¡Llama el Señor! ¡Nos llama, el Señor, en medio del desierto! A recuperar la alegría de la fe. Viene a nuestro encuentro, en cada circunstancia, para llenarnos de valor y de entereza, de audacia y de esperanza. ¿Seremos capaces de levantar las antenas de nuestra existencia para dejarnos guiar y llevar por El? ¡Vino, viene y vendrá el Señor! Para infundirnos ánimo y sacarnos de tantas fosas en las que nos hemos metido. ¡Necesitamos salvación! ¡Necesitamos a Jesucristo! ¡Bienvenido sea el adviento, tiempo de esperanza y días que nos adentran en los caminos de Dios! Vamos a bendecir la Corona de Adviento. Su color verde nos habla de la esperanza, de la vida que hemos de tener todos los creyentes que anhelamos la llegada del Salvador. Las lámparas, que en cada domingo iremos encendiendo, simbolizan la luz de Cristo que viene a nuestro encuentro y que se imponen sobre la oscuridad del mundo.
La corona de Adviento es la fórmula más habitual y más sencilla de ir iniciando los domingos de Adviento. Y nuestras moniciones como, en otros años, irán reflejando ese hecho. La corona de Adviento tiene cuatro velas de colores diferentes y cada domingo de Adviento se enciende una. En el caso del primer domingo se encenderá la primera y las demás quedarán apagadas. Cuando lleguemos al segundo domingo de Adviento, antes de iniciarse la Eucaristía, ya estará encendida la vela del domingo anterior y, por tanto, se encenderá la segunda. Haremos lo mismo con la tercera y la cuarta. En caso de la tercera, iniciaremos la celebración con las dos velas anteriores ya encendidas y prenderemos la tercera. Para la cuarta, antes de comenzar ya estarán encendidas las tres y completaremos la corona con la cuarta vela encendida.
Ya cantábamos la semana pasada el salmo 121 y aunque los versículos que se van a proclamar hoy son otros, si es el mismo el verso responsorial. “Que alegría cuando me dijeron: vamos a la casa del Señor”. Sin duda está en perfecta relación con la primera lectura que acabamos de escuchar. Este salmo 121 era utilizado por los peregrinos cuando se acercaban al Templo de Jerusalén. Es un himno de alegría y de satisfacción por haber terminado el camino sin contratiempos.
De la Carta del Apóstol San Pablo a los romanos sale nuestra segunda lectura de hoy. Y es una invitación a la conversión activa, a salir del mundo viejo y caminar hacia lo nuevo. Pablo, además, anuncia algo muy importante: que nuestra salvación está cerca.
Jesús nos pide que estemos vigilantes ante su llegada. Eso nos dice el Evangelio de Mateo que se va a proclamar inmediatamente. San Mateo es el autor evangélico que llena este ciclo A que comenzamos, igual que Lucas lo fue del C, que concluíamos el domingo pasado. Y como Mateo nos dice pues hay que estar en vela para no desaprovechar este tiempo de Adviento y nuestra más profunda conversión. Eso es lo que Jesús quiere. Sería una pena, pues, que no supiéramos ver la oportunidad que se nos presenta.
Estad en vela… Estad preparados. Con este primer domingo de Adviento comenzamos un nuevo año litúrgico, ciclo A. El tiempo de adviento, como sabemos, es un tiempo de preparación para la Navidad. Prepararse para la Navidad, en cristiano, es limpiar de pecados nuestro corazón y adornarlo con las mejores virtudes para que en él pueda nacer y quedarse con nosotros el Dios hecho niño en Belén. Esta preparación es no sólo posible, sino necesaria, pues nacemos con malas tendencias e inclinados al mal desde el vientre de nuestra madre. A preparar nuestro corazón debe animarnos nuestra esperanza cristiana en que el Dios que nace en Belén viene a salvarnos y a liberarnos de nuestros pecados; sin esta esperanza cristiana no puede haber vida cristiana. Porque vivir con esperanza cristiana es vivir creyendo y esperando que Cristo un día reinará plenamente en nuestro corazón y en nuestro mundo. Sí, los cristianos creemos que, al final, la justicia y la santidad, es decir la salvación, triunfará sobre al mal y el pecado. Esto, desde nuestra condición actual de hombres pecadores y mirando al mundo en el que vivimos, no es fácil de esperar, pero debemos esperar contra toda desesperanza, fiándonos de la fuerza salvadora de nuestro Señor Jesucristo. Los cristianos tenemos que ser personas optimistas, no ingenuas, que trabajemos día a día y momento a momento para hacer de nuestro mundo un mundo en que pueda reinar Cristo Jesús. Tenemos el ejemplo de este Niño que nació en Belén, el ejemplo de Cristo que vivió luchando hasta el último momento de su vida para que el reino de Dios que él predicaba se pudiera hacer realidad en su mundo, un mundo que no era precisamente santo, ni mucho mejor que el mundo en el que nosotros vivimos ahora. Para esto es el tiempo de Adviento, y el tiempo de nuestra vida entera, para prepararnos, para vivir preparados, porque no sabemos cuándo será, pero sabemos que será algún día. Esta esperanza cristiana es la que tiene que alimentar toda nuestra vida cristiana.
Él nos instruirá en sus caminos y marcharemos por sus sendas. El profeta Isaías es el gran profeta y poeta de la esperanza en el Antiguo Testamento, esperanza en que será el mismo Dios el que “al final de los tiempos” guiará a todos los pueblos por sendas de paz, haciendo de las “lanzas podaderas y de las espadas arados”. También hoy nosotros necesitamos profetas que prediquen la paz y la hermandad de todos los pueblos. No queremos que personas inocentes sigan muriendo en guerras injustas, ni que miles de personas tengan que huir de sus hogares y lanzándose al agua en frágiles pateras que muchas veces sólo les conducen a la muerte. Si los gobernantes de los pueblos dejan a un lado sus intereses egoístas y buscan exclusivamente el bien de los ciudadanos, este mundo nuestro, esta nuestra casa común, podrá llegar a ser algún día una casa donde todos podamos vivir en la paz de Dios, una paz conseguida a base de lucha por la justicia misericordiosa, por una vida digna y por un verdadero amor. Hagamos de nuestro Adviento un tiempo de esta esperanza cristiana, de esperanza en un reino de Dios como el que Cristo predicó e inició en su paso por este mundo.
Conduzcámonos como en pleno día, con dignidad. El Apóstol y todos los Santos a través de los siglos luchaban angustiosamente contra las tentaciones del mundo y de la carne. Esto es lo que hoy pedimos todos nosotros, los cristianos: que en este Adviento nos convirtamos definitivamente al Señor Jesús, despojándonos de todas nuestras malas inclinaciones, despertando del sueño de una rutina acomodada y acomodaticia, caminando durante toda nuestra vida a la luz de Dios. Para conseguir esto no nos fiamos de nuestras propias fuerzas, sino de la fuerza invencible que vino a traernos el Niño de Belén. Que nuestra esperanza cristiana alimente, en este Adviento y siempre, nuestra vida cristiana.
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