fue siguiendo hasta una explanada cercana donde el
hombre dejo solos al carro y a la mula, para recoger leña, Dani escondido
comenzó a hacer el mismo ruido que hacía el señor con la boca, al principio no
le salía, cuando pudo lograrlo se acercó al animal, y este comenzó a retroceder
cayéndose en una zanja que tenía detrás, cuando el niño vio el carrito hundido
y la mula en posición de sentada y con las patas al aire, se llevó un buen
susto y más cuando vio el hombre que volvía dando voces y gritando improperios,
Dani no sabía más que repetirle “señor, yo le ayudo, señor yo le ayudo”. Al
final entre los dos lograron sacarlos, terminaron sudando e incluso la mula
cansada. Dani se despidió del hombre y se marchó de allí corriendo. ¡Y el, que
quería ser monaguillo..! ¡Por eso le decían que era pequeño! ¡Lo mismo
lo caía todo! Tenía que
aprender mucho y hacerse pronto mayor. Tenía al final que ser como su
padre y como su hermano, y trabajar, y cuidar a su madre y a su hermanita
pequeña. Con estos pensamientos regresó a su barrio y comenzó a jugar con su
peonza de madera.
Corría el año de 1994, Daniel contaba con 29 años y tenía el corazón
lleno de heridas, eso tampoco lo vio como un final. ¡Volvió la vista a Jesús en
la Cruz, y se abrazó a ella! ¡Aquello fue la derrota del cuerpo y la victoria
del alma!
Daniel dio un giro de 90º, y
así se convirtió en el mejor discípulo de Dios. Tapándose con el Manto de la
Santísima Virgen, encontró el consuelo que necesitaba y se llenó de virtudes
cristianas. Su recorrido fue impresionante a los ojos del mundo y los hombres.
Por donde pasó, dejó una huella profunda de buen Samaritano, con una sonrisa en
los labios, que parecía llegarle al Cielo.
Lourdes era impresionante, lleno de gente, distintas razas unidas en
grupos, moviendo montañas de fe y esperanza. El aroma a hierba mojada e incienso inundaba aquel
santuario, el río cerca de la gruta corría silencioso para no interrumpir tanta
devoción. El agua del manantial salía por los grifos derramando salud y
alegría, puse debajo mi cabeza rezando a la Virgen, fue tantas las gracias que
recibí, que ese mismo viaje lo repetí durante siete años seguidos. Así me
sentía más fuerte, más segura de las decisiones que tomaba a lo largo da cada
año. ¡Recobré las fuerzas para escribir y publicar! Tuve la suerte de hacer muchos
amigos difícil de enumerar.
Fue allí en una de esas peregrinaciones cuando conocí a Don José, un
sacerdote de Ponferrada, el me presentó a Luisa María una chica que estudiaba
Teología en Salamanca, ella y yo nos hicimos buenos amigos. Luisa María era
dulce, educada, cariñosa, responsable, muy entrañable. Un buen día llegó a
visitarme acompañada de Daniel, Dani para los amigos, el joven alto, moreno,
bien parecido, cargaba sobre sus espaldas una biografía trágica, tenía en sus
labios una sonrisa que iluminaba su rostro. Luisa María llevaba una guitarra en
las manos y el joven con su voz prodigiosa.
Dicen que el universo y la música se rigen por la misma ley en el
espacio y por ello nos sorprende con tanta belleza; ¡Son sobre todo obras de
Dios!
Yo diría que Luisa María y Daniel procedían del mismo lugar. Las tardes de los domingos a su lado, tenían
magia. Pasábamos las cuentas del Rosario, cantando, riendo, descubriendo
nuestros pensamientos e inquietudes.
Rodeada por tantas personas maravillosas, decidí volver a escribir.
Luisa María me hacía propaganda entre sus amistades y familia, además me
apoyaban la Cruz Roja, todos los integrantes del tren de la Esperanza y varios
amigos de siempre. Así comencé a prepararme día a día, solo pensaba en superare
a mí misma. Escribí y publiqué cinco libros. Los medios de comunicación me
abrían sus puertas, y como decía Daniel, ¡Todo era un milagro!
Me sentía feliz y distinta, pensaba que mi familia desde el Cielo se sentiría
orgullosa de mí por aquel camino tan digno que había escogido en la tierra. Día
a día desnudaba mi pensamiento entre renglones de tinta.
Después de unos años, Luisa María regresó a su tierra en Asturias.
Daniel continuaba visitándome, el joven también
tenía proyectos: ser “Discípulo de Dios”. Me hablaba de la Cruz Gloriosa
que instalaban en las explanadas donde les daban permiso, esta cruz era blanca
con los cantos azules. Me llevó a ver una que habían instalado en un patio
propiedad de la Iglesia donde el Padre Romo, párroco y sacerdote, hacía un
apostolado social sorprendente.
Así que Daniel se ofreció a sacarme de paseo, empujando mi silla de
ruedas. Asistíamos a Misa cada día, me llevaba a una Iglesia distinta.
Recorríamos las calles y plazas de esta mi ciudad amada. Me llevó a las Ferias,
a ver los fuegos artificiales, mercadillos, parques… Daniel sobre todo era
sincero, auténtico, Me hacía preguntas difíciles d contestar, por ejemplo ¿Qué
tendré que hacer yo para ser más santo, más bueno? Y yo, espontánea, le
contestaba: ¡Lo que estás haciendo! Me miraba con atención y después sonreía.
Otras veces me preguntaba:
-
¿No te da un aroma a rosas?
-
¡Sí, pero
yo no veo rosales!
-
Entonces Dani me explicaba : “Dicen que es la
Santísima Virgen que está a nuestro lado”
Al lado de Daniel todo me parecía lógico y normal, porque él despedía
una luz que tampoco se veía, pero se sentía mirando sus ojos.
Muchas veces me llamaba “mi niña” cuando se dirigía a mí. Me veía
frágil, indefensa y solo pensaba en protegerme como podía. Muchas veces me
decía: “Tu nunca tengas miedo, todos los hombres tenemos un ángel de la guarda,
pero los enfermos tenemos dos o tres”.
Sería imposible contar todos los momentos vividos con Daniel. Empujaba
mi silla de ruedas como si tuviera alas, reíamos como dos críos. Daniel muchas
veces iba cantando, y yo le pedía ¡Por favor Dani, cántame un flamenquito…! y
Daniel me cantaba la saeta al Crucificado de Machado, o algún otro alegre
villancico. Yo le dediqué un poema
llamándole “Pequeño profeta”, porque la mayoría de las veces sus sueños se
hacían realidad. El último que me contó
fue que iban en una procesión unos “nazarenos” llorando por el hambre del
mundo, me dijo que eso también iba a pasar en España e Italia, ¡Entonces nadie
hablaba de crisis!
Aprendí tanto de Daniel, como
ser prudente, a tener paciencia, a convertir
el dolor en una sonrisa, a rezar con recogimiento.
Daniel se había convertido en el “Buen Samaritano” que ayudaba a todos
sus amigos y conocidos como buenamente podía, de esto habrá muchos testimonios.
Un día Daniel se presentó a visitarme con Hernando, en los últimos
años su amigo inseparable.
Daniel incluso traía su sillita de campo para sentarse ya que todo le
hacía daño en su cuerpo frágil y desmejorado, se apoyaba en un bastón, tenía en
los pies grandes heridas, se adivinaba cerca su partida de este mundo. En su
rostro, a pesar del sufrimiento seguía luciendo una sonrisa, y en su corazón la
preocupación por todos. Le pidió a Hernando: “¡No dejes sola a Caridad, cuando
yo falte no la dejes sola!”. Desde entonces, Hernando está a mi lado. Daniel
nos ha unido, sigue con nosotros. Le recordamos, y Daniel seguramente nos mira
desde los arcos del Cielo. Cuando Hernando empuja mi silla de ruedas, seguro
que él le ayuda. ¡Lo suyo fue la victoria del alma!
Testimonio de Luisa (teóloga):
Creo, conocí a Dani el 13 de
octubre de 1998 en la Iglesia de los Dominicos de Salamanca, donde cada día 13,
el dirigía el Apostolado Mundial de Fátima, yo había preguntado donde y cuando,
hasta que di con ellos. No obstante ese día no hablamos nada.
Al siguiente mes, el 13 de
noviembre, al salir del rezo del Santo Rosario y Eucaristía, él se dirigió a mí: “Hemos visto cosas nuevas, últimamente por aquí…” Me presenté, me presentó a su madre (mamita) y
fuimos juntos hasta la Clerecía, no sé
incluso si me acompañaron hasta la casa donde yo vivía. Les hablé de la hermana
de papá (q.e.p.d.), tía Dolores (q.e.p.d.) que vivía en Navasfrías, cerca de
Ciudad Rodrigo y así mismo del resto de mi familia.
Así fue el primer acercamiento
con Dani y que propició la Santísima Virgen de Fátima.
La extrema generosidad de Dani,
mamita y Toñi, hicieron que en los últimos años que pasé en Salamanca, me
invitaran a comer algunos domingos y fiestas. Este trato unido al del “Cenáculo
de oración”, en su casa una tarde a la semana en donde se rezaba
fundamentalmente el Santo Rosario, permitió vivir más los lazos que se habían
creado y conocer mejor la fuente
celestial de donde brotaba tanto amor en lo humano.
Una vez adentrándome ya en su
círculo de amistades, fue presentándome algunas personas todas ellas de oración
como por ejemplo Isabel (de León), alma víctima como Dani. Dani hacía una
perpetua ofrenda de sí mismo mediante la oración, la enfermedad, todo ello con
espíritu de reparación, penitencia, sacrificio… me atrevería a decir que
también de martirio (incruento) desde su profundo amor al Señor, a la Santísima
Virgen, a la Iglesia Católica. Su gran alma le hacía vivir con valentía y sin
prejuicios su cristianismo comprometido, en coherencia y fiel al Magisterio de
nuestra Santa Madre Iglesia, si se presentaba la ocasión de corregir o
reconvertir a alguien lo hacía con suma diligencia.
Desde su gran capacidad de
escucha, acogía a todo aquel que sabía
tenía necesidad, siendo a la vez muy reservado (sabía proteger,
resguardar la intimidad, callar…).
Tenía muy buen sentido del
humor, yo lo llamaría “gracioso con la gracia de Dios”, que procuraba conservar
y acrecentar. También recibía gracias místicas, como contemplativo –y además
activo- que era. El Espíritu Santo le
obsequió con sus dones y frutos, como el don de la sabiduría, de entendimiento,
ciencia muy sabrosa; piedad, santo temor de Dios, fortaleza, voluntad, etc.
Practicaba las obras de
misericordia, tanto las corporales como las espirituales, todo con una caridad
y humildad que desbordaban en su ser, en su mirada, en su persona. Tenía
también la intuición de conciencias que leía por dentro; además de su espíritu
profético que le permitía entender con mucha antelación (diez años, incluso,
pues doy fe de ello) los signos de los tiempos.
Dani era un hombre de continua
oración y adoración, un hombre de Dios, pasaba –si su salud se lo permitía-
largas horas de adoración eucarística ante el Santísimo. Intercedía por los
vivos y por los difuntos. Por las mañanas cuando su hermana Toñi iba a
trabajar, rezaba con “mamita”, mientras preparaba ella la comida, por intenciones universales, por todos los
difuntos y los de su familia, por las intenciones que personas que se las
pedían, etc. Si la salud se lo permitía,
ayudaba en casa en lo que podía, y hasta pintaba las paredes y los techos.
Era muy listo, muy servicial,
muy ocurrente, muy atento, sin meter ruido. Manso de corazón, limpio por fuera
y por dentro, con una finura espiritual que le hacía elegante en palabras y
gestos; docilidad al Espíritu, de palabra recta, facilidad de expresión,
“maestro” en hondura espiritual. Podía liberar espíritus malignos con la ayuda
de todos los medios posibles de la Santa Madre Iglesia. Se protegía con
sacramentales, la unión con Dios en que vivía le amparaba y defendía.
Dani era un perfecto apóstol
del Señor, con el gran don del descernimiento, transparente, honesto,
auténtico, genuino, simpático, verdaderamente bondadoso; con una fe viva llena
de obras, benigno, compasivo y misericordioso ante el dolor ajeno, cercano,
gentil, noble, cariñoso, cordial, con un espíritu decidido, emprendedor
infatigable, sencillo y distinguido, con gran belleza interior y exterior
–aunque igual se esforzaba en disimularla- , inocente que no ingenuo y sobre
todo, sobre todo: abrazado a la Cruz
Hablaba de Dios directamente al
alma, perseverante con presencia y fortaleza de ánimo en su misión. La alegría
que le brotaba desde el Señor, le llevaba a transmitirlo mediante el canto
espontáneo, bien a la Santísima Virgen, a Jesús, villancicos, saetas de semana
santa…
Agradecido y tierno, quería a
todas las personas y se hacía querer, desarrollando una capacidad para no
hablar mal de persona alguna. Su psicología personal era especial, tenía mucha
“mano izquierda” para decir las cosas, buscando siempre –después de ponerlo en
oración— el lugar y el momento oportuno. Inspiraba confianza y seguridad a
quienes rodeaba
Dani era una persona libre, con
la libertad de espíritu de los hijos de Dios, a la vez disciplinado, con la
voluntad sujeta a la del Señor, con “determinada determinación”.
Como gran amante y apóstol de
la Divina Misericordia, me enseñó a rezar el Rosario o Coronilla de la Divina
Misericordia, y también me enseñó a rezar el Rosario de las Santas Llagas del
Señor.
Dani, divulgador del Evangelio,
siempre estaba muy inclinado hacia los más necesitados, alejados de la fe,
perdidos en la religión, a quienes buscaba y rezaba para que les llegara la luz
del Cielo.
Muy cauto en cuanto había que
guardar algún secreto de alguna institución o persona, para lo cual lo ponía
todo en oración.
Dani tenía una especial
prudencia en dar a conocer alguna gracia espiritual que hubiera recibido, así
mismo un día me dijo titubeando por teléfono:
-“Hija mía, dicen que me han visto en Salamanca
y en otro lugar a la misma hora, varias personas, ¿Qué puedo decir?
-“Di que eres un gamberro, y que a veces haces
cosas de esas…”
-“Si, voy a decir que me gusta gastar bromas”
Esta gracia de bilocación se
puede contar ya que él está al otro lado de la ladera.
Me comentaba en alguna ocasión
aspectos privados, como algunos sueños especiales: “Hija mía, no soy digno,
bien lo sabe el Señor, y todos y tú, pero se me manifestó el Ángel de la
Guarda, o la Santísima Virgen, o el Señor, o algún santo…
Quisiera destacar de nuevo, la
gran generosidad de Dani, de su hermana y de su “mamita” cuando me llevaban a
conocer las Arribes del Duero, o los diversos Santuarios Marianos como
Valdejimena, etc. Gracias Dani por la Imagen de la Virgen María Rosa Mística
que me trajiste de Italia y que ayudó tanto a papá (q,e.p.d) cuando se operó.
Por último, demos gracias a
Dios, a la Santa Madre Iglesia Católica, Apostólica y Romana por los sacerdotes
que a través de las confesiones, de los Sacramentos, de la ayuda espiritual,
también con la ayuda de María Santísima, de San José, de los ángeles y santos han podido forjar un
alma así. Demos gracias igualmente a su “mamita” queridísima, su también querida hermana Toñi,
y toda su familia por la parte que les corresponde.
Gracias a ti, Dani, “atleta del
Señor” que has llegado hasta la meta por tu santidad. Gracias por habernos
hecho reír, hasta en momentos y situaciones
bien difíciles como cuando te vi en el Santuario de Covadonga, tan “delgadin”
como el palo de una escoba y cubierto con ropa y con los artilugios móviles
hospitalarios a cuestas, dada la precariedad de tu salud.
El 18 de julio de 2013, justo
el día del primer aniversario de tu tránsito, la noche del 17 al 18, me
encontraba cuidando a mi madre (que luego posteriormente falleció el 23 de
septiembre) en el hospital de Cabueñes, motivo por el que no podía estar a la
vez en Salamanca en el primer aniversario de tu fallecimiento, y tú me diste a
entender esto: “No te preocupes
hermanita, ya sé que tú no puedes venir porque estás ahí, muy bien, como tienes
que estar y donde tienes que estar cuidando a tu mamá, no te preocupes que ya
voy yo, no en bus, ni en tren, ni en coche, ni en avión… más rápido, voy en “
la luna”, tu mira ahora al cielo y ya está ¿ves? –La luna estaba llena,
iluminando claramente todo- …yo, estoy
ahí… Díselo a mi madre y a mi hermana
también para que se rían un poco y para que cuando vean así la luna, se
acuerden de mí, riendo.”
El encuentro con N. P. San Benito Abad, Patrono de Europa, Padre de Monjes, fundador de la Orden Benedictina y victorioso luchador contra el poder del maligno, le hizo descubrir su vocación de alma víctima y contemplativa, con ilusión se preparó para ser Oblato Laico Benedictino y al terminar un Retiro, en el Santuario de la Virgen de Valdejimena, hizo entrega al Señor con su oblación por medio de la Virgen. Fue el primero en dar este paso en Salamanca y el primero en volar al Cielo para esperarnos junto a Nuestro Padre San Benito.
Ruega por nosotros Daniel, para que sigamos tus pasos y alcancemos la Gloria.




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