30 junio 2017

DOMINGO XIII DEL TIEMPO ORDINARIO A 2 DE JULIO

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El que quiere a su padre o su madre más que a mí, no es digno de mí; y el que quiere a su hijo o a su hija más que a mí no es digno de mí; y el que no toma su cruz y me sigue no es digno de mí. Todas las personas nacemos ya con una serie de valores primarios inscritos en la propia naturaleza: el amor a la vida, el amor al alimento y al dinero, el amor a los padres y a los hijos, etc. Para los cristianos, el valor primero, al que han de subordinarse todos los demás valores, es el amor a Cristo. No es que los demás valores no tengan valor en sí mismos, sino que todos los demás valores debemos ponerlos al servicio del valor primero, el amor a Cristo. Son valores cristianos, para todo ser humano, amar la vida, amar la comida y el dinero, amar a los padres y a los hijos, etc., pero debemos renunciar a cualquier valor, por muy natural y cristiano que nos parezca, si entra en contradicción y nos impide realizar el valor primero: el valor a Cristo. Así lo han demostrado a lo largo de la historia, miles de mártires, ascetas que sometieron su vida a muchas y extenuantes mortificaciones, hijos que renunciaron y se opusieron a sus padres para poder seguir su vocación religiosa, misioneros que asumieron toda clase de privaciones, peligros y persecuciones para poder predicar con libertad el evangelio de Cristo. En definitiva, debemos estar dispuestos a renunciar a todo lo que nos impida ser fieles al valor primero y principal: el seguimiento de Jesús. Esto puede parecer fácil en teoría, pero es tremendamente difícil realizarlo cada día y en cada momento. Porque tenemos un cuerpo que lucha continuamente contra el espíritu. Los valores del cuerpo son el materialismo, el bienestar corporal, un egoísmo a ultranza, los valores económicos, políticos y sociales que nos predica continuamente la sociedad en la que vivimos. Para vivir diariamente según la escala de valores cristianos hace falta mucho valor humano para aceptar cristianamente las muchas cruces que la vida de cada día nos trae y, sobre todo, mucha gracia de Dios. Hoy día, todo cristiano debe aceptar vivir en minoría dentro de esta sociedad en la que nos ha tocado vivir. Y hacerlo con alegría, con humildad y con mucha perseverancia. Sólo así podremos decir que somos discípulos de Jesús.
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Un día pasaba Eliseo por Sunem y una mujer rica lo invitó con insistencia a comer. Y siempre que pasaba por allí iba a comer a su casa. Ella dijo a su marido: me consta que este hombre de Dios es un santo. Podemos aplicar a esta mujer de Sunem lo que dice Jesús a sus apóstoles en el evangelio de hoy: el que recibe a un justo porque es justo, tendrá paga de justo y el que dé a beber, aunque sólo sea un vaso de agua fresca a uno de estos pobrecillos, sólo porque es mi discípulo, no perderá su paga. La mujer sunamita recibió al profeta Eliseo en su casa y le invitaba a comer, precisamente porque le consideraba un santo, es decir porque veía en él a un enviado de Dios. Y el profeta Eliseo, en nombre de Dios, le pagó su buena acción consiguiendo que esta mujer, con un marido “ya muy viejo”, tuviera un hijo. ¿Cuál puede ser el mensaje que tiene esta lectura del libro de los Reyes para nosotros? Pues que las acciones buenas que tenemos para los demás Dios siempre nos las recompensa; hacer el bien a los demás siempre es agradable ante Dios. La vida de Cristo fue toda ella un don de Dios para con nosotros. Hagamos nosotros, en nombre de Cristo, de nuestra vida un don para los demás. Seguro que Dios, de una manera o de otra, nos lo recompensará.
Los que por el bautismo nos incorporamos a Cristo, fuimos incorporados a su muerte… para que, así como Cristo fue despertado de entre los muertos por la gloria del Padre, así nosotros andemos en una vida nueva. Por el bautismo hemos sido incorporados a Cristo, el bautismo fue para nosotros nuestro nacimiento espiritual, como una primera resurrección del pecado a la vida. Por el bautismo nos incorporamos a Cristo y como Cristo una vez resucitado ya un muere más, la muerte ya no tiene domino sobre él, así nosotros, si permanecemos incorporados a Cristo, viviremos para siempre. Lo que quiere decirnos san Pablo en este texto de su carta a los Romanos es que nosotros, como cristianos, participaremos de la resurrección de Cristo, no moriremos para siempre. Es un mensaje de esperanza en la vida eterna, un mensaje que debemos recordar, sobre todo, en medio de las dificultades y tribulaciones de esta vida. La fe y la esperanza en la resurrección debe ser para nosotros nuestra principal fuente de fortaleza espiritual, sobre todo en los momentos difíciles. Así lo fue para san Pablo, que llegó a decir que si no existiera la resurrección, los cristianos seríamos los hombres más desgraciados del mundo. Reavivemos, pues, nuestra esperanza en la resurrección y actuemos siempre con valor espiritual ante las dificultades de esta vida.

La primera lectura está sacada del segundo Libro de los Reyes. Es un relato, breve y bello, donde se explica como Dios recompensa a quien no le pone condiciones. Una mujer rica recibió a Eliseo y le dio, sin condiciones, todo lo que el profeta necesitaba para vivir. Y Eliseo concedió a la mujer lo que más deseaba y necesitaba.

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El Salmo 88 es uno de los más extensos del salterio y no es muy homogéneo en su composición. Es posible que se trate de la unión de dos, aunque no ha precisiones históricas al respecto. Por eso los versos elegidos para nuestra proclamación de hoy no aparecen seguidos. La liturgia ha elegido los más adecuados para cantar nuestra acción de gracias a Dios Padre.

Continuamos, como segunda lectura, con la Carta a los Romanos. Es uno de los grandes tratados del Apóstol San Pablo y en ella se condensa una gran parte de los elementos, hechos y verdades que conforman la verdadera condición de cristiano, de seguidor de Cristo. Vamos a ver  como la muerte de Cristo es la muerte de nuestros pecados y la vuelta a la vida. Y eso es lo más importante. Ya no importa ni la muerte física, solo la meta que Cristo nos tiene prometida.
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Jesús nos lo va a pedir todo. El fragmento del capítulo 10 del Evangelio de Mateo nos anuncia que tendremos una Cruz, como la suya y que ese fue su éxito recorrer el camino que le pidió el Padre y que le llevo a la muerte, pero después a la gloria de la Resurrección. Jesús quiere que le obedezcamos a Él, como Él lo hizo con el Padre Dios. Y el premio es seguro. De todas formas todos sabemos que Jesús no nos pide aquello que no seamos capaces de realizar o soportar. Él está con nosotros hasta el final de nuestro tiempo, de todos los tiempos.

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