08 julio 2017

DOMINGO XIV DEL TIEMPO ORDINARIO A 9 DE JULIO

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Está claro que Jesús de Nazaret vino a llamar a los humildes, a los sencillos, a los que no han reconocido el favor del público y de la fama, a los pobres, y, por supuesto, a los que están cansados y abatidos. Tuvo que impresionar mucho en sus tiempos, a los que escuchaba en una Palestina, esencialmente injusta y oprimida. Un pueblo, por supuesto, oprimido por las legiones romanas, pero también oprimido por una clase sacerdotal, los saduceos, que marcaba unas reglas económicas de enorme dureza. Y no se ocupaba apenas nada del proclamar a un Dios compasivo y misericordioso. Y oprimido, en definitiva, por una influyente clase intelectual y religiosa, los fariseos, que habían transformado el cumplimiento religioso en una losa insoportable de llevar encima. Por eso cuando Jesús lanzó al viento ese “venid a mi todos los que estáis cansados y agobiados era un mensaje dirigido a mucha gente, pero que a mucha. Y según vayamos profundizando en las enseñanzas que Él nos ofrece en este domingo, llegaremos a la conclusión de que Jesús de Nazaret es la mejor solución posible a nuestras difíciles vidas.
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El Evangelio de Mateo que leemos hoy es de una belleza singular, es de una belleza serena incluida que se presenta como un remanso de paz. Está llamando a quienes están cansados y oprimidos... A su vez entona Jesús, según las palabras de Mateo, un canto a la sencillez. Incluso, hoy a nosotros, la lectura rápida y no muy contemplativa del texto, nos llena de paz y de sosiego a primera vista. Pero es obvio que nos interesa el fondo del mensaje de Jesús, que, sin duda, es sorprendente, como decía, para aquella época. Y, por supuesto, para la nuestra. Dice Jesús: "Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla." Los sencillos, los pacíficos, la gente corriente va a recibir los mensajes de Dios Padre de manera especial. Pero, ¿y por qué? La soberbia del sabio es un venda terrible que tapa los ojos. Cuando Pablo llega a Atenas e intenta hablar a ese pueblo culto y sofisticado sobre la Resurrección de Señor se ríen de él y lo abandonan. ¿Es lo correcto? Para nada. Todo aquel que ama el conocimiento debe escuchar sin previos prejuicios todo aquello que le formulen. Pero si está envanecido por sus propios conocimientos y tiende a ignorar al que, presuntamente, es menos inteligente o menos científico que él, no encontrará la verdad.

La humildad que reconoce nuestras limitaciones es un buen ingrediente para llegar a ser sabio de verdad. Creerse sabio, disponer de “título oficial” de sabio, es un camino de embrutecimiento. Quien, además, espera que toda su sabiduría y conocimiento pueda venir de la mano de Dios estará en el mejor camino. Es verdad que un enfermo que pide a Dios que le cure, no puede, en ninguno de los casos, dejar de acudir al médico o no tomarse las medicinas recetadas. De la misma forma, quien ponga su anhelo de conocimiento en las manos de Dios, deberá buscar en los medios humanos –las llamadas "causas segundas"—en su camino de aprendizaje. Hay además una enorme sabiduría en el seno del pueblo llano, producida por el sentido común y por la observación sin prejuicios.
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Vamos a releer las palabras de Jesús de hoy: "Venid a mi todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y encontraréis vuestro descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera". Impresionantes. ¿No es así? Vivimos en un mundo lleno de angustias, de cansancio y de agobios. Jesús nos ofrece alivio. Y Él no puede mentir, ni engañarnos. Por tanto Él va a aliviarnos. Es seguro. Necesitamos de su consuelo y de nuestro descanso en Él. ¿Cómo es el yugo de Jesús? ¿Nos molesta la palabra yugo --el viejo enganche para emparejar bueyes-- por lo que tiene de sujeción, de falta de libertad? No debe ser así. Porque verdaderamente es un yugo suave, fácil de llevar, que, sobre todo, da confianza.

Todo aquel que ha experimentado una conversión o ha tenido un crecimiento sensible en el camino de la fe, va a entender perfectamente la suavidad del yugo de Jesús y la ligereza de su carga. Es obvio que si se está más cerca de uno mismo que del Señor Jesús, el yugo nos parecerá angustioso y la carga como un peso insoportable de llevar. Además, si alguna vez carga y yugo se ponen difíciles para nosotros, siempre le podemos pedir a Jesús que nos ayude a soportarlos, como hizo el Cirineo con su Cruz, en los momentos terribles anteriores a la Crucifixión. El apoyo de Jesús no nos va a faltar. Y cada vez imploremos su ayuda, más y mejor entenderemos sus palabras sobre la ligereza de la carga que nos oferta.
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En las siguientes palabras de Jesús se concentra uno de los pilares básicos de su misión junto a los hombres. Dice el Señor: "Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar". Jesús nos mostró al Padre, es el rostro visible de Dios invisible. Sabemos de su amor, de su ternura, hacia a sus hijos, gracias a las enseñanzas del Señor Jesús. Y esa cercanía que el Hijo de Dios muestra en su trato con Dios Padre es la base del conocimiento trinitario. Hay muchas gentes religiosas --cristianos de otras confesiones, musulmanes, judíos y no pocos católicos-- que no pueden soportar el acceso que Jesús nos dio a la intimidad de Dios Padre. Ellos prefieren una figura divina, lejana, inaccesible, llena de poder, que no contempla la proximidad sublime de Padre hacia sus criaturas, a sus hijos. Esa es la gran novedad histórica y transcendente de la misión de Jesús. Tal vez la idea lejana de Dios se hubiera mantenido si Jesús no se hubiera encarnado en la Santísima Virgen para ser un hombre como nosotros. Pero Jesús tenía que mostrar el amor de Dios padre, pues era el ingrediente básico de la acción redentora. La Redención no se hace por poder, se acomete por amor. Hay un enorme poder en esa acción redentora, pero lo fundamental es el amor que Dios nos tiene. Es muy necesario repasar y meditar el texto evangélico que leemos hoy. Se condensa lo fundamental del mensaje de Cristo y, por tanto, lo fundamental también de la acción de Dios.

La profecía de Zacarías adelanta la humildad con que Jesús, en pleno momento de triunfo, entro en Jerusalén. Los lomos y el leve trotecillo de un borrico solo muestras paz y mansedumbre. El gran dignatario habría llegado a las puertas de la Ciudad Santa, montando un brioso caballo, ricamente engalanado. Iría acompañado de sus colaboradores y subalternos también a caballo y demostrando poder y majestad. Zacarías confirma la humildad que Cristo va a desarrollar en su acción en la tierra. Y su permanente afabilidad, palabra esta que tiene el mismo sentido que mansedumbre.

San Pablo en la Carta a los Romanos consagra la doctrina de la espiritualidad en la vida cotidiana, en el periplo terrestre de todo hombre. Y ello, asimismo, es formidable y fundamental para seguir a Jesús. Dice el apóstol de los gentiles: "Vosotros no estáis sujetos a la carne, sino al espíritu, ya que el Espíritu de Dios habita en vosotros. El que no tiene el Espíritu de Cristo no es de Cristo. Si el Espíritu del que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, el que resucitó de entre los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales, por el mismo Espíritu que habita en vosotros". Para Pablo, estar sujetos a la carne, no es solo lo relativo a los deseos o necesidades físicos que el hombre puede tener. No estar en la carne es elevarse sobre ella y actuar ya en el mundo de hoy con el Espíritu que Jesús nos ha enviado. Pablo a su vez profundiza en la doctrina del cuerpo glorioso que tendrá cada ser humano tras la Resurrección. Y esa espiritualización del cuerpo que esperamos --como Jesús tras la Resurrección--, se muestra ya como comienzo en nuestra actitud espiritual frente a otra más corpórea. El Espíritu elevará nuestro cuerpo a otra dimensión. No se trata de despreciar, o de martirizar al cuerpo. La cuestión es buscar y reconocer la acción del Espíritu. A partir de ahí entenderemos mucho mejor esa conexión entre cuerpo y espíritu, según la doctrina del Señor Jesús, que tan magistralmente expone San Pablo.
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No debemos de dejar pasar la ocasión de profundizar en las enseñanzas que las lecturas de este domingo nos plantean. Jesús nos va ayudar a terminar con nuestras angustias y temores. Y nos va llevara a su descanso. Nos pide que llevemos su yugo --el mismo que El lleva-- y sabemos porque nos lo dice el mismo Jesús que es fácil de llevar y cargar si estamos cerca de Él. Nos muestra a Dios Padre, dentro de una nueva dimensión histórica, única en la historia de la Humanidad. Es un Dios misericordioso, cercano, amoroso, tierno y siempre buscando la felicidad y salvación de sus criaturas. Nos va a pedir que le imitemos en el sentido de la paz, en la humildad, en la afabilidad para con todos. Debemos iniciar nuestro cambio en esa dirección. Una vez que seamos sencillos, y hayamos sepultado nuestra soberbia, por la acción del Espíritu Santo, el Señor Dios nos mostrará su sabiduría sin límites. Ya no necesitaremos conocer nada más.

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