01 octubre 2016

DOMINGO XXVII TIEMPO ORDINARIO C - 2 DE OCTUBRE

Bello fragmento del Libro del profeta Habacuc que nos sitúa la verdadera fe dentro del reino de la paz y de la justicia. Y es que resulta totalmente cierta esa frase de Habacuc: “el justo vivirá por su fe”.


Hoy proclamamos el salmo 94 que no es otra cosa que una oración de alabanza, llena de júbilo, al Señor Nuestro Dios, creador de todo y de todos. El versículo responsorial, el número 8, recuerda la rebelión del pueblo judío en el desierto, pero es un recuerdo paliado por la fe permanente de todo un pueblo. Alabemos, pues al Señor, y sin reservas


Como segunda lectura, la muy interesante Carta del apóstol San Pablo a Timoteo. Es un trabajo de enseñanza catequética que muy bien puede servirnos a nosotros, aquí y ahora. Nos habla de los dones del Espíritu Santo como vehículo para mantener y engrandecer nuestra fe.

La petición de los apóstoles a Jesús es, en cierta manera, una demanda universal y permanente de todos los hombres y mujeres de todos los tiempos. Necesitamos que Dios incremente nuestra fe. Y sin su ayuda la fe no es posible pues es un don divino. Además, Jesús de Nazaret acierta cuando dice que nuestra fe ni siquiera llega al tamaño de la pequeñísima semilla de la mostaza


¿Por qué me haces ver desgracias, me muestras trabajos, violencias y catástrofes, surgen luchas, se alzan contiendas?... El profeta Habacuc profiere sus quejas ante el Señor, recurre a él con la misma confianza con que se recurre a un amigo, un buen amigo que además lo puede solucionar todo.
¡Cuándo aprenderemos a recurrir a Jesús del mismo modo! A Jesús que no dudó un momento en dar su vida por nosotros. A Jesús que es el Primogénito del Padre Eterno, el Creador de cielos y tierra, el Supremo Juez de todos los hombres... Enséñanos a orar, te dijeron un día tus discípulos. Ahora también nosotros te lo decimos. Enséñanos a orar, a tratarte con una gran confianza, enséñanos a levantar nuestros ojos hasta los tuyos, engarzar nuestras miradas, la tuya con la nuestra, cuando se nos cargue el corazón de sombras y de lágrimas.
Dios responde al profeta, como responde siempre al que recurre confiadamente a la fuerza de su amor. Todo esto que sucede ahora tiene su final. Entonces se verá todo con claridad, entonces se explicarán muchas cosas que ahora aparecen como absurdas y hasta contradictorias.
El injusto tiene el alma hinchada, pero el justo vivirá de la fe. Aquí está la solución de las penas y pesares del profeta Habacuc. Y aquí está el consuelo para nuestras preocupaciones y nuestras fatigas: en la fe; esa virtud que nos hace ver la vida de una forma distinta a como aparece a primera vista; la fe es una luz que nos hace sonreír ante la dificultad, que nos da la paz y la calma en medio del dolor y el sufrimiento. Sí, el justo vive de la fe. Vive, aunque parezca morir. Vive, sí, y vive una vida distinta de la meramente animal. Su vida es la vida misma de Dios.


   Auméntanos la fe, dicen los Apóstoles al Señor. Es una súplica que recuerda la de otro personaje evangélico que ansía la curación de un ser querido y, al sentirse sin la fe suficiente, exclama: "Señor, yo creo, pero ven en ayuda de mi falta fe". Se desprende de todo esto que la fe es, sobre todo, un don de Dios que hay que pedir con humildad y constancia, confiando en su poder y en su bondad sin límites. Por eso, la primera consecuencia que hemos de sacar del pasaje evangélico que consideramos es la de acudir con frecuencia a Dios nuestro Señor, para pedirle, para suplicarle con toda el alma que nos aumente la fe, que nos haga vivir de fe.
Es tan importante la fe, que sin ella no podemos salvarnos. Lo primero que se pregunta al neófito, que pretende ser recibido en el seno de la Iglesia, es si cree en Dios, Uno y Trino… El Señor llega a decir que quien cree en él tiene ya la vida eterna y no morirá jamás. San Juan dice en su Evangelio que cuanto ha escrito no tiene otra finalidad que ésta: que sus lectores crean en Jesucristo y, creyendo en él, tengan vida eterna. San Pablo también insistirá en la necesidad de la fe para ser justificados, y así nos dice que mediante la fe tenemos acceso a la gracia.
En contra de lo que algunos pensaron, y piensan, la fe de que nos hablan los autores inspirados es una fe viva, una fe auténtica, refrendada por una conducta consecuente. Santiago en su carta dirá que una fe sin obras es una fe muerta. El mismo san Pablo habla también de la fe que se manifiesta en las obras de caridad, en el amor verdadero que se conoce por las obras, no por las palabras. Podríamos decir que tan importantes son las obras para la fe, que cuando no obra como se piensa, se acaba pensando cómo se obra. En efecto, si no actuamos de acuerdo con esa fe terminamos perdiéndola. De hecho lo que más corroe la fe es una vida depravada. Por eso dijo Jesús que los limpios de corazón verán a Dios, porque es casi imposible creer en él y no vivir de acuerdo con esa fe.
La fe, a pesar de ser un don gratuito, es también una virtud que hemos de fomentar y de custodiar. El Señor que nos ha creado sin nuestro consentimiento, no quiere salvarnos si nosotros no ponemos cuanto podamos de nuestra parte. De ahí que hayamos de procurar que nadie ni nada enturbie nuestra fe. Tengamos en cuenta que ese frente es el más atacado por nuestro enemigo. Hoy de forma particular se han desatado las fuerzas del mal para enfriar la fe. El Señor viene a decir que al final de los tiempos el ataque del Maligno será tan fuerte, que conseguirá enfriar la caridad de muchos. Formula, además, una pregunta que nos ha de hacer pensar y también temer. Cuando vuelva el Hijo del Hombre -nos dice-, ¿encontrará fe en el mundo?


A la petición de los Apóstoles responde el Señor hablándoles del poder de la fe, capaz de los más grandes prodigios. Con un modo hiperbólico subraya Jesús la importancia y el valor supremo de la fe. En efecto, quien cree es capaz de las más grandes hazañas, no temerá ni a la vida ni a la muerte, verá las cosas con una luz distinta, vivirá siempre sereno y esperanzado... Pidamos al Señor que nos aumente la fe, luchemos para mantenerla íntegra, para vivir siempre en conformidad con lo que creemos.

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