
La primera lectura es del Libro de los Números en el capítulo 11 y en él Moisés enseña a su pueblo una lección de aceptación y acogida a todos, que sirve para el nuevo Pueblo de Dios, que es la Iglesia, que todo el que venga a esta Casa de todos, se sienta acogido con sinceridad y amor por todos los miembros, que no haya indiferencia o distinciones entre unos y otros, que seamos miembros de una misma familia amados por el Señor., como Moisés deseamos, "ojalá todo el pueblo recibiera el Espíritu del Señor".
El salmo responsorial es el 18, en esta parte que leemos hoy se destaca la justicia de Dios y por eso tomamos la actitud humilde de pedir perdón por nuestros pecados, errores y limitaciones.
La segunda lectura es una continuación de la lectura de la Carta del Apóstol Santiago. Ya en la primera parte nos advierte que no podemos hacer distinciones entre nuestros hermanos por su apariencia, por su riqueza, fama o poder, despreciando al pobre, al humilde y al desvalido. Hoy se adentra en la condena de los que ponen todo su corazón y el esfuerzo de su vida en las riquezas materiales (adoradores del dinero), en los tiempos que vivimos sigue siendo muy válida su advertencia.
Jesús en el Evangelio de hoy rechaza la estrechez de miras de los discípulos que se creen superiores a los demás y los únicos poseedores del don de Dios. Haciendo una apología del mensaje de Moisés en su deseo de que el don del Señor sea participado por todos, Él enseña a sus discípulos a respetar la elección del Señor que puede llamar a cualquiera a hacer obras en su nombre, aunque no sea del grupo de los más reconocidos o con un ministerio dentro de la Iglesia. Contrariamente a lo que piensan los hombres, Dios siempre va escogiendo a los más pequeños y humildes para hacer a través de ellos sus obras, porque ellos no tienen la tentación de aparecer como los que las realizan, sino como instrumentos inútiles en manos de Dios que hace maravillas con el que tiene fe.
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